—Vaya cantidad de desechos. Ahora entiendo por qué estamos en crisis mundial. ¡Ensuciamos demasiado! —lo escuché murmurar. Me enderecé al reconocer aquella voz. Al alzar la mirada, levantó sus cejas—. ¡Oh, son ustedes!
Black metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros y caminó hacia nosotros con una enorme sonrisa en el rostro.
Lo vi con envidia.Apenas llevaba tres horas sin mi ignorancia de este asunto y ya extrañaba.
—¿Qué haces fuera tan tarde? —inquirí.
—La noche de películas fue una locura. Ensuciamos demasiado, así que después de limpiar decidí sacar la basura. ¿Qué hay de ustedes? ¿Cómo les fue en la velada? —Disimulé mi, de segura, extrema palidez, evadiendo la mirada. Aún estaba asimilando el enorme secreto que acababa de descubrir. Black pareció notarlo, porque su tono de voz se tornó sombría—. ¿Todo en orden, Herrero?
—Sí, sí, sí. Yo… creo tome mucho vino —tapé mi rostro y me tambaleé un poco, fingiendo estar ebria.
Mi idea seguí latente. Estar borracha te libera de muchas responsabilidades que deberías asumir estando consciente.
—Rouse, cuidado. —Orlando se acercó para sostenerme.
Pero no fueron sus brazos los que me sujetaron.
El estremecimiento fue instantáneo. Black me sujetó de la cintura y me observó, preocupado. Sin embargo, fue a Orlando a quien se dirigió.
—¿Tienes el abrigo que llevaba puesto? —le preguntó—. Es un diseño personalizado. Detestaría mucha tener que contactar al diseñador y volver a tener que pasar por las engorrosas medidas.
—Aquí tienes.
—Gracias. No vi que colgaba de tu brazo. Creo que Rouse no se siente muy bien. Será mejor que descanse.
—Concuerdo. Hablaré con ella mañana.
—No creo que pueda mañana. Tiene un compromiso que le tomara todo el día. Estará muy ocupada.
—Entonces lo haré después. Buenas noches.
—Igual.
Abrí uno de mis ojos mientras tenía la cabeza agachada. Vi el calzado de Orlando alejarse cada vez más. Mientras más lejano lo veía, más aliviada me sentía de que el secreto continuara a salvo conmigo.
Black me ayudó a subir los escalones, en completo silencio. Entramos al edificio y, después de saludar al vigilante, caminamos hacia el ascensor y esperamos a que las puertas se abrieran.
Santo cielo.
¡¿Cómo se suponía que guardaría un secreto así?!
¡¿Cómo volvería a ver a Cindy a los ojos?!
Sus ojos color miel.
Ahora reconocía la familiaridad.
Hice un sonido lastímero, casi al mismo tiempo en el que la puerta se abrió.
Black me tomó del brazo para entrar. En cuanto las puertas volvieron a cerrarse, me soltó de golpe, haciéndome perder el equilibrio. Lo encaré y lo miré como si se hubiera vuelto loco.
—Borrachos mis calzones en la pandemia —escupió, mirándome de arriba hacia abajo—. Tú estás muy sobria.
Suspire, cansina.
—¿Cómo lo supiste?
—No eres tan dócil y callada cuando estás ebria —respondió, colocando las manos a cada lado de sus caderas—. ¿Vas a decirme que fue lo que pasó para que tomaras esa medida evasiva?
—Pareces mi madre. —Recosté mi cabeza en la pared del ascensor y cerré los ojos.
Tanta energía de poder emitida por Rebeca y Orlando me había aplastado, como una mini bomba atómica. Sentí como si hubieran apaleado mis piernas. Me sostuve de la baranda para no derrumbarme. Black se acercó y me sujetó de la cintura. Ni siquiera pude permitirme sentir algo por su cercanía, mi cabeza estaba concentrada en no colapsar.
—Oye, oye, ¿comiste algo que te cayó mal? Parece que vas a desmayarte —dijo, sin dejar de sostenerme. Miró mi rostro suspicaz—. Será mejor que me digas qué pasó o iré a preguntárselo personalmente a Orlando Bond. Siendo tan metiche debe saberlo o de ser el autor del problema.
—No pasó nada.
—¿De verdad? Por favor, Herrero, solo me falto sacarte de mis entrañas. Es evidente que algo ocurrió. ¿Acaso ese imbécil te hizo algo?
—No. Orlando no me hizo nada —me apresuré a decir. Su voz comenzaba a escucharse demasiado peligrosa.
—¿Entonces? ¿Qué ocurrió? ¿Una situación incómoda que quisiste evitar? ¿Quizá una situación… física… que…?
—No, no —dije, molesta. Me aparté de él y lo miré. Su carita de preocupación me hizo dudar—. Yo…¡ASH! — grité, frustrada—. ¡No puedo decirte!
Iba a arrancarme los cabellos.
—¡¿Por qué no?!
—¡Porque no me compete contarte un secreto que no me pertenece!
—¡Por favor, eso es lo que hacen los amigos!
—¡Ya no quiero tener amigos, y menos adultos! Es estresante...
La puerta del ascensor se abrió. Escape de su interrogatorio y caminé por el pasillo a toda velocidad antes de que las piernas terminaran de fallarme. Abrí la puerta del departamento y entré a toda prisa, dispuesta a correr a mi habitación si era necesario para no tener que lidiar con el escrutinio afilado de Black.
Corretee tan rápido como pude, pero, en un abrir y cerrar de ojos, Black se interpuso en mi camino, abriendo sus brazos. Intente rodearle por la izquierda, pero no me lo permitió. Lo mismo por la derecha.
Me quedé quieta, mirándolo afilada. Ninguno ejecutó un solo movimiento, midiendo al otro como dos vaqueros del viejo oeste.
—Vamos, Herrero. Es evidente que es un chisme que no puedes guardarte. Por eso estás tan desesperada en escapar de mí. Soy como una tumba, lo sabes.
Tamborileé los dedos, calculando la forma de huir.
—Sí, eres como una tumba, pero la del rey tutankamón.
Abrió su boca, ofendido.
—¿Alguna vez he revelado un secreto que me hayas contado?
—Le dijiste a mi madre que me tatué la pierna.
—Eso fue porque no sabía que era un secreto.
—Cuando Caleb tuvo a su primer hijo, le dijiste que era muy feo. Y en la revelación de sexo, casi le dices que sería un niño.
—Solo iba a comentar lo orgulloso que estaría cuando viera el eco. Y en cuanto lo feo, eso no era un secreto. Todos los bebes son feos cuando son recién nacidos. Lily parecía un gato egipcio.
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Editado: 19.04.2025