La cara de Marianne y Máximo fue un completo poema al leer el menú. Marianne quiso asesinar a Black, pero salí en su defensa.
—Black no me contó nada. Ya lo sabía —dije una vez que termine de servir el plato fuerte—. Ustedes dos eran muy obvios. Y aunque no lo fueran, nunca se me escapa nada.
—Pues se te escapó durante semanas que no quería ser solo tu amigo… —comentó Black entre dientes, lo miré, descontenta. Sujetó mi mano y me guiñó el ojo, coqueto. No pude luchar contra eso.
—Me alegra verlos juntos —alcé la mirada. Marianne nos observaba, con una enorme sonrisa y los ojos repletos de lágrimas de felicidad —. Pensé que moriría sin poder verlo.
Mi pecho vibró.
No por sus palabras, sino porque, por primera vez. en todos nuestros años de amistad, pude ver que estaba genuinamente feliz.
—Santo cielo, Marianne, no seas tan dramática —dije, conteniendo el llanto, con la barbilla temblorosa—. Mejor come. Si te hace sentir mejor, has sido la primera en saberlo. Y Black fue quien preparó tu pasta favorita, dice que esa es su muestra de paz.
—Nunca dije eso, ¡Au! —se quejó al sentir mi dedo en su costilla. Marianne sonrió.
—Gracias por la comida.
Me sentí más aliviada cuando sonrío. No soportaba que llorara. Pero al parecer, no fue tan necesario mi consuelo. Sus ojos parecieron llenarse de paz cuando el doctor Maximo tomó su mano.
Fue mi turno de sentir como el pecho se me oprimía al ver que finalmente había llegado alguien para quedarse a su lado.
Black y ella se habían ofrecido a recoger la mesa mientras que el doctor y yo lavamos los platos. De vez en cuando les echaba un vistazo, aún asimilando el hecho de que se llevaran bien. Siempre sonreía cada vez que los veía convivir.
—¿Ha estado bien, señorita Herrero? —preguntó Máximo, secando cuidadosamente las copas.
—Han sido días bastante ajetreados emocionalmente, pero no he tenido ninguna crisis, si es lo que quiere saber.
—Quizá si la ha tenido, pero no lo ha notado porque ha estado dormida —manifestó. Me tensé al escucharlo. Continué limpiando—. Disculpe, no fue mi intención incomodarla. Me cuesta apartar el trabajo incluso en los tiempos de ocio.
—Descuide, más bien me conmueve que se preocupe por mí incluso fuera del consultorio —le sonreí.
—Es una persona importante para Marianne. Por supuesto que me preocupa —aseveró. Mi sonrisa se ensanchó. Era lindo ver al rígido doctor Máximo mostrar sus sentimientos—. Tomando en cuenta que tuvo días ajetreados, nuevamente pospondré mi pregunta sobre la intervención quirúrgica, pero puede llamarme a cualquier hora y en cualquier momento cuando tome una decisión, ¿está bien?
—Está bien.
Nos recostamos en el sofá luego de despedirlos. Me acurruqué contra el cuerpo de Black y cerré mis ojos. Era la primera vez en mucho tiempo que mi mente se encontraba en completo silencio y que mi corazón se sentía tan tranquilo y a gusto.
—Ricky Ricón ya no me parece tan mal tipo —comentó, entrelazando su mano derecha con la mía, mientras acariciaba mi hombro con la izquierda—. Ya se había ganado algunos puntos cuando te auxilió esa vez en casa de Marianne.
—¿De verdad estaba usando su bata de dormir?
—De no ser así, tiene unos gustos bastante extravagantes.
—No lo dudaría. Tiene plumas de avestruz en el escritorio de su consultorio.
—Apuesto a que sus pantuflas de dormir también tienen. ¿Crees que me regalaría algunas si se las pido?
—¿Para tus pantuflas?
—Cielos, no. Para mis calzones. ¿Acaso no has sentido la textura de las plumas de avestruz? —inquirió, sonriente.
Reímos y volvimos a acurrucarnos aún más.
Las palabras de Máximo vinieron de pronto a mi cabeza. Ni siquiera dudé cuando abordé a Black.
—El doctor Máximo me había comentado hace unos meses que hay una cirugía neuronal que puede que cure mi epilepsia —solté. Black se incorporó, mirándome con el ceño fruncido—. Hoy volvió a preguntarme si finalmente había tomado una decisión al respecto.
—¿Ya la has tomado? —inquirió. Negué—. ¿Qué tan riesgoso es?
—No lo sé. Nunca he ahondado demasiado en el asunto. No he tenido tiempo para hacerlo y honestamente no quiero pensar en eso ahora que finalmente me siento un poco más tranquila, contigo… —acaricié su mejilla. Descansó su rostro en la palma de mi mano hasta que mis dedos se cruzaron con sus labios. Los besó.
—Una cosa a la vez, Rouse. Podemos investigar mientras decides, pero, por ahora, concentrémonos en la inauguración de tu academia. Falta menos de dos semanas. Yulenka me mostró todos los arreglos, ¡y la cantidad de invitados! ¡Vendrá todo el club de motocicletas! No puedo esperar a volver a verlos.
—Si, hablando de eso. Mi abuelo amenazó con volver a caer en el hospital si volvía contigo.
—¡Oh! —llevó una mano a su pecho, fingiendo estar herido. Enarqué una ceja—. Solo deja que lo busque en el aeropuerto. Te aseguro que me rogará que me case contigo.
—Si tú lo dices.
—¿No estás emocionada por la apertura?
—Estoy asustada más que emocionada —admití.
—Es completamente normal. Debiste verme cuando abrí mi primer local de organización de eventos. Vomité tres veces solo en la mañana.
—Pobre —sonrió con pesar—. Me hubiera gustado estar allí…
—Pero estas ahora —dijo, sujetándome de la cintura y alzándome para quedar en su regazo—. Lo harás increíble. Es lo que siempre haces…—acarició mi barbilla—. Te amo. Alocadamente.
Mi corazón se infló al escucharlo.
—Y yo te amo a ti. Vive como una flor de luna, Black.
Sonrió, conmovido.
—¿Quieres hacer ahora lo que tenía planeado desde un principio?
—¿Lo que aseguraste que me iba a encantar? —asintió en respuesta—. Hagámoslo. Veamos cuanta razón tienes.
—¡Esto es maravilloso! —exclamé, sin caber de la emoción.
La foto de Micael con tan solo seis añitos me enterneció hasta los huesos. No tenía cabello y era tan pequeño que me dieron ganas de meterme en la fotografía y apapacharlo.
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Editado: 26.04.2025