Micael se sentó en el sillón, rendido. Mi corazón se tambaleo. Me sentí culpable.
Atiborrada de mis propios pensamientos y emociones, pasé por alto que Micael también había estado enfrentando una lucha consigo mismo. Creí que solo le estaba dando espacio para no presionarlo u obligarlo a volver a tenerme afecto, pero lo que hice fue lastimarlo con el distanciamiento.
Me aproximé y me senté a su lado.
—La última vez que discutimos… —comenté—. Dije cosas que realmente no sentía. Estaba dolida porque habías asumido lo peor de mí, así que no me esforcé en demostrar lo contrario. Pero supongo que tú también te has sentido así estos últimos días; pensando que creo lo peor de ti.
—También te dije cosas hirientes ese día.
—Tuviste una razón más que entendible para hacerlo. Aunque eso no quita que me haya lastimado —evadió mi mirada, con los puños apretados—. Pero yo también te herí y en serio lo lamento, Micael. Sabes muy bien que significas mucho para mí. De hecho, lo significas todo. Hubiese seguido sin rumbo de no ser por ti…
Siguió sin mirarme. Su renuencia me apretó el corazón.
¿Y si no volvía a recuperar el afecto de Micael?
Eso acabaría conmigo.
No importaba. Seguiría insistiendo hasta lograrlo. Sin importar cuanto tiempo me llevara.
—¿Papá te contó que estaba obsesionado con tus videos? —inquirió de pronto con voz ausente.
Mi corazón comenzó a latir desenfrenadamente.
—No. Nunca lo ha hecho.
—En ese entonces los chicos del orfanato no dejaban de molestarme y burlarse de mi cojera. Me decían “pirata barba negra” y caminaban simulando que tenían una pata de palo. Me golpeaba con todos ellos.
—Me alegro —comenté rencorosa.
— Papá me encontró un día en la enfermería y me dijo: “Oye, el bombón de mi chica tiene más acero que hueso en una pierna y te aseguro que eso no la detiene” —reí. El también lo hizo al recordar—. Obviamente no le creí. Pero al día siguiente me trajo esos videos como prueba. No pude dejar de verlos una vez que los reproduje. Me llevo unos grabados antes de tu accidente y otros después. Era…, hipnotizante —mi garganta se trancó al ver cómo sus ojos brillaban al hablar de mí—. No parecía haber ocurrido un cambio en ti. Me enseñó los videos en los que fuiste a terapia ,aunque en esos te rehusabas a mostrar tu rostro. Y en los videos en los que bailabas después del accidente, te veías incluso más imparable y talentosa que antes —agaché la mirada. Las lágrimas no me dejaban ver—. Papá nunca me dijo la verdad sobre ustedes. Siempre pensé que había sido mamá la de las zapatillas y ella nunca dijo lo contrario. Por favor no le digas pero…, me sentí incompleto. Por más que le pregunté a mamá, ella solo sonreía y decía que no quería hablar del accidente. Qué estupido, de seguro la lastimé mucho.
—No lo sabías
—Lo sé. Ahora comprendo por qué se alejaba de mí. Era evidente que la lastimaba. Lo presentí antes de que ella y papá se divorciaran. Por eso dejé de ver los videos…Creo que fue peor para mí. Me sentí aún más culpable cuando llegaste porque fue cuando finalmente…, tuve la sensación de que la pieza faltante había encajado justo en su lugar.
Dejé de respirar por unos segundos.
Había sido justamente lo que yo había sentido cuando lo conocí.
—¿Desde cuándo lo sospechaste? ¿Desde las zapatillas?
—No. Desde mucho antes. Papá era muy raro contigo y…, la forma en la que me hacías sentir…, como si no hubiera ningún límite o obstáculo que me impidiera hacer lo que me proponía. La fiereza con la que me impulsabas. Cada día contigo se sentía como los días en que me escabullía en la oficina de la señora Ally para volver a ver a la bailarina de las zapatillas rojas. Muchas veces desee que lo fueras y muchas veces deseé con todas mis fuerzas que no porque eso significaba…, que nos habías abandonado….
—Micael… —negué, llorosa.
—Comencé a tomar terapia física por ti. Continué viviendo…, por ti… Cuando papá me dijo que me adoptaría, fue la primera vez que me sentí feliz. Lo quería, por supuesto que sí, pero a ti…, —cerró sus ojos, llorando y lleno de vergüenza—, quería conocerte y abrazarte, quería que me quisieras… ¡que también me admiraras…!
Respiré con dificultad. Sostuve mis manos para que dejaran de temblar.
—Micael, yo estoy muy orgullosa de ti.
—¿Por eso crees que soy un maleante?
—Bueno, que esté orgullosa de ti no quita que me asaltaste —intenté bromear para hacerlo reír. Presionó sus labios, aún sin abrir los ojos—. No había una persona que admirara tan profundamente como mi abuelo, hasta que te conocí —declaré. Abrió sus ojos posándolos sobre mi, refulgentes. Pude respirar de nuevo—. Cuando Black y yo nos separamos, no sabia de tu existencia. Lo que hice… —negué, llorosa—. Yo no era tan fuerte como en esos videos. Estaba destruyendome a mí misma y estaba arrastrando a tu padre en el proceso. Sé que sabes a lo que me refiero. Sé que entiendes cómo se siente… —agachó la mirada en respuesta—. En ese momento, creí que nadie podía hacer algo por mí y que había sido la mejor decisión. Honestamente, no sé qué hubiera ocurrido de haber sabido de tu existencia, pero sí tengo una certeza ahora y es…, que cualquiera estaría feliz de tener a un hijo como tú y que yo daría, cualquier cosa por ser tu madre. Aunque ya tengas una.
Volvió a mirarme, con los ojos nublados y anhelantes. Saltó sobre mí y me envolvió con sus brazos. Le correspondí de inmediato, limpiando mis lágrimas en su camisa porque no quería que viera el poder emocional que tenía sobre mi. Al menos no hasta que pasara la adolescencia.
—Te quiero, Rouse.
¿Sabes cuál es la sensación que tienes cuando le dices a alguien importante para ti que lo amas?
Sientes que vas a morir.
Literalmente, tienes la sensación de que estás despidiéndote y tienes esa opresión en el pecho de que quizá sea así y por eso tu intuición te empuja a sincerarte antes de que sea tarde.
#476 en Otros
#202 en Humor
#1522 en Novela romántica
#554 en Chick lit
jefeempleada, romance comedia dolor humor, amores y superacion
Editado: 26.04.2025