Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Epílogo

—En este homenaje a las mentes célebres del país, le otorgamos la palabra al doctor Micael Donovan. Director de la fundación que hoy nos sirve de anfitriona.

Los aplausos y las ovaciones de pie no se hicieron esperar. Micael usó su bastón para levantarse del asiento, siendo ayudado por su esposa. Dejó un casto beso en sus labios y subió los escalones, aún bajo los estruendosos aplausos.

Se paró frente al pomo. Alzó la vista hacia los reflectores que le pegaron de lleno en el rostro y luego a la ovación del público. Esperó pacientemente a que el silencio volviera a instalarse en la habitación y sonrió, haciendo que sus arrugas se acentuaran.

—Gracias a todos por acompañarnos hoy. Bueno, Rouse nos hizo la promesa de arrastrarnos durante las noches si volvíamos a su escuela una especie de orfanato de los X-men —todos rieron—. Pero estoy seguro de que no hará algo como eso, así que pueden estar tranquilos, su alma no está en estas paredes. Ya debe estar entre las estrellas, con papá —sonrió, con los ojos nublados—. Tal vez muchos no sepan esta etapa de Rouse, pero fue una excepcional bailarina que tuvo un cierre bastante trágico en su carrera. Lo más probable es que nunca sea recordada como la mejor bailarina de su época y que sus trofeos y medallas de oro, posiblemente se llenen de polvo. Posiblemente, mi padre tampoco sea reconocido como el mejor pintor de todos los tiempos ni haya ganado un premio Pulitzer por sus fotografías. Pero ambos ejercieron su pasión hasta el final de sus días. Sé que ellos estuvieron bien con eso desde hace mucho. Y nosotros también lo estamos. Porque ambos fueron más que eso. Rouse… Mi padre… Ellos lograron lo que quizá es la verdadera esencia de permanecer en la eternidad, al ser grandes seres humanos —manifestó, sonriente—. Más de la mitad de los que están en esta habitación hoy, han cambiado el mundo de alguna forma. Con su arte, con su ciencia, con su humanidad… Son reconocidos y sus premios de seguro son muchos. Solo quiero pedirles que, como dicen mis nietos, escuchen su corazón por un momento. Recuerden quién fue la persona que los impulsó a creer en sí mismos y les hizo creer que podrían volar si así se lo proponían. Guarden ese nombre en su mente y abrácenlo cada vez que logren algo. Porque esa persona… es la que realmente cambió el mundo al cambiar el tuyo —los señaló con vehemencia— Si ya no está, bueno, Rouse decía que podías dejar una flor en una corriente y ella se encargaría de llevársela. Así que, si la recuerdas hoy, toma una pequeña flor y deja que la corriente la lleve hasta ella. Muchas gracias.

Los aplausos volvieron a resurgir, con más vehemencia que antes. Micael hizo un gesto de agradecimiento y se retiró del escenario, volviendo a tomar asiento al lado de su esposa, quien le regaló una sonrisa cariñosa y llena de consuelo.

Después de la premiación. Micael decidió dar un paseo por el jardín. Lo que había comenzado como una pequeña academia se había convertido en un centro de estudio y alojamiento para jóvenes en condiciones vulnerables que abarcaba casi cuatro manzanas. A pesar de su edad y su prótesis, corrió como si aún fuera un niño para llegar al invernadero. Un joven con bata blanca lo recibió.

—¿Ya está? —preguntó, emocionado. Se adentró al invernadero, casi al final del mismo.

—Ya casi.

—Oh, aquí está —sonrió fascinado al encontrarse con la hermosa orquídea blanca—. La hermosa flor de luna.

La orquídea ya había comenzado a abrir su capullo cuando llegó. Solo lo hacía unas dos veces al año durante la noche y luego se marchitaba, así que era una experiencia fascinante.

—Es increíble.

—Así es. Sesenta años y nunca me canso de verla florecer —sonrió, melancólico—¿Puedo llevármelas?

—Por supuesto.

—Muchas gracias. Ten buena noche, Sergio. No trabajes tanto. Consíguete una novia —le sugirió, sacudiendo sus manos.Antes de salir del invernadero, se giró y le sonrió—. Vive como una flor de luna, Sergio.

El joven sonrió con él.

—Lo haré, abuelo.

Salió del invernadero y volvió a vagar por los jardines, mirando hacia el cielo.

¿Cuándo sería el día en el que también vagaría por las estrellas?

Se detuvo frente al lago artificial. Observó, con los ojos nublados, como las rosas fluían con la corriente y se iban arremolinando y juntándose en la pequeña isla de tierra que se encontraba en el medio, con dos lápidas en ella.

Lloró, con una sonrisa adornando sus labios.

—Miren todas las formas en las que cambiaron al mundo…

Dejó ir las dos orquídeas blancas.

Ambas flotaron y fluyeron bajo la luz de la luna.




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