Juramento de dragón

CAPITULO 2

Rosa estaba muy preocupada; ella sabía que, cuando el rey muriera, la reina me mataría. La vi guardando unas cosas en un bolso.

—¿Qué estás haciendo, Rosa? —ella se detuvo de repente y me miró; estaba llorando.

—Mi niña, ¿sabes qué significa la muerte del rey? —yo asentí.

—Sí, significa la mía.

No le paraban de caer las lágrimas a Rosa.

—Escúchame bien: si llegas a escuchar mucho ruido en la noche y escuchas que te grito, agarra esta mochila y escápate por la ventana, como siempre.

Me quedé helada. ¿Cómo sabía que siempre me escapaba?

—¿Pero cómo…?

—Yo te crié, princesa; sé todo, así que haz lo que te digo. Intenta ir al Reino Santo, diles que yo te envié y ellos te protegerán —dijo mientras seguía guardando cosas.

—Pero, Rosa…

Me cortó enseguida.

—Solo haz lo que te digo; yo haré lo que sea para que no te atrapen.

—¡No, Rosa, te matarán! —no podía soportar la idea de perderla también.

Ella acarició mi cara y se dirigió a la puerta.

—Por favor, princesa, haz lo que te digo; yo voy a estar bien. Acuérdate de que, si me escuchas gritar tu nombre, sales por la ventana rápido.

No me dejó decir nada más y se fue. No sabía qué hacer; sabía cómo llegar al Reino Santo, pero tendría que pasar primero por el Bosque Encantado. Ese lugar es hermoso, al igual que peligroso; no por las criaturas, sino porque el aire es medio tóxico, y, al igual que el agua, ningún humano sobrevive sin tener un vínculo con una criatura de allí. Hay otro camino para llegar, pero eso no es opción; ese camino es la muerte segura.

—¡Ahhh! ¿Qué hago?

Me acosté en la cama, frustrada. De repente, empecé a sentirme cansada, algo raro ya que hacía poco me había despertado, pero el sueño me ganó.

Cuando abrí los ojos, ya era de noche; no se escuchaba ni un solo ruido. Me levanté y fui hacia la ventana; el cielo se veía hermoso. De repente, empecé a escuchar muchos pasos rápidos.

—¡Princesa, corra! —la voz de Rosa me alertó.

Dudé un segundo, pero no tenía tiempo. Agarré la mochila y salí por la ventana. Empecé a correr por el techo del castillo; escuchaba cómo los soldados me perseguían. Empecé a bajar por la columna, pero me resbalé y caí; me golpeé muy fuerte, pero me levanté como pude y seguí corriendo. Necesitaba llegar a la otra muralla.

Seguía escuchando pasos y el ruido metálico de las armaduras. Por suerte, llegué a la muralla y empecé a trepar; ya casi no tenía fuerzas, mi cuerpo estaba débil. Cuando estaba a punto de llegar, sentí un dolor fuerte en la pierna: una flecha me había alcanzado, pero no podía parar. Aguanté el dolor, pasé la muralla y corrí como pude hasta que no escuché más nada.

Ya estaba en el pueblo; no había nadie, ya que era tarde, y tenía que cruzar la segunda muralla para poder llegar al bosque. Después de mucho caminar, llegaría al Reino Santo. Según mis cálculos, después de pasar el bosque, me llevaría una semana llegar allá.

Seguí caminando, pero ya estaba muy mal; había perdido mucha sangre. Me apoyé en la pared de una casa y me senté; estaba muy cansada y no podía mantener los ojos abiertos. Vi una figura que se acercaba a mí.

—¿Hola? ¿Estás bien? —dijo una mujer, pero no llegué a escuchar nada más.

Sentía los ojos pesados; me costaba abrirlos. Solo escuchaba susurros.

—Qué bueno, ya despertaste —escuché la voz de la misma mujer de antes.

—¿Dónde… dónde estoy? —pude decir a duras penas.

—Me llamo Lara y estás en mi casa. Te desmayaste por la herida en tu pierna, en el pueblo. ¿Cómo te llamas? —dijo la mujer, sentándose conmigo en la cama.

—Nayra —dije, incorporándome.

—Qué lindo nombre. Por favor, no te levantes; te pude curar, pero muy poco —dijo.

Ahora podía ver bien: estaba en una casa humilde, pero linda. Delante mío estaba la mujer que me salvó; era muy hermosa, tenía el pelo corto de color marrón y ojos del mismo color. Era delgada, parecía de unos 25 años.

—Veo que ya despertó —escuché la voz de un hombre y me giré rápido. Me quedé congelada: ¡era un elfo! Siempre leí de ellos, como de otras criaturas, pero nunca los vi en persona. Ellos son conocidos por su belleza, al igual que las hadas.

—¿Un… un elfo?

La chica sonrió y me miró.

—Sí, es un elfo. ¿Nunca viste uno? Él se llama Owen; yo hice un pacto con él, por eso pude curarte.

Yo seguía mirando al hombre. Él sonreía. Los elfos tienen poderes curativos; las hadas pueden predecir algo de tu futuro; los enanos pueden escuchar a largas distancias; los grifos, ver a largas distancias, y los centauros son muy rápidos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Owen.

Yo solo asentí.

—¿Saben cuánto hay que caminar para salir afuera de la muralla? —pregunté.

Ellos se miraron entre sí.

—¿Afuera? Sigues herida; no creo que sea bueno que salgas —dijo Lara. Owen asintió.

—Necesito llegar al Reino Santo.

Ellos me miraron sorprendidos.

—Para llegar allá tienes que pasar el bosque y el reino de Sax, y todo extraño que entra es capturado —dijo Owen.

—Pero, por lo que sabía, después del bosque hay un pueblo y, después, está el Reino Santo —dije.

—Querida, eso era hace unos 10 años; ahora ese pueblo le pertenece al rey Rylan, así que tienes que pasar por ahí para llegar al Reino Santo —dijo Lara.

Yo suspiré. Me quise levantar, pero me detuvieron.

—Oh, no, no, querida; tienes que descansar.

—Pero no me puedo seguir quedando; los guardias me van a atrapar.

Rápido me tapé la boca; no tenía que haber hablado. Ellos me miraron con los ojos abiertos.

—¿Guardias? ¿Por qué los guardias te buscan? —dijo Lara.

Yo solo agaché la cabeza.

—¿Eres una bastarda, no? —dijo Owen. Lara y yo lo miramos rápido.

—¿Qué dices, Owen? No le digas así.

Yo solo lo miré.

—¿Por qué crees eso? —le dije.

Él sonrió.

—Por tu marca en el cuello. Todo noble que puede domar dragones tiene una marca de cruz, pero algunos, que son de sangre mixta, tienen una cruz con una línea en el medio. Eso significa que pueden hacer un pacto con todas las especies.




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