Todavía no podía conciliar el sueño; así que me senté abajo de un hermoso árbol color dorado brillante. Kyran me contó que este árbol estaba antes de que las criaturas existieran y se le pusiera nombre al bosque; ellos creen que es lo que le da vida al bosque.
Estar acá es relajante. Cerré un momento los ojos, hasta que escuché una suave risa cerca mío.
Cuando abrí los ojos no vi a nadie, pero había unas huellas brillantes en el piso.
—Síguelas —escuché esa voz otra vez. Era la voz de la criatura con la que había hecho un contrato, pero seguía sin poder verla.
Me levanté y las seguí; me estaban llevando más adentro del bosque, donde ya no podía ver bien. Solo las huellas me iluminaban el camino. Mientras más caminaba, había menos árboles y sentía más el frío en todo mi cuerpo. Cuando las huellas terminaron, estaba en un acantilado; no había nada ni nadie.
Ya me estaba por volver, pero volví a ver las marcas brillantes en el piso y, cuando levanté la vista, vi que se dirigían a una cueva. Caminé lentamente hasta allá. La cueva estaba completamente oscura y aún más fría que afuera, pero igual seguí, hasta que vi que de a poco había algo más de luz.
Paré abruptamente al ver a la criatura que estaba al frente mío. No podía respirar bien.
—Un... un dra... dragón —dije, sorprendida.
El dragón estaba quieto, como si durmiera. Pero no era un sueño normal; parecía más bien atrapado en un estado profundo, como si algo lo hubiera obligado a quedarse así. A su alrededor flotaban unas cadenas hechas de luz; brillaban suave, pero se notaba que eran fuertes. No eran cadenas comunes: eran mágicas, hechas para que no pudiera escapar.
Cada vez que su cuerpo se movía un poco, las cadenas se apretaban y zumbaban, como si recordaran su deber de mantenerlo ahí. Aunque no estaba despierto, había algo en su cara, en la forma en que fruncía un poco el ceño, que hacía pensar que sentía. Que sabía que estaba prisionero. Que todavía, en algún rincón de su alma, seguía luchando.
Me acerqué lentamente. Había leído muchas historias sobre ellos, pero nunca pensé que podría estar cerca de uno.
No siento miedo, sino... ¿fascinación? Hay varios nobles que ya los han visto, incluso montados, pero yo... solo los podía leer.
Me acerqué tanto que ya estaba parada frente a él.
—Drox —volví a escuchar esa voz, pero no vi a nadie.
—Drox —algo dentro de mí hacía que me acercara aún más. Estiré mi brazo y acaricié sus rígidas escamas; sentía un nudo en la garganta.
—Dro... Drox —dije en un susurro. Puse lentamente mi cabeza en la suya; no sé por qué, pero tenía muchos sentimientos encontrados cuando lo miraba.
—Drox —volví a repetir, con más confianza y tranquilidad. Cuando levanté la vista, las cadenas empezaron a brillar más y a desaparecer de a poco. Retrocedí unos pasos al ver que el dragón abría sus ojos.
Sentí el temblor del piso mientras se enderezaba, a la par que sus cadenas desaparecían. Me miró con esos ojos aterradores, que parecían tener fuego en su interior por lo tan brillantes y potentes que eran.
—Te tardaste mucho, Anastasia...