Los trámites del funeral, el entierro, las innumerables llamadas, las visitas de familiares y amigos impidieron que Diego digiriera como era normal; la pérdida de su padre. Durante las cuarenta y ocho horas que perduró el funeral, Diego sintió que todo lo hacía en automático y aunque contó con la presencia y ayuda de toda la familia Bustamante, amigos y el fiel personal de servicio tanto de la mansión como de los empleados de la empresa, Diego siempre se sintió solo.
Los días posteriores no fueron la diferencia. Los compromisos y reuniones que su padre dejó pendientes lo mantuvieron muy ocupado, tanto que a la mansión llegaba a media noche tan agotado que apenas le daba tiempo para bañarse, y en la cama caía consumido por el cansancio. Fueron días donde sentía que esas cuatro horas que dormía no le eran suficiente para librar el agotamiento y estrés que agobiaba a su cuerpo. No tenía casi tiempo para descansar y mucho menos tenía tiempo para llorar la muerte de su padre.
Al cumplirse los quince días del fallecimiento de su padre, Diego se encontraba en la empresa, en la oficina de la presidencia cuando su celular timbró. Al ver que era Torrealba, el abogado de la familia, tomó la llamada.
—Buenos días, Diego —saludó el hombre de leyes al otro lado del teléfono, recibiendo sus saludos cordiales de su parte—. Diego, te llamo para informarte que dentro de dos días será la lectura del testamento. También te informo que tu tío Arnoldo ya está avisado, así como también lo está informados Felicia y Juan para que estén presentes.
Diego sonrió al recordar la lealtad y fidelidad para con su familia de esas dos últimas personas nombradas por el abogado. Desde que tiene uso de razón, Felicia y Juan han estado junto a su familia, por eso, siempre supo que ellos tendrían parte de la herencia de sus padres cuando si estos fallecían antes que ellos; como lamentablemente había sucedido.
—Muy bien, Torrealba, solo dime la hora y el lugar donde nos reuniremos y allí estaré.
—La hora será a las nueve de la mañana y la reunión se celebrará en mi despacho, lugar asignado previamente por el mismo Arturo. Tú tío Arnoldo me informó que arribará al país el día de mañana.
—Perfecto, si así lo dictaminó mi padre, pues, así será.
—Hay algo más que debo informarte, Diego. Arturo, puso una condición importante para poder darle apertura a la lectura del testamento.
Diego, intuyó cual sería aquella “condición importante” que su padre asentó en el documento del testamento: el hijo recién descubierto y quizás la madre del niño, y en el fondo coincidía con su progenitor. El niño también era sangre Bustamante por lo que era lógico que su padre le nombrara en los papeles de la herencia. Algo que aprendió y admiró de su padre, fue lo justo y responsables que siempre fue en sus actos. No obstante, a pesar de ser consciente de todas esas cualidades en su progenitor, no podía negar que aún se encontraba abrumado por aquella información tan inesperada. Sin embargo, la promesa que le hizo a su padre antes de morir le recordó su compromiso con aquellas dos personas que aún no conocía, por lo que realmente no tenía ningún problema para cumplir su juramento, ya que en el fondo el niño era su medio hermano.
— ¿Y cuál es esa condición? —Preguntó por no dejar, ya sabiendo la respuesta.
—Que Oliver Bustamante, su pequeño hijo y Cristabell Montoya deben estar presente en ese momento. Sin la presencia de ellos no se podrá dar continuidad a la lectura del testamento.
Por primera vez escuchaba los nombres y apellidos de las dos personas que hicieron feliz a su padre en los últimos meses de su vida, su medio hermano y la mujer que había sido la amante de su padre. El pensar que a sus treinta y un años resultaba tener un hermano de apenas siete años, le hizo sonreír, ya que todo aquello seguía pareciéndole una locura que ¡Jamás! llegó a imaginar de su íntegro padre.
—No hay problema, Torrealba, se hará como papá lo decidió. Fue su última voluntad y por ende todos la debemos respetar.
—Bien, entonces me encargaré de hacerle la visita a la señorita Montoya para indicarle la fecha y la hora que deben estar presente en la reunión.
Diego, sabiendo que Torrealba siempre fue el abogado de la familia y ahora el albacea testamentario de su padre, entendía que el hombre ya tenía conocimiento de quien había sido aquella mujer en la vida de su progenitor, por lo que le causó gracia que se dirigiera a la misma como “señorita”. Sin embargo, conociendo la avanzada edad, lo respetuoso y la decencia que caracterizaba al conocido hombre de leyes, supo que aquella referencia solo lo hacía por respeto al saber que la señora no era una mujer casada.
—Si no tienes nada más que preguntarme, no te quito más tiempo.
Las palabras del abogado sacó a Diego de sus pensamientos.
—Espera, Torrealba —lo detuvo, Diego—, creo que lo más conveniente es que sea yo quien le haga la visita a la señora Montoya ¿Es así como se apellida? —El abogado afirmó al otro lado del teléfono—. Bien, aun no conozco a mi hermano, ni a la señora y realmente me gustaría hablar con ellos antes de pasar a la lectura del testamento. Entregarle personalmente la notificación sería un buen momento para hacerlo, además, creo que eso derribaría cualquier barrera o sentimiento de cohibición y timidez entre ambas partes... ¡Total Seremos familia por el resto de nuestras vidas ¿No crees?
Editado: 17.11.2025