Juramento Silencioso

Capítulo 5: El Baile Prohibido

El Edén Prohibido era un torbellino de luces estroboscópicas, música ensordecedora y cuerpos en movimiento. Isabella se sintió abrumada al principio, una extraña en un mundo que no conocía. Pero a medida que la música la envolvía, una sensación de liberación comenzó a apoderarse de ella. Se movió hacia la pista de baile, sintiendo el ritmo en sus venas, dejando que la música la guiara. Bailó sola, sin importarle las miradas curiosas, la risa de la gente, el sudor en su piel. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.

Mientras tanto, en la mansión Hayes, Liam no podía concentrarse en su trabajo. Las palabras de Isabella de la noche anterior lo habían irritado más de lo que quería admitir. "No soy Sarah. Y nunca lo seré." La frase se repetía en su cabeza, avivando una inquietud que no sabía cómo nombrar. Se levantó de su escritorio, paseando por el estudio, sintiendo una punzada de ansiedad. Algo no estaba bien. Al notar que el armario de Isabella estaba abierto y el vestido negro no estaba, un nudo se formó en su estómago. Ella se había ido. Se había atrevido. La rabia, mezclada con una extraña punzada de preocupación, lo invadió. Sin pensarlo dos veces, Liam se puso una chaqueta oscura, tomó las llaves de su coche y salió de la mansión. No era por ella, se dijo a sí mismo. Era por la promesa a Sarah, para asegurarse de que esa "chiquilla consentida" no se metiera en problemas. Pero en el fondo, sabía que era algo más. Algo que se parecía peligrosamente a los celos.

Liam entró en El Edén Prohibido, sus ojos escaneando la multitud en busca de una figura que no podía permitirse ignorar. No buscaba diversión, buscaba a Isabella, y la encontró bailando, radiante, con otro hombre.

De repente, un hombre se acercó a Isabella. Alto, de cabello oscuro y una sonrisa encantadora. Liam sintió un nudo en el estómago. Observó cómo el hombre le decía algo al oído, y Isabella abría los ojos, una expresión de sorpresa en su rostro. Luego, una sonrisa, una sonrisa genuina, brillante, que iluminó su rostro. Liam apretó los puños. Esa sonrisa. Esa maldita sonrisa que nunca le había dedicado a él.

El hombre extendió una mano, invitándola a bailar. Isabella dudó un instante, miró a su alrededor, como si buscara algo, o a alguien. Sus ojos pasaron por donde estaba Liam, pero no lo vieron. Luego, con una decisión que lo sorprendió, tomó la mano del hombre y se unió a él en la pista. Bailaron juntos, sus cuerpos moviéndose al unísono, sus risas mezclándose con la música.

Liam sintió que la sangre le hervía. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a sonreír así con otro hombre? ¿A bailar así? Ella era su esposa. Su esposa. La promesa. El juramento. Se abrió paso entre la multitud, sus ojos fijos en Isabella, una furia ciega consumiéndolo.

Isabella reía, el corazón ligero, la adrenalina corriendo por sus venas. El hombre, que se presentó como Marco, era divertido, atento, y la hacía sentir... deseada. Algo que Liam nunca le había hecho sentir. Estaba tan absorta en el momento que no vio a Liam acercarse, su rostro una máscara de furia.

—¡Isabella! —La voz de Liam, fría y autoritaria, cortó la música, el ruido, todo. Isabella se detuvo en seco, su sonrisa desvaneciéndose. Se giró lentamente, sus ojos encontrándose con los de Liam. La furia en su mirada la hizo temblar.

Marco, confundido, se interpuso entre ellos. —«¿Hay algún problema, amigo?»

Liam lo ignoró, sus ojos fijos en Isabella. —Vámonos. Ahora.

—No. —La palabra salió de los labios de Isabella antes de que pudiera detenerla. La miró a los ojos, desafiante—. No me iré a ninguna parte contigo. No eres mi dueño.

La mandíbula de Liam se apretó. —Soy tu esposo. Y te vas a casa conmigo. Ahora.

—¿Esposo? —Isabella soltó una risa amarga—. ¿Desde cuándo te importa lo que haga tu "esposa"? Llevas meses ignorándome, tratándome como si fuera un mueble. ¿Y ahora vienes aquí, a darme órdenes? No. No voy a ir a ninguna parte contigo.

Marco, sintiendo la tensión, intentó intervenir. —«Señorita, si no quiere irse, no tiene por qué hacerlo.»

Liam lo empujó a un lado, su mirada gélida. —«Esto no te incumbe.» —Luego, se volvió hacia Isabella, su voz baja y peligrosa—. Te lo advierto, Isabella. No me hagas perder la paciencia. Vámonos.

—No. —Isabella se mantuvo firme, a pesar del miedo que sentía—. No me iré contigo. No hasta que me digas por qué estás aquí. ¿Por qué te importa lo que haga?

Liam la miró, sus ojos oscuros, indescifrables. Un silencio tenso se cernió sobre ellos, la música del club pareciendo desvanecerse en el fondo. La gente a su alrededor comenzaba a mirarlos, curiosa. Liam se inclinó, su voz un susurro que solo ella pudo escuchar.

—Porque eres mía, Isabella. Y nadie más te va a tocar. —Tomó su brazo con fuerza, arrastrándola fuera de la pista de baile, a través de la multitud, hacia la salida. Isabella luchó, pero él era demasiado fuerte. Las palabras de Liam resonaron en su mente, una mezcla de posesividad y una extraña promesa. ¿Suya? ¿Después de todo este tiempo? El baile prohibido había terminado, y la verdadera confrontación apenas comenzaba.




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