El viaje de regreso a la mansión fue un silencio cargado de tensión. Liam conducía con la mandíbula apretada, sus nudillos blancos sobre el volante. Isabella, sentada a su lado, miraba por la ventana, el paisaje nocturno desfilando ante sus ojos, pero su mente estaba en la escena del club. Las palabras de Liam, "Porque eres mía, Isabella. Y nadie más te va a tocar", resonaban en su cabeza. ¿Celos? ¿Posesividad? ¿O solo la rabia de un hombre al que le habían desobedecido?
Cuando llegaron a la mansión, Liam apagó el motor y se giró hacia ella, sus ojos oscuros brillando en la penumbra del coche.
—¿Qué demonios crees que estabas haciendo, Isabella? —Su voz era baja, pero cargada de una furia contenida.
Isabella lo miró, su propio enojo burbujeando. —¡Divirtiéndome! Algo que tú no entiendes, al parecer. ¿Por qué te importa? Llevas meses ignorándome, tratándome como si fuera invisible. ¿Y ahora, de repente, te preocupas por lo que hago?
Liam soltó una risa amarga. —No me preocupo por ti. Me preocupo por la promesa que le hice a Sarah. No voy a permitir que te metas en problemas y arruines mi reputación. Eres mi esposa, te guste o no.
—¡Tu esposa! —Isabella se rió, sin humor—. ¿Desde cuándo te importa ese título? Para ti, soy solo un recordatorio constante de lo que perdiste. Una carga. Una obligación. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no siento tu desprecio cada vez que me miras?
Liam se inclinó hacia ella, su rostro a pocos centímetros del suyo. —No sabes nada, Isabella. No sabes el infierno que he vivido desde que Sarah se fue. No sabes el peso de esa promesa. Y no sabes lo que es perder a la persona que amas.
—¡Y tú sí! —replicó Isabella, las lágrimas asomando a sus ojos—. ¡Tú crees que eres el único que ha sufrido! ¡Sarah era mi hermana, Liam! ¡Mi única familia! ¿Crees que no me dolió perderla? ¿Crees que no me duele que me culpes por su muerte? ¡Yo no la maté! ¡Yo no quería que se fuera!
La voz de Isabella se quebró, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Liam se quedó inmóvil, su expresión endurecida. El silencio se hizo pesado, solo roto por los sollozos de Isabella.
—No te culpo por su muerte —dijo Liam finalmente, su voz más suave de lo que ella esperaba. Pero no había consuelo en sus palabras, solo una fría resignación—. Te culpo por ser... tú. Por ser la niña mimada que Sarah siempre protegió. Por no entender el mundo real. Por ser la razón por la que ella se fue.
—Su voz se apagó, y un velo de dolor cubrió sus ojos.
Isabella lo miró, confundida. ¿Sarah se había consumido por ella? ¿Qué significaba eso? Un nuevo tipo de dolor se instaló en su pecho, una mezcla de culpa y desesperación. Se dio cuenta de que había un abismo entre ellos, un abismo de malentendidos y resentimientos que parecía imposible de cruzar.
—No es justo —murmuró Isabella, su voz apenas un susurro—. No es justo que me culpes por algo que no entiendo. No es justo que me trates así. —Abrió la puerta del coche y salió, dejando a Liam solo en la oscuridad, con el peso de sus palabras y el fantasma de Sarah entre ellos. La confrontación había terminado, pero las heridas seguían abiertas, y el camino hacia la comprensión parecía más lejano que nunca.
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Editado: 31.08.2025