Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 4: Deber de Socorro

4.1: La Vigilia de la Culpa

La noche después del beso fue una masterclass en técnicas de tortura medieval adaptadas al siglo XXI, con certificación ISO y todo.

No porque me arrepintiera del beso.

Sino porque no me arrepentía ni un solo, maldito, microscópico segundo de él. Y esa falta de arrepentimiento era, en sí misma, el crimen más grave que podía cometer contra mi propia jurisprudencia moral.

Mi cama—esa cama individual de 90x190 cm que había sido testigo silencioso de cuatro años de existencia universitaria disciplinada—se había convertido en un tribunal permanente donde yo era simultáneamente juez severa, jurado hostil y reo confeso sin derecho a defensa. Las sábanas, normalmente aliadas en mi búsqueda de ocho horas reguladas de sueño, eran ahora testigos mudos de mi insomnio judicial, enrollándose alrededor de mis piernas como grilletes de algodón egipcio de 400 hilos que había comprado en oferta porque "la calidad del sueño es inversamente proporcional al nivel de estrés académico".

Cada vez que cerraba los ojos—y los cerraba con la desesperación de alguien tratando de apagar un incendio con pensamientos positivos—mi cerebro, ese proyector traidor equipado con tecnología de última generación, reproducía el beso en IMAX 4D con sonido envolvente Dolby Atmos y subtítulos emocionales en tres idiomas.

No era un recuerdo. Era una experiencia inmersiva completa.

Podía sentir todavía el calor de su mano en mi cintura—esa presión perfecta calibrada entre "te tengo y no te dejaré caer" y "eres libre de irte si así lo decides pero por favor no lo hagas". El peso específico de cada uno de sus dedos contra la tela de mi camiseta vintage de The Clash que Carmen me había prestado.

El sabor de sus labios (cerveza artesanal con nombre ridículo + notas de posibilidad sin catalogar + un retrogusto persistente de "esto va a doler de maneras que no están documentadas en ningún manual de medicina").

La textura exacta de su barba incipiente—tal vez tres días sin afeitar—rozando mi barbilla, mi mejilla, dejando una marca invisible que mi piel todavía podía sentir como si hubiera sido tatuada con tinta térmica.

A las 2:47 a.m., con los ojos ardiendo por la sequedad que viene después de llorar demasiado y luego prohibirse llorar más porque "las fiscales no lloran por besos, las fiscales analizan las implicaciones legales de los besos", llegué a una conclusión que habría sido obvia para cualquier persona con inteligencia emocional funcional:

Era evidencia irrefutable, del tipo que haría llorar de alegría a cualquier fiscal: me gustaba Diego Cifuentes.

No. "Gustar" era un eufemismo legal, una forma cobarde de minimizar el veredicto real.

Me gustaba con la intensidad de mil soles jurídicos colapsando simultáneamente. Me gustaba con la fuerza de un mandamiento judicial inapelable emitido por la Corte Suprema del universo. Me gustaba de una forma que violaba todos mis protocolos de seguridad emocional establecidos durante veintitrés años de existencia controlada, y probablemente varios artículos del código civil relacionados con el uso responsable de tus propias capacidades afectivas.

Y eso—esa simple, devastadora, irrefutable verdad—en el contexto de mi plan de venganza original que había iniciado todo esto, me convertía en culpable de traición en primer grado.

A mí misma.
A mis principios cuidadosamente cultivados.
A la arquitectura perfecta de mi vida pre-Diego, esa vida que ahora parecía una fotografía en blanco y negro de alguien que ya no reconocía.

4.2: El Nacimiento de una Monstruosidad

A las 3:17 a.m.—hora en que solo las malas decisiones y los fantasmas están despiertos—con los ojos secos como pergaminos antiguos preservados en museos olvidados, con el corazón ejecutando su propio harakiri ceremonial sin anestesia ni testigos, nació oficialmente la Operación Cupido.

No era un plan en el sentido tradicional.

Era una forma sofisticada de autoflagelación emocional. Era penitencia católica llevada al extremo por alguien que ni siquiera era particularmente religiosa. Era como si Dante Alighieri—después de terminar su tour por los nueve círculos—hubiera regresado para diseñar un décimo círculo extra del infierno específicamente para idiotas con títulos en Derecho que se enamoran de sus propias víctimas de venganza y luego intentan expiar su culpa mediante el martirio romántico.

Si no puedo ser su novia, razonó mi mente exhausta, funcionando con cero horas de sueño y los restos metabólicos de dos cervezas artesanales, al menos puedo garantizar que tenga una que lo merezca realmente. Será mi servicio comunitario emocional. Mi trabajo forzado sentimental. Mi forma de balancear las cuentas kármicas antes de que el universo me presente la factura con intereses compuestos.

Me arrastré fuera de la cama—un proceso que requirió más fuerza de voluntad que cualquier examen final que había tomado—hacia mi escritorio donde la laptop me esperaba como cómplice silenciosa de todas mis malas decisiones documentadas.

4.3: La Documentación del Autoengaño

Archivo: OPERACIÓN_CUPIDO_v2.0_FINAL_FINAL_AHORA_SÍ_EN_SERIO.docx
Creado: Sábado, 3:47 a.m., en estado de delirio moral agudo

OBJETIVO PRINCIPAL: Identificar, evaluar mediante criterios objetivos y subjetivos, y facilitar estratégicamente el emparejamiento del Sujeto Diego Cifuentes con una candidata óptima, garantizando su felicidad a largo plazo mientras simultáneamente mitigo mi responsabilidad criminal-emocional por haberlo usado como instrumento de venganza.

JUSTIFICACIÓN: Por cuanto la operadora (yo, Roxana Valdés) ha demostrado incompetencia grave y flagrante en el manejo de asuntos del corazón, y considerando que el Sujeto Diego Cifuentes merece amor genuino, honesto, sin agendas ocultas (no la versión defectuosa, llena de bugs, con malware emocional pre-instalado que yo ofrezco), se procede con este protocolo de inmolación romántica con pleno conocimiento de que el dolor resultante será proporcional a la estupidez del plan.



#4704 en Novela romántica
#1674 en Otros
#554 en Humor

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 12.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.