Jurisprudencia de un desastre romántico

Capítulo 4: Deber de Socorro (Aplicado a la Vida Amorosa de Otros)

La noche después del beso fue una tortura. Cada vez que cerraba los ojos, sentía el calor de su mano en mi cintura, el sonido de su risa por encima de la música, el sabor de sus labios. El beso no había sido un simple dato para archivar; había sido un evento sísmico que había dejado mi sistema de carpetas en ruinas.

Dios mío, me gusta este chico.

La admisión me golpeó con la fuerza de una sentencia firme. Era un gusto profundo, aterrador y completamente inconveniente. Y precisamente por eso, tenía que salvarlo de mí.

A las 3 de la madrugada, con una taza de té y mi portátil, nació el "Protocolo de Reubicación Afectiva", alias "Operación Cupido". Si había cometido un delito emocional (y lo había hecho), mi sentencia era realizar un servicio a la comunidad: encontrarle a Diego la novia perfecta.

Archivo: OPERACIÓN_CUPIDO.docx

  • Objetivo del Caso: Encontrar una pareja sentimental compatible para el sujeto (Diego Cifuentes), garantizando su felicidad a largo plazo y mitigando así la responsabilidad moral de la agente (yo).

  • Candidata #1: Gloria Soto.

    • Análisis: Estudiante de último año de Filología Clásica. Promedio: 10. Presidenta del club de debate. Famosa por su seriedad y su capacidad para citar a Ovidio en conversaciones casuales. Es la antítesis de Angélica. Es estable. Es predecible. Es... perfecta. En papel.

El lunes por la mañana, intercepté a Diego cerca de la máquina de café. Su sonrisa vaciló al verme, una mezcla de placer y confusión. —¡Tengo la solución! —lo interrumpí, mi voz sonando demasiado entusiasta. Sostuve mi tableta como si fuera un escrito de acusación—. He realizado un análisis preliminar de compatibilidad y he identificado a una candidata ideal para ti. Diego me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza. —¿Una... candidata? —Gloria Soto. Inteligente, centrada, nunca ha sido acusada de escalar una estantería. Es perfecta. Os he organizado un encuentro informal en la biblioteca a las 4 p.m. Sección de Historia Medieval. Es su hábitat natural. La expresión de Diego pasó de la confusión a la incredulidad, y luego a algo que parecía... ¿diversión? —Espera, ¿me estás organizando una cita a ciegas? ¿Después de...? —¡Es por tu bien! —insistí—. Piénsalo como una reparación de daños. Ahora, si me disculpas, tengo que preparar a la testigo. Digo, a la candidata.

A las 4 p.m., estaba escondida detrás de una estantería de la sección de los Visigodos, observando la "cita". Fue un desastre de proporciones épicas.

Claribel, con su seriedad habitual, comenzó a hablar sobre la estructura narrativa en las Metamorfosis de Ovidio. Diego, intentando ser amable, asentía, pero sus ojos vidriosos delataban un aburrimiento mortal. Yo, desde mi escondite, cronometraba la duración de sus monólogos. El récord fue de cuatro minutos y doce segundos ininterrumpidos sobre el uso del dativo en la poesía augusta.

—...y es fascinante cómo la jurisprudencia de la época influyó en el concepto de justicia poética —decía Claribel, apasionada. —Fascinante —repitió Diego, cuya alma parecía estar abandonando lentamente su cuerpo.

Diez minutos después, la conversación había muerto. Se quedaron en un silencio tan incómodo que hasta los libros parecían avergonzados. Diego miraba a su alrededor, buscando una vía de escape. Sus ojos se encontraron con los míos por una fracción de segundo por encima de un tomo sobre la Peste Negra. Le hice un gesto de "aguanta" con el pulgar. Él simplemente cerró los ojos con resignación.

Fue entonces cuando Angélica apareció, como un tiburón que huele sangre. Vio la escena: Diego, luciendo miserable; Claribel, mirando su reloj; y yo, asomando la cabeza por detrás de un libro. —Vaya, vaya —dijo en voz alta, asegurándose de que todos la oyeran—. Qué cuadro tan... intelectual. Diego, cariño, ¿has cambiado las fiestas por los seminarios de filología? Y Roxana, ¿ahora eres casamentera? Qué talento tan desperdiciado en Derecho.

La humillación fue total. Claribel, dándose cuenta de que había sido utilizada, se levantó, me lanzó una mirada asesina y se marchó. Angélica sonrió, satisfecha, y se fue contoneándose.

Me quedé a solas con Diego, que no parecía enfadado. Parecía... resignado. —Bueno —dijo, acercándose a mi escondite—. En una escala del uno al diez, ¿cómo calificarías el éxito de esta operación? —Admito que hubo fallos procesales —murmuré, saliendo de detrás de la estantería. —¿Fallos procesales? Roxana, fue un desastre. La pobre chica pensaba que iba a un debate académico, y yo sentí que estaba siendo entrevistado para un puesto que no solicité. Me sentí horrible. —Lo siento. De verdad. Pensé que en papel... —La gente no se enamora en papel —dijo suavemente, y su voz ya no tenía rastro de burla. Se acercó un poco más, y el espacio entre nosotros volvió a sentirse eléctrico—. ¿Por qué estás haciendo esto? —Porque te lo debo —confesé, sin poder mirarlo a los ojos—. Lo del viernes... no fue justo para ti. —¿No fue justo? —repitió, y su tono me obligó a levantar la vista. Había una intensidad en su mirada que me desarmó—. Roxana, lo del viernes fue la primera vez en meses que sentí algo real. Y luego saliste corriendo y ahora intentas endosarme a la presidenta del club de latín. No entiendo nada.

Se pasó una mano por el pelo, frustrado. —Mira, aprecio el... esfuerzo. Pero si de verdad quieres "reparar los daños", deja de intentar buscarme una novia y simplemente habla conmigo.

Me tendió una pequeña bolsa de papel que no había notado que llevaba. —Te traje esto. La abrí. Dentro había un pequeño libro de bolsillo: "Guía de Supervivencia para Bares Ruidosos". En la primera página, había escrito: "Capítulo 1: Cómo fingir que te gusta la banda. Capítulo 2: Técnicas avanzadas para comer alitas sin mancharte. Capítulo 3: No aceptes citas organizadas por abogadas bienintencionadas."




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.