Mi promesa a Diego de "no más candidatas sin consentimiento por escrito" duró exactamente doce horas. No es que quisiera romperla. Técnicamente, no lo hice. Simplemente, redefiní los términos del acuerdo en mi cabeza, un truco que cualquier buen abogado domina. No le buscaría "candidatas". Le presentaría "amigas potenciales" y dejaría que la naturaleza siguiera su curso. Yo solo sería la catalizadora. Una amiga servicial. Una consejera imparcial.
Una mentirosa de primera categoría.
Mi nuevo cuartel general era una mesa apartada en la biblioteca, supuestamente para preparar mi defensa en el simulacro de juicio (cuya fecha se acercaba peligrosamente), pero en realidad, era el centro de mando de la "Operación Cupido 2.0". Sobre mis libros de Derecho Procesal, tenía perfiles abiertos de Instagram y listas de miembros de clubes universitarios. Estaba investigando a mi próxima candidata como si fuera un testigo hostil.
La "Guía de Supervivencia para Bares Ruidosos" de Diego se había convertido en mi objeto de tortura personal. La leía compulsivamente, no por sus consejos absurdos, sino porque su letra estaba en ella. Cada vez que la abría, recordaba su sonrisa, el calor de su mano, el beso... y la culpa me golpeaba de nuevo, reforzando mi ridícula misión.
—¿Investigando tu próximo movimiento o simplemente admirando mi obra maestra literaria?
La voz de Diego me sacó de mi trance. Se sentó frente a mí, dejando caer una pila de libros sobre la mesa. Mi corazón dio un vuelco. Se había convertido en una rutina: él "casualmente" me encontraba en la biblioteca, y pasábamos horas en un silencio cómodo, estudiando juntos. Eran los momentos más felices y tortuosos de mi día.
—Estaba repasando el Capítulo 3 —dije, señalando la página—. "No aceptes citas organizadas por abogadas bienintencionadas". Es un consejo sólido.
—El mejor del libro —confirmó, con una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos—. ¿Sabes? Por un segundo, después de que Claribel saliera corriendo y Angélica hiciera su espectáculo, pensé que te habías rendido.
—No me rindo fácilmente —respondí, y la doble intención de mis palabras flotó en el aire—. Solo... reevalúo mi estrategia.
Esa tarde, la tensión era casi insoportable. Estábamos sentados tan cerca que nuestras rodillas se rozaban bajo la mesa. Cada vez que me inclinaba para leer uno de sus apuntes, podía oler su perfume. En un momento, señaló un párrafo en mi libro, y sus dedos rozaron los míos. El contacto fue como una descarga eléctrica. Ambos retiramos las manos como si nos hubiéramos quemado. Levanté la vista y sus ojos estaban fijos en los míos, oscuros y llenos de una pregunta que no se atrevía a hacer. Estábamos a punto de decir algo, de romper esa barrera invisible...
Y entonces, mi teléfono vibró. Era mi recordatorio: "Presentar Candidata #2".
Salvada por la campana. O condenada.
Mi lógica para la siguiente candidata era impecable. Si Claribel había fallado por ser demasiado intelectual y rígida, la solución era encontrar a alguien que fuera su opuesto absoluto.
Candidata #2: María. (Sí, solo María).
Análisis: Estudiante de Bellas Artes. Especialidad: performance art. Su Instagram era una colección de fotos de ella misma cubierta de arcilla, envuelta en tul o meditando en medio del campus. Es espontánea. Es artística. Es todo lo que yo no soy. Perfecta para alguien que necesita salir de la "obra de teatro" de Angélica.
—Oye —dije, mi voz sonando falsamente casual—. Mi amiga María va a hacer una pequeña performance aquí en el campus en diez minutos. Se llama "El Renacer del Hormigón". Suena... interesante. ¿Quieres venir? Como amigos. Para apoyar las artes.
Diego me miró con una sospecha infinita. —¿Tu amiga? ¿Desde cuándo tienes amigos en Bellas Artes? —Expando mis horizontes —mentí descaradamente.
La "performance" tuvo lugar en la plaza central. María, vestida con un mono blanco, estaba de pie sobre un pedestal, completamente inmóvil. Durante veinte minutos, no hizo absolutamente nada. La gente pasaba, la miraba con curiosidad y seguía su camino.
—Es... minimalista —dijo Diego, tratando de ser diplomático. —Está explorando el concepto del vacío existencial en el entorno urbano —recité de la descripción del evento, sintiendo cómo mi credibilidad se desvanecía.
Justo cuando pensaba que no podía ser peor, Angélica apareció. Esta vez no estaba sonriendo. Se dirigió directamente hacia mí, ignorando a Diego.
—Así que esto es lo que haces ahora, ¿eh, Valdés? —espetó, su voz baja y furiosa—. Primero intentas robarme al novio, y ahora que no te funciona, ¿le buscas reemplazos raritos? Eres patética. Eres una oportunista sin corazón, y todo el mundo empieza a darse cuenta.
Sus palabras me golpearon, más porque una parte de ellas se sentía cierta. Me quedé helada, sin saber qué decir.
Pero fue Diego quien intervino. Se interpuso entre Angélica y yo, su cuerpo era un escudo protector. —Ya basta, Angélica. Roxana es mi amiga. Y lo que hagamos no es asunto tuyo. Vete.
Angélica lo miró, sorprendida por su firmeza. Luego me lanzó una mirada llena de veneno y se marchó, pero su amenaza quedó flotando en el aire.
La performance de María terminó. Se bajó del pedestal y se acercó a nosotros. —¿Qué os ha parecido? ¿Habéis sentido la quietud del alma urbana? —Fue... profundo —dijo Diego, antes de volverse hacia mí—. Roxana, ¿podemos hablar? A solas.
Nos alejamos unos metros. La cara de Diego era una mezcla de frustración y preocupación. —¿"Tu amiga María"? ¿En serio? —Vale, lo admito. La encontré en Instagram —confesé, derrotada—. Pero sus criterios de compatibilidad eran... —¡No me importan los criterios! —exclamó, bajando la voz—. ¿No entiendes que no quiero que me busques a nadie? La única persona con la que quiero pasar el tiempo... la única persona que me hace sentir que no estoy actuando... eres tú.