Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 6: Artículo 172: De las Amenazas y Coacciones (o Cómo Sobrevivir a un Sábado)

6.1: La Cuantificación de lo Incuantificable

Existe una creencia generalizada—casi universal, aceptada por poetas y científicos por igual—de que los sentimientos son irracionales, caóticos, fundamentalmente imposibles de cuantificar mediante métodos empíricos o análisis estadístico.

Yo, Roxana Valdés, estudiante de Derecho con promedio de 9.8 y tendencias obsesivo-compulsivas documentadas, solía creer que esa creencia era una falacia propagada por gente que no había aplicado suficiente rigor metodológico al problema.

Solía creer que todo podía ser cuantificado si usabas las variables correctas, si diseñabas el algoritmo apropiado, si recopilabas suficiente data empírica.

Hasta esta noche.

Esta noche—viernes, 11:47 p.m., en mi apartamento con las luces apagadas excepto por el brillo fantasmal de mi laptop—descubrí que estaba equivocada.

Porque esta noche no estoy cuantificando el amor con curiosidad académica.

Estoy cuantificando el dolor con precisión quirúrgica.

Y resulta que el dolor es mucho más fácil de medir que la felicidad.

El dolor tiene peso específico. Tiene densidad. Tiene presencia física que puedes sentir en tu pecho como objeto sólido desplazando órganos vitales.

Sentada frente a mi portátil—la única fuente de luz en mi habitación oscura, proyectando sombras azuladas que hacen que todo parezca escena de película de ciencia ficción donde el científico loco finalmente comprende la magnitud de su error—abrí un nuevo archivo.

Mis dedos se posaron sobre el teclado. Temblaban ligeramente. Noté el temblor y lo odié—evidencia física de pérdida de control, síntoma visible de que mi sistema operativo emocional estaba fallando.

Lo titulé con la formalidad de documento legal:

"Caso Cifuentes_D_AnálisisAfectivo_CONFIDENCIAL.xlsx"

Era una hoja de cálculo.

Una hoja de cálculo de Excel para mis sentimientos.

Porque si no podía controlarlos—y era cada vez más obvio que no podía, que habían escapado completamente de mi jurisdicción y estaban operando como entidad independiente—al menos podía entenderlos. Podía desglosarlos en componentes medibles, categorizarlos según taxonomía apropiada, y con suerte—con mucha suerte—encontrar un precedente legal, un tecnicismo, alguna cláusula oscura que me permitiera desestimarlos por falta de fundamento.

Creé la primera pestaña: "REGISTRO DE EVIDENCIA EMOCIONAL"

Comencé a llenar las celdas con la meticulosidad de forense documentando escena de crimen:

EVENTOFECHAACELERACIÓN CARDÍACADURACIÓNNIVEL DE ARREPENTIMIENTOPROBABILIDAD DE REINCIDENCIAEncuentro Inicial (Biblioteca)16/Oct7/1015 min5/106/10Incidente del Azucarero (El Tintero)18/Oct8/1030 min4/107.5/10Beso (Old Anchor)20/Oct11/104 min 37 seg2/109.8/10Regalo del Libro23/Oct9/10Continuo1/10N/ACoche Averiado (Tormenta)25/Oct8.5/1045 min3/108/10

Miré los datos desplegados en columnas ordenadas, números precisos en celdas perfectamente alineadas.

Eran condenatorios.

No necesitaba análisis de regresión sofisticado ni algoritmos de machine learning para ver el patrón.

La aceleración cardíaca aumentaba con cada encuentro. El arrepentimiento disminuía proporcionalmente. La probabilidad de reincidencia se acercaba asintóticamente al 10/10—el máximo absoluto, certeza matemática.

Mi propio análisis—diseñado supuestamente para ayudarme a racionalizar, a encontrar escape lógico—demostraba más allá de toda duda razonable, con significancia estadística del 99.9% y intervalo de confianza que haría llorar de orgullo a cualquier estadístico, que estaba total y absolutamente enamorada de Diego Cifuentes.

No "me gusta".
No "siento atracción hacia".
No "experimento preferencia significativa por su compañía".

Enamorada.

Con todas las connotaciones irracionales, impredecibles, incontrolables que la palabra implicaba.

Y eso, en el contexto de mi plan de venganza original—mi esquema frío y calculado de usar su vulnerabilidad post-Angélica como arma—era un crimen de lesa integridad.

Era traición a mis propios principios.

Era la evidencia final de que Roxana Valdés, arquitecta de sistemas perfectos, había perdido completamente el control de su propio caso.

6.2: El Análisis de Riesgos (o: Cómo Documentar Tu Propia Destrucción)

Pasé a la siguiente pestaña, creada en momento de claridad masoquista a las 2:34 a.m. de la noche anterior:

"Análisis de Riesgos - Operación Cupido"

Allí, en letras rojas (había cambiado el color de fuente específicamente para transmitir urgencia, peligro, señales de advertencia que mi cerebro aparentemente necesitaba ver visualizadas), había una lista que me heló la sangre incluso en la calidez de mi habitación:

RIESGO #1: El plan podría tener éxito.

  • Sub-riesgo 1A: Diego podría enamorarse de María
  • Sub-riesgo 1B: María podría corresponder
  • Sub-riesgo 1C: Yo tendría que presenciar su felicidad
  • Probabilidad: 35% (bajando con cada encuentro fallido)
  • Impacto: Catastrófico. Pérdida total. Sin recuperación posible.

RIESGO #2: Dolor emocional agudo sostenido.

  • Descripción: Dolor tipo "ver a persona amada con otra" multiplicado por "es tu culpa directa"
  • Duración estimada: Indefinida. Posiblemente permanente.
  • Probabilidad: 98.7%
  • Impacto: Severo. Requiere terapia extensiva que probablemente no buscaré.

RIESGO #3: Pérdida de la única relación genuina de mi vida.

  • Nota: Por "genuina" me refiero a: sin protocolos pre-establecidos, sin máscaras sociales, sin versión editada de mí misma
  • Probabilidad: 87% (aumentando diariamente)
  • Impacto: Irreversible. Posiblemente define trayectoria de vida futura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.