Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 7: Artículo 45 – Comparecencia y Confesiones (Parciales)

7.1 Notificación de Desastre

Mi pecho latía como un martillo neumático mal calibrado. Si antes creía que un expediente era lo más peligroso que podía romperme, ahora entendía que una sola conversación —una confesión, un mensaje, una audiencia— tenía más filo que cualquier sentencia.

Cerré la laptop de un golpe, levanté mi taza de té con mano temblorosa y leí por tercera vez el correo:

Comparecencia ante Comité de Ética: 14:00, martes próximo.

Sonaba casi gracioso: martes, 14:00, hora punta para morir profesionalmente.

—¿Qué haces mirando la pantalla como si fuera tu obituario? —preguntó Carmen, materializándose a mi lado con su habitual falta de respeto por el espacio personal.

—Básicamente lo es —respondí, girando la laptop para que pudiera leer.

Sus ojos se ensancharon.

—Oh. Oh. Esto es... esto es malo.

—¿En serio? No me había dado cuenta —repliqué con un sarcasmo que no lograba ocultar mi pánico.

Carmen se dejó caer en la silla frente a mí, su rostro reflejando una preocupación genuina que me hizo sentir peor.

—Mira, sé que las cosas se pusieron raras después de... bueno, después de lo del beso y todo el drama, pero no pensé que Angélica llegaría tan lejos.

—Aparentemente, subestimé su nivel de rencor —murmuré, cerrando el correo—. Debí haber leído el manual: "Cómo no enemistarse con la ex novia vengativa de tu crush".

—Ese sería un bestseller instantáneo —Carmen intentó bromear, pero su sonrisa no llegó a sus ojos—. ¿Qué vas a hacer?

—¿Emigrar a un país sin tratado de extradición?

—Roxana...

—Prepararme —dije finalmente, mi voz más firme de lo que me sentía—. Tengo tres días. Puedo construir una defensa en tres días.

Carmen me miró con una mezcla de admiración y preocupación.

—Esa es mi amiga, la abogada en entrenamiento. Pero, Rox... ¿has hablado con Diego sobre esto?

La mención de su nombre fue como un puñetazo al estómago.

—No desde... desde que le mentí sobre lo de María.

—Ay, cielo —Carmen suspiró—. Eso fue épicamente desastroso.

—Gracias por el recordatorio —mascullé.

7.2 El Santuario Convertido en Celda

La biblioteca, antes mi santuario, ahora se sentía como una celda. El silencio no era pacífico, era acusatorio. Cada libro parecía juzgarme. La silla vacía frente a mí era un fantasma, un recordatorio punzante de la última conversación con Diego.

"No me busques hasta que lo hagas."

¿Hasta que hiciera qué? ¿Hasta que eligiera entre mi futuro y mi corazón?

La pregunta era una trampa. Al mentirle para proteger mi carrera, ya había perdido lo que empezaba a valorar más.

Me hundí más en mi silla, rodeada de códigos legales y estatutos universitarios. El Reglamento Estudiantil estaba abierto en el Artículo 45: Conducta Inapropiada y Procedimientos Disciplinarios. Las palabras se difuminaban en la página.

Cualquier estudiante acusado de manipulación emocional, coerción o conducta que perjudique el bienestar de otro miembro de la comunidad universitaria...

—Suena como si hubiera cometido un crimen de guerra —murmuré para mí misma.

—Técnicamente, solo traición del corazón —dijo una voz familiar.

Levanté la vista bruscamente. Diego estaba allí, a unos metros de distancia, con las manos en los bolsillos y una expresión que era difícil de descifrar.

Mi corazón se disparó.

—¿Qué... qué haces aquí? —tartamudeé.

—Estudiar —respondió con simpleza, señalando los estantes—. También es mi biblioteca.

—Pensé que no querías verme.

—No dije eso —se acercó lentamente, como si temiera que yo pudiera salir corriendo—. Dije que no me buscaras hasta que lo hicieras. Pero eso no significa que no pueda aparecer yo.

La lógica era retorcida, pero típicamente Diego.

—Soy tan predecible —suspiré.

—Eres dedicada —corrigió, sentándose en la silla fantasma—. Sabía que estarías aquí, enterrada en documentos legales, preparando tu defensa como si fueras a enfrentarte a la Corte Suprema.

—Es casi peor —admití—. El Comité de Ética tiene el poder de destruir mi futuro.

Diego observó los documentos esparcidos en la mesa.

—¿Has comido algo hoy?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—¿Qué?

—Comida, Roxana. Nutrientes. Sustento básico para la vida humana.

—Tuve... media galleta hace unas horas.

Él negó con la cabeza, sacando de su mochila una bolsa de papel.

—Sabía que dirías algo así. Traje sándwiches.

El olor a pan recién horneado y pollo invadió el espacio entre nosotros. Mi estómago rugió traicioneramente.

—Diego, no tienes que...

—Sí tengo que —interrumpió, empujando la bolsa hacia mí—. Porque aunque estés empeñada en autodestruirte con tu ética del trabajo enfermiza, alguien tiene que recordarte que eres humana.

Tomé el sándwich, sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas.

—No merezco que seas amable conmigo.

—Probablemente no —acordó con una media sonrisa—. Pero aquí estoy de todos modos. Soy masoquista así.

7.3 Cargos Formales y Pánico Sistematizado

La notificación oficial llegó a mi correo universitario a la mañana siguiente, un PDF frío e impersonal que detallaba los cargos:

"Conducta perjudicial para la integridad de la comunidad estudiantil. Manipulación de compañeros. Acoso."

Las palabras de Angélica, ahora formalizadas en un documento que mancharía mi expediente para siempre.

La audiencia era en tres días.

Tres días para preparar la defensa de mi vida.

Mi cerebro, por fin, encontró un ancla en el pánico. Se aferró a lo único que sabía hacer: trabajar. Me encerré en un cubículo de estudio y me convertí en mi propia abogada.

Abrí un documento en blanco y empecé a escribir:

CASO Nº 734: Comité de Ética vs. Valdés, R.

Estrategia de Defensa Principal: Negación Plausible y Desacreditación de la Parte Acusadora.




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