7B:.1 Anatomía del Pánico
El pánico es un mal abogado. No presenta argumentos, solo objeciones. Y en ese momento, mi cerebro —esa fortaleza de lógica y orden— estaba siendo asediado por un motín de pánico irracional.
La foto falsa de Angélica ardía en mi retina. No era solo una mentira; era una trampa perfectamente diseñada para destruirme. Y lo peor no era que fuera falsa.
Era que una parte de ella era cierta.
Había estado en la biblioteca. Había hablado con Mancio. Había usado a Diego.
Angélica había tomado mis errores y los había convertido en una narrativa que el mundo entero creería.
Después de que Diego y Carmen se fueran a sus respectivas casas pasada la medianoche, me encontré sola en mi habitación. La sala de estudio había sido mi trinchera, pero aquí, rodeada de mis propias cosas, el peso de todo se sentía diferente. Más personal. Más real.
Me senté en el suelo, rodeada de libros que ya no ofrecían consuelo, solo juicio. Cada lomo, cada título, parecía una acusación silenciosa de mis fracasos.
Derecho Procesal: "Has violado todos los procedimientos." Ética Profesional: "Esto no tiene nada de ético." Contratos: "Rompiste el contrato social básico de la honestidad."
Intenté redactar una defensa por enésima vez.
Abrí mi laptop y empecé a escribir:
DEFENSA PRELIMINAR - BORRADOR 7
Argumento 1: Negación plausible. → Refutación interna: Mi comportamiento ha sido un caos. Nada de esto es plausible. El comité verá a través de esto en dos segundos.
Argumento 2: Desacreditación de la acusadora. → Refutación interna: No tengo pruebas. Solo tengo mi palabra contra la suya… y mi palabra ya no es confiable. Diego puede confirmar que le mentí. Claribel puede confirmar que manipulé situaciones. Estoy acabada.
Argumento 3: Contexto mitigante. → Refutación interna: "Estaba vengándome" no es exactamente una defensa estelar. Es más bien una confesión de culpabilidad con pasos adicionales.
Borré todo. Lo reescribí. Lo borré de nuevo.
Nada funcionaba. Cada argumento que construía se desmoronaba bajo su propio peso.
Las lágrimas, esa variable que nunca incluía en mis análisis, amenazaban con desbordarse.
Me sentía sola. Atrapada en un laberinto que yo misma había construido.
Mi teléfono vibró. Un mensaje de mi mamá:
"Hija, ¿cómo van los estudios? Tu papá pregunta si vendrás el domingo para el almuerzo familiar."
Perfecto. Ni siquiera podía decirle a mi familia lo que estaba pasando. ¿Cómo se lo explico? "Hola, mamá. ¿Recuerdas cuando me dijiste que la universidad sería los mejores años de mi vida? Bueno, resulta que los gasté en un plan de venganza fallido que terminó con mi reputación destruida y una audiencia disciplinaria. ¿Qué hay de postre?"
7B.2: Llamando a los Refuerzos.
Y entonces, en un acto de pura desesperación, hice algo que mi antiguo yo habría considerado un fallo procesal grave:
Admití la derrota y pedí refuerzos.
No llamé a Carmen, que ya había hecho tanto. No llamé a Diego, que necesitaba espacio. No llamé a mis padres, que solo se preocuparían.
Llamé a la única persona que me conocía mejor que yo misma.
Marqué el número con dedos temblorosos.
—¿Hola? —la voz de Valentina sonó al otro lado, vibrante y llena de energía—. Si esto es para criticar mi nuevo proyecto de arte, te informo que las alpacas con sombrero son una declaración política sobre la mercantilización de la ternura.
Intenté responder, pero mi voz se rompió en un sonido ahogado, una mezcla patética de sollozo y frustración.
—Val… —logré decir—. Necesito ayuda.
El silencio al otro lado fue instantáneo. Todo el torbellino de energía creativa de Valentina se detuvo.
Cuando volvió a hablar, su tono era diferente. Firme. Sin rastro de broma.
—Voy para allá. No te muevas.
—Pero es tarde y...
—Roxana Alejandra Valdés —usó mi nombre completo, lo que significaba que hablaba en serio—. He manejado tres horas para llevarte helado cuando tu ex te dejó por mensaje. Puedo manejar veinte minutos por una emergencia real. Prepara café. El que sea fuerte.
Colgó.
Me quedé mirando el teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Valentina tenía una presentación de arte mañana temprano. Tenía su propia vida, su propio caos creativo que manejar. Y aquí estaba yo, arrastrándola a mi desastre.
Pero conocía a mi hermana. Ya estaba en camino, probablemente conduciendo por encima del límite de velocidad y cantando a todo pulmón alguna canción indie obscura.
Me levanté del suelo, me lavé la cara, y puse agua a hervir. Si Valentina venía en modo "hermana mayor al rescate", lo mínimo que podía hacer era tener el café listo.
7B.3: Huracán de Colores.
Diez minutos después —definitivamente manejó por encima del límite de velocidad— la puerta de mi habitación se abrió de golpe.
Valentina entró como un huracán de colores, vestida con algo que parecía un mono de pintor salpicado de pintura neón y botas de combate moradas. Su cabello, un arcoíris de mechas de colores este mes, estaba recogido en un moño caótico del que escapaban mechones rebeldes.
Se detuvo en seco, observando la escena: yo, recién levantada del suelo, rodeada de libros como si fueran los restos de un naufragio, con el rostro manchado de lágrimas y probablemente con ojeras que rivalizaban con un mapache.
—Okay —dijo, cerrando la puerta detrás de ella—. En una escala del uno al "necesito cambiar mi identidad y mudarme a Belice", ¿qué tan malo es?
—Belice suena lindo —murmuré—. ¿Tienen tratado de extradición?
—Rox.
—Nueve punto cinco —admití finalmente—. Con tendencia a diez.
Valentina dejó caer su bolso de mensajero —sin duda lleno de materiales de arte aleatorios— y se sentó frente a mí en el suelo, cruzando las piernas. No dijo "¿Qué pasa?". No hizo preguntas obvias.