8.1 La Foto Que Cambió la Guerra
El mundo se redujo al brillo de la pantalla de mi teléfono y al rostro horrorizado de Diego. Por un instante, el silencio en el pasillo polvoriento fue absoluto. El aire olía a polvo, a miedo y a la mentira de Angélica hecha imagen.
—¿Es una broma? —dijo Diego finalmente, su voz era un gruñido bajo y furioso.
Tomó el teléfono de mi mano, sus dedos rozando los míos en el proceso. La imagen se reflejaba en sus ojos oscuros mientras la analizaba con una intensidad casi física. Su incredulidad se transformó en una ira fría que nunca le había visto.
—Esta basura... —continuó, haciendo zoom en la imagen—. La edición es tan mala que parece hecha en Paint. Mira esto: el sombreado de tu mano no coincide con la iluminación del fondo. Y aquí, en el borde de tu manga, se puede ver el corte del Photoshop. Nadie que preste atención puede creerse esto.
Su reacción fue tan inmediata, tan llena de una fe incondicional en mí, que sentí como si me devolviera el aire a los pulmones. No dudó. No cuestionó. No pidió explicaciones.
Simplemente, se puso de mi lado.
—Angélica... —susurró, y el nombre sonó como una maldición—. Ha ido demasiado lejos.
—Lo ha hecho público —dije, mi voz apenas un hilo—. Y tiene miles de vistas. Lo usará en la audiencia. Estoy acabada.
—No —dijo con una firmeza que me sacudió. Me tomó por los hombros, obligándome a mirarlo—. No lo estás. Esto no es una prueba en tu contra, Roxana. Es una prueba en contra de ella. Es la demostración perfecta de su malicia. Y vamos a usarla para destruirla.
"Vamos".
Esa palabra. Cambió todo. Ya no estaba sola. Éramos un equipo.
Pero en lugar de alivio, sentí pánico. Porque si perdíamos, no solo arruinaría mi carrera. Arruinaría la suya también. Y eso… eso era insoportable.
—Diego, no puedes involucrarte más —dije, apartándome de sus manos—. Si Angélica te ve como mi aliado, te arrastrará también. Tu reputación, tus referencias, todo podría...
—¿Crees que me importa eso? —interrumpió, con una intensidad que me dejó sin palabras—. Roxana, después de todo lo que me has confesado, después de saber que nuestro inicio fue una mentira, lo único real en todo este desastre es esto: que quiero estar aquí. Contigo. Peleando esto.
—Pero...
—Nada de peros —cortó—. Ya tomé mi decisión.
8.2 Movilización de Fuerzas
Las siguientes 48 horas fueron un torbellino de cafeína, miedo y una extraña y nueva determinación.
Mi pequeño cubículo de estudio se convirtió en un cuarto de guerra improvisado. Habíamos pegado notas adhesivas en las paredes con timelines, nombres, evidencias. Parecía la oficina de un detective obsesionado, solo que en lugar de investigar un asesinato, estábamos investigando un carácter.
Diego, usando su carisma y su extensa red de contactos —el chico conocía a medio campus—, empezó a sembrar la duda sobre la veracidad de "El Eco del Campus". Contactó a amigos en diferentes facultades, a miembros de clubes estudiantiles, incluso al editor del periódico universitario oficial.
—Si podemos hacer que cuestionen la fuente —explicó mientras escribía mensajes en su teléfono—, la credibilidad de la foto se desmorona antes de que llegue a la audiencia.
Carmen llegó a las 10 PM del primer día con refuerzos: café de la cafetería que sabía a gasolina pero tenía suficiente cafeína para resucitar a un muerto, y una bolsa llena de snacks poco saludables.
—Combustible para el cerebro —declaró, dejando todo en la mesa—. Ahora, muéstrame esa foto basura.
Pero nuestra arma secreta llegó a medianoche.
Valentina.
Mi hermana entró a la biblioteca como un huracán de energía creativa, vestida con algo que parecía una mezcla entre un paracaídas y un vestido de alta costura. Llevaba su tableta bajo el brazo y una expresión que solo podía describir como "sedenta de justicia artística".
—¿Dónde está la evidencia fraudulenta? —preguntó sin preámbulos.
Le mostré la foto en mi teléfono. Valentina la miró durante menos de cinco segundos antes de soltar una carcajada despectiva.
—Patético —decretó—. El sombreado está mal. La resolución del fondo no coincide con la tuya. Y por Dios, ¿quién te creería seduciendo a alguien con esa blusa? Es demasiado... competente. No grita "seducción clandestina". Grita "tengo una reunión de estudio a las 3 PM".
A pesar de todo, reí.
—Pero la gente lo está compartiendo, Val —dije, la risa muriendo en mi garganta—. Ya tiene más de dos mil compartidos. Los comentarios son... brutales.
—¡Exacto! —exclamó Valentina, sus ojos brillando con esa luz peligrosa que aparecía cuando tenía un plan—. Y por eso vamos a contraatacar. No con lógica, sino con ridículo. El ridículo es el antídoto perfecto del veneno social.
Sacó su tableta y sus dedos volaron sobre la pantalla.
—Necesito a mi equipo —murmuró, más para sí misma—. Los mejores diseñadores gráficos que conozco. Los que entienden que el arte puede ser un arma.
8.3 La Guerrilla Gráfica
En menos de una hora, Valentina había movilizado a su "ejército" de estudiantes de diseño gráfico y arte digital a través de un chat grupal llamado "Guerrilla Gráfica".
Nuestro cubículo, que ya estaba lleno, se desbordó con la llegada de cinco jóvenes creativos con laptops, tablets y una actitud que mezclaba diversión con indignación artística. Todos analizaban la foto falsa de Angélica con el desdén de expertos en arte examinando una falsificación barata.
—La iluminación es inconsistente aquí y aquí —dijo un chico con gafas de pasta gruesa, señalando puntos específicos—. La luz viene de dos direcciones diferentes, lo cual es físicamente imposible en ese espacio de la biblioteca.
—Y mira ese borde pixelado —añadió una chica con el pelo teñido de rosa neón—. Es un trabajo de aficionado. Quien hizo esto no sabía ni usar las herramientas básicas de fusión.