8B.1: El Limbo de la Victoria.
La victoria en la audiencia me había dejado con una extraña mezcla de euforia y agotamiento.
Había pasado una semana desde que el Comité de Ética había absuelto todos los cargos en mi contra y había abierto una investigación formal sobre las acciones de Angélica. Una semana desde que el campus había pasado de verme como "la manipuladora" a "la que sobrevivió a Angélica Ramos".
Los memes todavía circulaban, pero ahora con un tono diferente. Mi favorito era uno que me mostraba como una guerrera medieval con el texto: "Cuando intentan destruirte con Photoshop pero traes evidencia forense".
Había salvado mi expediente, sí, pero la confesión completa a Diego todavía pesaba sobre mí como un caso pendiente. Estábamos en una especie de limbo feliz, un alto el fuego donde ambos sabíamos que quedaba una conversación importante por tener sobre qué éramos exactamente, pero estábamos disfrutando demasiado de la paz para iniciarla.
Habíamos caído en una rutina cómoda: estudiar juntos en la biblioteca, compartir cafés en la mañana, mensajes de buenas noches que se extendían hasta la madrugada. No habíamos definido nada oficialmente. No habíamos tenido "la conversación".
Y honestamente, estaba bien con eso.
Por ahora.
Fue durante este interludio que recibí una llamada frenética de Valentina.
—¡Roxana! ¡Necesito ayuda legal! ¡Estoy siendo víctima de una tiranía académica!
Miré mi teléfono con una mezcla de diversión y exasperación. Estaba en medio de estudiar para un examen de Derecho Constitucional, rodeada de libros y notas.
—¿Qué ha pasado ahora, Val? —pregunté, poniendo el teléfono en altavoz—. ¿El profesor de historia del arte ha vuelto a criticar tu uso del fucsia?
—¡Peor! —exclamó con dramatismo—. ¡El profesor Dávila me ha puesto un cero en mi proyecto final! ¡Un CERO! Dice que no seguí las especificaciones técnicas. ¡Esto va a arruinar mi promedio! ¡Podría perder mi beca!
Eso llamó mi atención. La beca de Valentina era importante. Sin ella, tendría que dejar la universidad.
—¿Y seguiste las especificaciones? —pregunté, mi cerebro de abogada activándose por instinto.
Hubo una pausa reveladora.
—Bueno... mayormente. Hice una pequeña... reinterpretación artística de la tarea. ¡Pero es brillante! ¡Él simplemente no entiende mi visión! ¿Puedes hablar con él? ¿Usar tus palabras de abogada intimidantes?
La antigua Roxana habría dado un sermón sobre la importancia de seguir las reglas y habría desestimado el caso por falta de mérito técnico.
Pero la nueva Roxana, la que acababa de ganar una audiencia defendiendo el espíritu por encima de la letra, la que había aprendido que a veces las reglas necesitan ser interpretadas con humanidad, sintió una punzada de lealtad familiar.
—Estaré allí en veinte minutos —dije, y colgué.
Diego, que había estado estudiando conmigo en mi habitación, levantó la vista de su laptop con una ceja arqueada.
—¿Vas a enfrentarte a un profesor por una "reinterpretación artística"?
—Es mi hermana —respondí, encogiéndome de hombros mientras cogía mi bolso y empezaba a guardar mis cosas—. El deber de representación familiar es un principio no escrito pero vinculante.
Diego cerró su laptop con una sonrisa.
—¿Puedo ir? Esto suena entretenido.
—¿Quieres ver a mi hermana en modo crisis artística?
—Quiero verte a ti en modo abogada defensora —corrigió—. Es mi nueva cosa favorita.
8.B.2 El Caso de las Alpacas Festivas
Cuando llegamos al departamento de Bellas Artes, encontramos a Valentina al borde de las lágrimas, discutiendo con el profesor Dávila —un hombre de unos sesenta años con aspecto severo y una corbata que probablemente era más vieja que yo— frente a su proyecto.
El proyecto en cuestión era una serie de serigrafías colgadas en la pared del estudio. En lugar del patrón geométrico abstracto que aparentemente se había asignado, las impresiones mostraban una serie de llamas (el animal, no el fuego) con sombreros de fiesta, cada una en una pose diferente pero siguiendo un patrón repetitivo claramente intencional.
Era, objetivamente hablando, adorable. Y técnicamente impresionante.
Pero definitivamente no era lo que se había pedido.
—Señorita Valdés, la tarea era clara —decía el profesor con tono de hastío profesional—. Serigrafía de tres colores, patrón geométrico abstracto. Esto, aunque... creativo, no cumple con los requisitos básicos de la asignación.
—¡Pero demuestra un dominio de la técnica! —protestaba Valentina, señalando las impresiones—. ¡Mire la precisión del registro! ¡La saturación del color! ¡La complejidad de las capas!
—La habilidad técnica no está en disputa —respondió el profesor—. La incapacidad de seguir instrucciones simples, sí.
Diego me miró de reojo, claramente esperando a ver qué haría.
Me acerqué, carraspeando para llamar la atención de ambos.
—Profesor Dávila, disculpe la interrupción. Soy Roxana Valdés, la hermana de Valentina. Entiendo que hay una disputa sobre la calificación de este proyecto.
El profesor me miró por encima de sus gafas con expresión de "no tengo tiempo para esto".
—¿Y usted es...?
—Una estudiante de Derecho que cree firmemente en la interpretación justa de las normativas —dije con una sonrisa tranquila y profesional—. Y me gustaría revisar los términos exactos de la asignación, si me lo permite.
Valentina me pasó el sílabo del curso, marcado y subrayado con su típico caos organizado de colores.
Diego se quedó un paso por detrás, observando con una expresión de pura diversión y admiración.
8.B.3 El Arte de la Argumentación Legal
—Profesor, si me permite —comencé, adoptando mi tono más persuasivo, el que había usado en la audiencia—. Según leo aquí, el objetivo de la tarea, tal como está redactado en el sílabo, era "demostrar maestría en la técnica de serigrafía de tres colores y la capacidad de crear un patrón cohesivo y repetible". ¿Es correcto?