Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 9: Artículo 193 – De la Confesión Sincera

9.1 El Peso de la Victoria

La adrenalina de la victoria en la audiencia se había disipado, dejando en su lugar un frío y familiar pánico.

Había salvado mi expediente, sí. El Comité de Ética había absuelto todos los cargos. Angélica estaba ahora bajo investigación formal. Mis testigos habían sido impecables. La evidencia forense de la foto manipulada había sido devastadora para su caso.

Pero la verdadera sentencia aún no se había dictado.

La que importaba.

La que Diego tenía el poder de emitir.

Porque en medio de toda la victoria, había una verdad incómoda: Diego todavía no sabía la versión completa y detallada de mi plan original. Sabía que había sido premeditado, sí. Pero no sabía el cómo. No sabía sobre el documento. Sobre las fases. Sobre lo meticulosamente calculado que había sido cada momento.

Y eso me estaba devorando por dentro.

Salimos del edificio de administración rodeados de nuestro grupo de apoyo. Carmen estaba eufórica, tomando fotos para "documentar este momento histórico". Valentina me había abrazado tan fuerte que casi me asfixia. Claribel y María estaban sonriendo, claramente aliviadas de que todo hubiera terminado.

Pero Diego estaba callado.

No triste. No enojado. Solo... pensativo.

Me conocía lo suficiente para saber que algo estaba procesando en ese cerebro suyo.

—Vamos —dijo finalmente, tomando mi mano con una naturalidad que me partía el alma—. Necesitamos un lugar donde no nos interrumpa ningún comité, ninguna hermana con un meme, ni ningún fantasma de Angélica.

Las despedidas fueron rápidas. Carmen me guiñó un ojo de manera nada sutil. Valentina me susurró "sé honesta" antes de irse. Y entonces fue solo Diego y yo.

9.2 La Sala de los Libros Silenciosos

Me llevó de vuelta a la biblioteca, pero no a los cubículos ni a las mesas concurridas donde habíamos pasado tantas horas estudiando juntos. Me condujo a través de pasillos que yo ni siquiera sabía que existían, hasta llegar a una pequeña sala de estudio privada en el tercer piso, una de esas que se reservan con semanas de antelación y que siempre están ocupadas.

—Tengo mis contactos —dijo con una media sonrisa, respondiendo a mi pregunta no formulada—. Beneficios de trabajar aquí durante dos años.

Abrió la puerta con una llave que sacó de su mochila. La sala era pequeña pero acogedora, con paredes forradas de libros antiguos, una mesa de madera desgastada, y una ventana que daba al campus. La luz del atardecer entraba en rayos dorados, haciendo que todo pareciera sacado de una película.

Cerró la puerta detrás de nosotros, y el bullicio del pasillo se desvaneció completamente. Estábamos solos, rodeados de paredes de libros que, por primera vez, no parecían juzgarme.

El silencio era denso. No incómodo, pero definitivamente cargado de expectativa.

Me senté en una de las sillas, mis manos temblando. Diego se arrodilló frente a mí, tomando mis manos entre las suyas. Su calor era un ancla… y una condena.

—Roxana —dijo suavemente, su mirada seria y directa—. Ganaste. Demostraste quién eres realmente. El comité te absolvió. Angélica está siendo investigada. Todo salió bien.

Hizo una pausa, apretando suavemente mis manos.

—Pero hay algo más, ¿verdad? Algo que todavía necesitas decirme.

Por supuesto que lo sabía. Diego siempre sabía.

—Sí —susurré.

—Entonces dímelo —dijo con esa paciencia infinita que no merecía—. Sea lo que sea, no va a cambiar nada entre nosotros.

Eso es lo que crees, pensé. Pero no sabes la verdad completa.

Respiré hondo. El aire olía a papel viejo, a polvo de libros antiguos, y a la colonia de Diego que ya se había vuelto tan familiar. Era ahora o nunca.

Decidí hacerlo de la única manera que sabía: como si estuviera presentando un caso ante el tribunal más importante de mi vida.

9.3 Caso Valdés contra Valdés

—De acuerdo —comencé, mi voz temblando pero determinada—. Exposición de los hechos. Caso Valdés contra Valdés.

Diego arqueó una ceja pero no dijo nada, dejándome continuar.

—Todo comenzó el día del chisme de Angélica —expliqué, forzándome a mantener contacto visual—. Primer año. Ella esparció rumores sobre mí y mi ex. Me convirtió en el hazmerreír del campus. Me sentí… humillada. Impotente. La ley, mi código, mi sistema de reglas y orden… no podía ayudarme. Así que decidí crear el mío propio.

Diego escuchaba en silencio, sus pulgares acariciando suavemente mis nudillos en círculos reconfortantes, animándome a continuar.

—Lo llamé… —tragué saliva, la vergüenza quemándome las mejillas— "Protocolo de Seducción Abreviado".

Hice una pausa, esperando una reacción. Esperando que se riera o que se alejara horrorizado. Pero él solo arqueó una ceja, más intrigado que molesto.

—Continúa —dijo suavemente.

—Tenía fases —continué, mi voz ganando un impulso monótono y legalista, como si estuviera leyendo un documento oficial—. Cuatro fases específicas con objetivos medibles.

Saqué mi teléfono con manos temblorosas y abrí la carpeta que había estado escondida en mis archivos durante meses. El documento que nunca había borrado, como si fuera evidencia de mi propio crimen.

—Fase 1: Establecer Rapport —leí, mi voz apenas audible—. Objetivo: Crear encuentros casuales repetidos. Establecer intereses comunes. Construir confianza básica. Duración estimada: dos semanas.

Diego no dijo nada, pero sentí cómo sus dedos se tensaban ligeramente alrededor de los míos.

—Investigué tus horarios —confesé—. Tus clases. Tus turnos en la biblioteca. Sabía exactamente cuándo estarías en la sección de Derecho Internacional. El día que "casualmente" necesitaba ese libro en la estantería más alta... no fue casualidad.

—Fase 2: Contacto Físico Accidental —continué, las palabras saliendo más rápido ahora, como si al apresurarlas dolieran menos—. Objetivo: Establecer comodidad física. Crear momentos memorables. Duración: una semana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.