11.1 El Terror Anticipatorio (O: Cómo Prepararse Para Un Juicio Familiar)
Presentarle a Diego a mis padres no era una simple cena familiar.
Era un precedente legal.
En la jurisprudencia de la familia Cifuentes, un novio no era un invitado casual que venía a compartir comida y anécdotas simpáticas. Era un acusado en un juicio cuyo veredicto determinaría si tenía derecho a continuar existiendo en el ecosistema familiar.
Culpable hasta que se demostrara lo contrario.
Y yo, Valentina Cifuentes Rojas, quien había defendido con éxito su propia reputación ante un comité disciplinario, quien había aplicado estrategia legal a máquinas de arcade, quien podía debatir sobre cualquier tema con confianza académica absoluta...
Por primera vez en mi vida, me sentía como una abogada defensora sin un caso sólido.
Era miércoles por la noche. La cena estaba programada para el sábado a las 7 PM. Eso me daba exactamente 76 horas para preparar a Diego para el evento más aterrador de su joven vida: conocer a Ricardo y Claribel Cifuentes.
Mis padres no eran malas personas. De hecho, eran excelentes personas: justos, inteligentes, trabajadores, dedicados tanto a su profesión como a su familia.
El problema era precisamente eso: eran abogados excelentes. Lo cual significaba que habían pasado décadas perfeccionando el arte del interrogatorio, la detección de inconsistencias, y la capacidad de hacer que incluso la persona más inocente se sintiera culpable de algo.
Mi padre, Ricardo Cifuentes, era un abogado corporativo de primer nivel. Había manejado casos de propiedad intelectual tan complejos que tenían sus propios documentales en plataformas de streaming. Era el tipo de hombre que podía hacer que un CEO confesara irregularidades contables solo con levantar una ceja.
Mi madre, Claribel Rojas de Cifuentes, era especialista en derecho de familia. Lo cual sonaba gentil hasta que te dabas cuenta de que había pasado veinte años negociando acuerdos prenupciales, custodia de menores, y divorcios altamente contenciosos. Podía detectar una mentira desde tres habitaciones de distancia.
Juntos formaban un equipo de interrogación que habría hecho llorar a un agente de la CIA.
Y ahora iban a conocer a Diego.
Mi dulce, encantador, ligeramente caótico Diego, quien pensaba que "preparación" significaba llegar cinco minutos antes en lugar de quince.
Estábamos condenados.
—Es solo una cena, Val —me dijo Diego por teléfono el miércoles por la noche, su voz era un bálsamo de calma en mi océano de pánico organizacional—. No es una deposición formal. No va a haber taquígrafos tomando nota de cada palabra que diga.
—No conoces a mis padres —repliqué, mientras revisaba por cuarta vez mi "Esquema de Conversación Familiar para la Cena del Sábado" (ECFCS, naturalmente tenía un acrónimo).
El documento tenía ya siete páginas. Incluía:
Biografía resumida de Diego (puntos destacados, logros académicos, información familiar apropiada)
Temas seguros de conversación (marcados en verde)
Temas potencialmente problemáticos (marcados en amarillo)
Temas absolutamente prohibidos bajo pena de muerte social (marcados en rojo brillante)
Posibles preguntas y respuestas sugeridas
Estrategias de redirección conversacional
Plan de evacuación de emergencia (literal)
—Val, ¿estás ahí? —preguntó Diego.
—Estoy calculando cuántas preguntas potenciales puede hacer mi padre en el transcurso de una cena de tres horas.
—¿Y?
—Aproximadamente 47, dependiendo de la longitud de las respuestas y pausas para comer.
—Eso es... muy específico.
—Mi padre una vez interrogó a un camarero sobre la procedencia del salmón hasta que el pobre chico casi confiesa crímenes de guerra que no cometió —expliqué—. Y eso fue solo porque preguntó casualmente de dónde venía el pescado. Imagina lo que hará con alguien que está saliendo con su hija mayor.
Escuché a Diego tragar saliva audiblemente del otro lado de la línea.
—Okay, eso es... ligeramente aterrador.
—¿LIGERAMENTE? Diego, mi madre puede detectar evasión verbal desde el otro lado de la ciudad. Una vez atrapó a mi hermana Carmen en una mentira sobre una fiesta solo porque usó el tiempo verbal incorrecto al describir su tarde.
—¿El tiempo verbal incorrecto?
—Dijo "fui al cine" en pretérito perfecto compuesto cuando debería haber usado pretérito indefinido. Mi madre lo notó inmediatamente. Carmen terminó confesando todo en menos de cinco minutos.
—Tu familia es aterradora.
—Te lo advertí.
Hubo un silencio del otro lado de la línea. Por un momento temí que Diego hubiera reconsiderado toda nuestra relación basándose puramente en el terror anticipatorio de conocer a mis padres.
Pero entonces se rió. Esa risa cálida y genuina que me hacía olvidar temporalmente que estaba organizando un evento familiar como si fuera el Desembarco de Normandía.
—Val, respira —dijo—. Escucho tu respiración acelerada a través del teléfono. Inhala. Exhala. Repite.
—Estoy respirando apropiadamente.
—Estás hiperventilando en un patrón que sugiere pánico inminente.
—Es respiración optimizada para máxima oxigenación cerebral.
—Es pánico. Y necesitas tirar ese esquema.
—¿Tirar el...? —Mi mano instintivamente protegió el documento de siete páginas—. Diego, este esquema representa horas de trabajo. Hay análisis situacional. Hay contingencias para múltiples escenarios. Hay incluso un apéndice con referencias a casos legales que mi padre podría mencionar para impresionarte.
—Exacto. Y todo eso es completamente innecesario.
—La preparación nunca es innecesaria.
—La sobre-preparación sí lo es —dijo gentilmente—. Nuestro único Artículo es el 1, ¿recuerdas? Honestidad Total. No necesito respuestas preparadas ni temas de conversación aprobados. Solo necesito ser yo mismo. Y confiar en que tus padres verán lo mismo que tú ves: un chico que te ama completamente.