11.B.1 - El Abrazo Como Evidencia.
El mundo se había reducido a tres cosas: el olor a libros viejos, el sonido de mi propio corazón martilleando en mis oídos y la sensación del abrazo de Diego.
No era un abrazo como los otros. No tenía la euforia de la victoria ni la comodidad de una noche de cine. Este era un abrazo de anclaje, un intento desesperado de mantenerme a flote en el mar de mis propias mentiras. Me aferré a su camiseta, sintiendo el tejido áspero bajo mis dedos, como si fuera lo único real en un mundo que yo misma había construido sobre cimientos falsos.
—Estoy sola porque he mentido.
Las palabras, una vez dichas, no podían ser retiradas. Eran una confesión, sí, pero una confesión incompleta. Un prólogo sin el cuerpo del delito. Y en el silencio que siguió, mientras él me sostenía sin decir nada, sentí el peso de todo lo que aún no había dicho.
Podía sentir su corazón latiendo contra mi mejilla, un ritmo constante y tranquilizador que contrastaba con el caos de mi mente. Él no estaba haciendo preguntas. No estaba exigiendo respuestas. Simplemente estaba allí, ofreciendo un consuelo que yo no sentía que merecía. Y esa generosidad incondicional era más dolorosa que cualquier acusación.
Cerré los ojos con fuerza, intentando memorizar este momento. Porque una parte de mí sabía que, cuando le contara la verdad completa, cuando le dijera que lo había buscado deliberadamente, que había calculado cada encuentro "casual", que había usado su amabilidad como un arma en mi guerra personal contra Angélica... cuando todo eso saliera a la luz, momentos como este se convertirían en recuerdos prohibidos. El tipo de recuerdos que duelen tanto que prefieres fingir que nunca existieron.
Me aparté lentamente, rompiendo el contacto físico porque su cercanía se sentía demasiado parecida al perdón, y yo aún no había terminado de confesar mis crímenes. Nuestros ojos se encontraron, y en su mirada no vi juicio, solo una preocupación profunda y una paciencia que me rompió el corazón.
11.B.2 - La Estratega Contra La Enamorada.
—Diego, yo... —empecé, mi voz temblorosa.
Era el momento. El precipicio. Podía dar un paso atrás, hacia la seguridad de mis medias verdades, o podía saltar, confiando en que él, de alguna manera, estaría allí para atraparme.
La abogada en mí gritaba que era una locura. Admitir el plan de venganza original era entregarle el arma con la que podría destruirme. Era admitir que todo nuestro comienzo, cada sonrisa, cada conversación, había sido una farsa. Era un riesgo que ningún estratega sensato tomaría.
*"Artículo 5 del Código Procesal Civil,"* recitó mi cerebro jurídico en un último intento de salvación, *"las partes tienen el derecho a guardar silencio respecto a hechos que puedan incriminarlas."*
Pero la chica que se había reído con él en un bar pegajoso, la que había arreglado su coche bajo la lluvia, la que se había enamorado de su sonrisa torcida y su corazón amable... esa chica sabía que la única estrategia que quedaba era la verdad. La integridad, como había dicho el profesor Alarcón, lo era todo. Y mi integridad no estaba en mi expediente, sino en la honestidad que le debía a este hombre.
—¿Roxana? —su voz era suave, preocupada—. No tienes que decirme nada si no estás lista.
Y eso, precisamente eso, fue lo que me rompió. Su disposición a esperar. Su voluntad de darme espacio incluso cuando claramente algo estaba mal. Porque ese era Diego: el chico que ayudaba a ancianas con sus compras, que rescataba gatos callejeros, que nunca presionaba, que siempre confiaba.
Y yo estaba a punto de demostrarle que su confianza había sido el error más grande de su vida.
Respiré hondo, reuniendo el coraje que me quedaba.
—Hay algo que tienes que saber. La razón por la que me acerqué a ti en primer lugar... no fue un accidente.
Vi cómo su expresión cambiaba sutilmente. No era confusión todavía, sino más bien una concentración intensa, como si estuviera preparándose para recibir un golpe cuya dirección aún no podía predecir.
—Cuando te vi en "El Atajo" aquella noche —continué, cada palabra arrancada de mi garganta como si tuviera púas—, ya sabía quién eras. Sabía que eras el ex de Angélica. Y yo...
11.B.3 - La Interrupción Del Universo.
Fue entonces cuando mi teléfono vibró.
El sonido, agudo y electrónico, fue una intrusión violenta en la frágil santidad del momento. Lo ignoré, mis ojos fijos en los de Diego, intentando mantener el hilo de mi valor. No podía detenerme ahora. Si me detenía, nunca encontraría el coraje de nuevo.
—No importa —dije, mi voz más fuerte, más decidida—. Lo que importa es que...
Vibró de nuevo. Y de nuevo. Una insistencia frenética que no podía ser ignorada. Era como si el universo hubiera decidido que este no era el momento para mi gran confesión. O tal vez era Dios, ofreciéndome una última oportunidad de retractarme, de volver a ser la chica que mentía con facilidad y dormía tranquila.
El momento se rompió. El precipicio se alejó, y la oportunidad de saltar se desvaneció en el sonido irritante de una notificación.
—Deberías contestar —dijo Diego, y había algo en su voz. ¿Alivio? ¿Decepción? No podía estar segura.
Saqué el teléfono con una maldición que habría hecho sonrojar a mi madre. Era Carmen. Una avalancha de mensajes que seguían llegando, haciendo vibrar el teléfono en mi mano como un pequeño terremoto portátil.
"ROXANA CONTESTA"
"ES URGENTE"
"TIENES QUE VER ESTO"
"NO ES BROMA"
"diablos diablos diablos"
"ANGÉLICA SE PASÓ DE LA RAYA"
Y debajo, un enlace a "El Eco del Campus", el blog de chismes estudiantiles que normalmente se dedicaba a reportar qué parejas se habían formado en las fiestas y qué profesores usaban las mismas diapositivas desde 2010.
—¿Qué pasa? —preguntó Diego, acercándose.
—No lo sé —murmuré, haciendo clic en el enlace con un mal presentimiento creciendo en mi estómago como una enredadera venenosa.