Capítulo 13: Artículo 50 – Alegatos de Clausura (El Triunfo)
13.1 - La Sala de Batalla
La sala del tribunal simulado era una réplica exacta de una corte real, y quien hubiera estado a cargo del diseño había tomado su trabajo perturbadoramente en serio. Desde la madera oscura y pesada de los bancos que probablemente habían sido pulidos hasta el punto de reflejo perfecto, hasta el escudo del estado colgado en la pared con una precisión que habría hecho llorar a un diseñador de interiores, todo gritaba "esto es serio".
El aire olía a una mezcla peculiar de cera para muebles, libros viejos, y lo que solo podía describir como nerviosismo concentrado. Era el olor de estudiantes de derecho conscientes de que sus calificaciones dependían de las próximas horas.
A mi lado, Diego ajustaba su corbata por tercera vez en cinco minutos. Su habitual calma zen había sido completamente reemplazada por una energía eléctrica y concentrada que prácticamente crepitaba en el aire a su alrededor. Sus dedos tamborileaban un ritmo nervioso en el borde de nuestra mesa.
—Vas a hacer un agujero en la madera —murmuré, poniendo mi mano sobre la suya para detener el tamborileo.
—Estoy canalizando energía nerviosa de manera productiva —respondió, pero detuvo el tamborileo.
—Eso es solo una forma elegante de decir que estás nervioso.
—Tú también estás nerviosa. Te mordiste el labio tres veces desde que nos sentamos.
Maldición. Tenía razón.
—¿Lista, socia? —preguntó finalmente, dándome una sonrisa rápida que no alcanzaba del todo sus ojos. Podía ver la tensión en las comisuras de su boca.
—Lista —respondí, aunque mi corazón latía con la fuerza de un mazo de juez golpeando madera—. Solo recuerda el plan. Yo construyo el esqueleto del caso con hechos irrefutables, tú le das vida con la narrativa emocional. Tú haces que el jurado sienta, yo hago que el jurado piense. Juntos, hacemos que el jurado actúe.
Asintió, y en ese simple gesto vi algo cambiar en su expresión. La tensión no desapareció—todavía estábamos a punto de tener el momento más importante de nuestro semestre—pero fue reemplazada por algo más sólido.
Determinación.
—Estructura y corazón —dijo, repitiendo nuestro mantra.
—Lógica y emoción —añadí.
—Valdés y Cifuentes —terminó, y esta vez su sonrisa fue real.
Y en ese momento, sentí una oleada de confianza que borró el nerviosismo como si nunca hubiera existido. No éramos dos estudiantes nerviosos tratando de impresionar a profesores severos. No éramos competidores forzados a trabajar juntos.
Éramos un equipo.
Un verdadero equipo.
Y estábamos a punto de demostrarlo.
13.2 - El Caso de la Fiscalía
El juicio comenzó con el golpe ceremonial del mazo del profesor Alarcón, un sonido que reverberó en la sala con la finalidad de una sentencia.
—Que comience el testimonio —declaró, su voz despojada de cualquier rastro del profesor accesible que conocíamos de clase. Aquí, en este espacio, era simplemente "Su Señoría", y su rostro tenía esa expresión impasible que había perfeccionado para intimidar a generaciones de estudiantes.
Angélica se levantó primero, moviéndose con la gracia de alguien que había ensayado cada paso. Llamó a su primer testigo: el supuesto coleccionista que había "descubierto" la falsificación.
La fiscalía presentó su caso con una eficiencia predecible y mecánica, como un reloj suizo. Cada pieza de evidencia introducida en orden perfecto. Cada testimonio construyendo sobre el anterior. Mostraron pruebas de la falsificación: análisis químicos de la pintura, estudios de las pinceladas, comparaciones con obras auténticas del artista original.
Establecieron una línea de tiempo que incriminaba a nuestro cliente con precisión quirúrgica: cuándo recibió el encargo, cuándo entregó la obra, cuándo el coleccionista descubrió que era falsa.
Era un caso sólido, lógico y, como mi borrador original de defensa que había desechado, completamente desalmado. Funcional. Eficiente. Convincente en su fría objetividad.
Pero faltaba algo. Faltaba humanidad. Faltaba la pregunta crucial que cualquier persona razonable se haría: ¿por qué un joven artista con un futuro prometedor arriesgaría todo por una falsificación?
No había motivo. No había contexto. Solo hechos presentados como si existieran en un vacío.
Miré a Diego. Él también lo había notado. Nuestros ojos se encontraron brevemente, y en ese momento compartido, supe que estábamos pensando lo mismo: la fiscalía había construido un esqueleto impresionante, pero se habían olvidado de darle carne y sangre.
Y nosotros estábamos a punto de explotar esa debilidad.
—La fiscalía descansa su caso —anunció Angélica finalmente, regresando a su asiento con una expresión de satisfacción apenas contenida.
El profesor Alarcón nos miró.
—¿Está lista la defensa para presentar su caso?
—Sí, su señoría —respondí, poniéndome de pie.
Era hora de comenzar.
13.3 - La Ejecución Quirúrgica
Cuando llegó nuestro turno para el contrainterrogatorio del principal testigo de la fiscalía, sentí que el mundo se ralentizaba. Era esa sensación que los atletas describían como "estar en la zona", donde todo se vuelve cristalino y cada movimiento fluye con una precisión inconsciente.
Este era mi elemento. Este era el momento para el cual había entrenado toda mi vida académica.
Me levanté, ajustando mis notas (aunque honestamente, podría haberlo hecho sin ellas—cada pregunta, cada posible respuesta, cada seguimiento estaba grabado en mi memoria). Las carpetas que había creado estaban en mi cabeza, cada pregunta alineada como soldados en formación perfecta.
El testigo experto de la fiscalía, el Dr. Marcus Johnson, era un perito en arte con veinte años de experiencia y un ego del tamaño de la Capilla Sixtina. Lo había investigado exhaustivamente. Sabía que esperaba ser tratado con deferencia, con el tipo de respeto reverencial que su título de doctor y su experiencia normalmente comandaban.