14.1 - La Claridad Post-Victoria
La euforia de una victoria legal es un tipo de droga muy potente, y créanme, he investigado extensivamente sobre drogas en mi clase de Derecho Penal, así que tengo base empírica para esta comparación.
Te deja exhausto, sí, con ese tipo de agotamiento que se siente en los huesos y hace que caminar requiera el doble de esfuerzo consciente del normal. Pero simultáneamente te da una claridad mental casi sobrenatural, como si cada neurona en tu cerebro hubiera sido pulida hasta brillar y ahora funcionara con una eficiencia del 200%.
Después de nuestra victoria en el simulacro de juicio, sentía que podía redactar un tratado de paz internacional que resolviera conflictos centenarios... o, como mínimo, organizar finalmente mi biblioteca personal por orden cronológico de publicación, luego por tema, y finalmente por nivel de importancia emocional (un sistema de clasificación que había estado desarrollando durante meses pero nunca había tenido la energía mental para implementar).
Mi cerebro estaba en modo hiperproductivo, generando listas de tareas futuras, planes para el próximo semestre, ideas para casos hipotéticos, y posiblemente una teoría unificada de organización de materiales de estudio.
Sin embargo, Diego tenía otros planes para nuestra celebración.
Y sus planes no involucraban ninguna de mis listas meticulosamente construidas.
14.2 - La Intervención Necesaria
—Absolutamente no —dijo esa noche, apareciendo en mi apartamento sin avisar (había desarrollado el hábito perturbador de simplemente aparecer cuando decidía que yo necesitaba un descanso, lo cual era frecuente).
Me interceptó justo cuando estaba abriendo una nueva hoja de cálculo en mi laptop, moviéndose con la seriedad de un agente federal incautando evidencia en una redada.
Literalmente cerró mi laptop.
Con mis manos todavía en el teclado.
—Oye —protesté—. Estaba a punto de crear un sistema de seguimiento para...
—No me importa —interrumpió, y había una determinación en sus ojos que reconocí como la expresión de "no voy a ceder en esto"—. Esta noche, la abogada Valdés está oficialmente de vacaciones. Forzosas, si es necesario. Puedo y voy a confiscar todos tus dispositivos electrónicos si es lo que se requiere.
—Eso es secuestro de propiedad personal.
—Es una intervención necesaria para prevenir un colapso por exceso de trabajo.
—No estoy trabajando en exceso. Estoy optimizando mi tiempo de manera eficiente.
—Roxana —dijo, y la forma en que dijo mi nombre completo, con esa mezcla de exasperación y afecto, hizo que me detuviera—. Acabamos de ganar el caso más importante del semestre. Hemos trabajado sin parar durante semanas. Te mereces una noche libre. De hecho, te ordeno judicialmente que tomes una noche libre.
—No tienes autoridad judicial para ordenarme nada.
—Entonces lo haré como tu socio. Y como tu... —hizo una pausa, buscando la palabra correcta— como tu persona que se preocupa mucho por ti y que no quiere que te conviertas en una máquina de productividad sin alma.
Me quedé mirándolo, procesando.
—¿"Persona que se preocupa mucho por ti"? Esa es una forma extremadamente torpe de describir nuestra relación.
—Estoy trabajando en ello —admitió—. Dame tiempo. Eventualmente encontraré las palabras correctas.
Y entonces sonrió, y esa sonrisa desarmó cualquier argumento que hubiera estado formulando.
—Está bien —cedí, cerrando mi laptop completamente—. Una noche libre. ¿Qué tenías en mente?
—Oh —dijo Diego, su sonrisa volviéndose más amplia—. Me alegra que preguntes.
14.3 - La Cena de Cinco Estrellas
Me sorprendió con lo que él llamó, con absoluta seriedad, una "cena de celebración de cinco estrellas digna de nuestro triunfo legal".
Dicha cena de "cinco estrellas" consistía en dos pizzas grandes —una suprema vegetariana (mi elección racional) y una hawaiana con piña (su elección aberrante que seguíamos debatiendo como si fuera una cuestión de constitucionalidad federal que requería revisión judicial)— y una manta extendida en el suelo de su salón.
No en su mesa. En el suelo.
Justo en medio del caótico mar de servilletas, libros, carpetas y lo que parecía ser una taza de café de hace tres días (preferí no investigar más).
—El ambiente es… —busqué la palabra correcta mientras miraba el desastre organizado a nuestro alrededor— post-conflicto chic. Como si un huracán de productividad hubiera pasado y dejado estos restos a su paso.
Diego rio, colocando las cajas de pizza en el centro de la manta como si fuera la pieza central de una mesa de banquete.
—Exactamente. Es el estilo de diseño de interiores que llamo "estudiante de derecho en temporada de exámenes". Muy de moda en círculos académicos.
—No es una moda. Es una llamada de auxilio visual.
—Es auténtico —corrigió, sirviéndome una porción de pizza suprema en un plato de papel que tenía impreso "¡Feliz Cumpleaños!" con globos—. Y la autenticidad es subestimada en la sociedad moderna.
—¿De dónde sacaste platos de cumpleaños?
—Los encontré en un cajón. Compré un paquete hace dos años para una fiesta que nunca organicé.
—Eso es... sorprendentemente triste.
—O es planificación anticipada —contrarrestó—. Depende de tu perspectiva.
14.4 - La Mejor Cena
Comimos sentados en el suelo, con la espalda apoyada contra su sofá desgastado que probablemente había visto mejores días en algún punto de la década de los 90, y fue, sin exageración, la mejor cena de mi vida.
No había protocolos de etiqueta que seguir. No había expectativas de conversación sofisticada. No había que impresionar a nadie con conocimientos de vinos o saber qué tenedor usar para qué plato.
Solo éramos nosotros dos, riéndonos de los momentos más tensos del juicio que ahora, con distancia temporal y cafeína en nuestros sistemas, parecían más cómicos que estresantes.