Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 16: Artículo 14 – La Cena de la Tregua Familiar

16.1 - La Preparación para el Juicio Final

La victoria en el simulacro de juicio había sido un triunfo público, una declaración resonante al mundo académico de que éramos imparables juntos. Nuestros nombres se habían susurrado con respeto en los pasillos. El profesor Alarcón había sonreído. Angélica había tenido que admitir, aunque a regañadientes, que habíamos sido "competentes."

Era el tipo de victoria que se añadía a currículums y se mencionaba en entrevistas de trabajo.

Pero la verdadera prueba, la que me mantenía despierta por las noches mirando el techo de mi apartamento y ensayando argumentos mentales, no era ganar un caso ante un jurado de profesores que calificaban con rúbricas.

Era ganar la aprobación de los dos abogados más exigentes, críticos y meticulosamente analíticos que conocía en toda mi vida.

Mis padres.

Ricardo y Marcela Valdés. Ambos abogados. Ambos exitosos. Ambos con opiniones muy, muy fuertes sobre cómo debería ser mi carrera legal.

La cena que habían organizado para "celebrar" nuestra victoria en el simulacro no era una celebración en el sentido tradicional de la palabra. No había globos. No había pastel. No había ese ambiente relajado de "estamos orgullosos y felices por ti sin condiciones."

Era una audiencia encubierta.

Un interrogatorio formal disfrazado de cena familiar.

Y yo lo sabía porque había crecido en esta familia. Reconocía las señales. La forma en que mi padre había sugerido la cena con ese tono casual que no era casual en absoluto. La manera en que mi madre había especificado que sería "una cena íntima para discutir tu futuro." La selección del restaurante—no demasiado informal, no demasiado fancy, perfectamente neutral, como una sala de mediación.

Y el tema principal en el orden del día, el asunto que realmente querrían discutir después de las felicitaciones obligatorias por el juicio, no era mi victoria académica.

Era mi futuro.

Específicamente: qué iba a hacer después de graduarme, dónde iba a trabajar, y si mis elecciones recientes (léase: Diego) estaban "afectando mi criterio profesional."

16.2 - La Armadura Invisible

Me preparé para esa cena como me prepararía para presentar argumentos ante la Corte Suprema.

Tres días antes, comencé a ensayar respuestas a preguntas que sabía que vendrían. Las escribí. Las practiqué frente al espejo. Las refiné.

Carmen me encontró en la biblioteca haciendo esto y comentó: "Sabes que es una cena con tus padres, no un juicio por asesinato, ¿verdad?"

"Es peor," respondí con absoluta seriedad. "En un juicio por asesinato, el peor resultado es prisión. Aquí, el peor resultado es decepción eterna y comentarios pasivo-agresivos en cada reunión familiar durante los próximos treinta años."

"Eso es... sorprendentemente específico y también muy triste."

"Es realista."

Diego había sido invitado también, por supuesto. Lo cual era tanto una bendición como una maldición. Una bendición porque su presencia me calmaba. Una maldición porque significaba que él también sería sometido a escrutinio.

"¿Estás nervioso?" le pregunté la noche antes de la cena, mientras revisábamos nuestras "notas de preparación" (sí, había creado notas de preparación para una cena familiar porque por supuesto que lo había hecho).

"Terrificado," admitió Diego con esa honestidad desarmante que tenía. "Voy a conocer formalmente a los padres de mi novia, ambos abogados intimidantes que probablemente me van a interrogar sobre mis intenciones y mi plan de cinco años."

"¿Novia?" repetí, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban.

"¿No lo eres?" preguntó, arqueando una ceja.

"Nunca lo hemos definido formalmente."

"Roxana, nos dijimos 'te amo' bajo las estrellas. Dormimos en una cabaña cuestionable juntos. Has archivado mis servilletas en tus carpetas sagradas. Creo que eso cuenta como definición de relación."

"Esos son datos empíricos válidos," concedí. "Está bien. Novia. Novio. Establecido y confirmado para el registro."

"¿Ves? No fue tan difícil."

"Todo es difícil cuando tus padres son abogados."

16.3 - La Llegada

Llegué al restaurante exactamente cinco minutos antes de la hora acordada. No quince minutos antes como normalmente haría, porque eso sugeriría ansiedad excesiva. No a tiempo exacto, porque eso sería demasiado casual. Cinco minutos antes era el equilibrio perfecto entre respeto y confianza.

Diego llegó dos minutos después, luciendo absurdamente bien en un blazer que no sabía que poseía.

"¿Compraste ropa nueva para esto?" pregunté.

"Rentada," admitió. "Porque aparentemente mi guardarropa normal de 'estudiante perpetuamente casual' no era apropiado para conocer a los padres abogados. Carmen me llevó de compras. Bueno, de renta."

"Te ves bien."

"¿Solo 'bien'?"

"Muy bien. Excepcionalmente bien. Perturbadoramente bien considerando que esto va a ser una de las noches más estresantes de mi vida."

"Eso es mejor."

No con un traje de oficina, sino con una armadura invisible hecha de lógica, determinación, y tres días de ensayo mental.

Diego, a mi lado, era la calma personificada. Su presencia era mi principal prueba de cargo: la evidencia viva de que había elegido un camino que me hacía feliz.

Que había elegido bien.

Incluso si ese camino no era exactamente el que mis padres habían planeado.

Mis padres ya estaban sentados cuando entramos. Por supuesto que sí. Habían llegado temprano para establecer posición territorial, una táctica clásica de abogados.

Mi padre, Ricardo Valdés, estaba impecable como siempre. Traje gris, corbata conservadora, postura que gritaba "he litigado mil casos y ganado la mayoría." Sus ojos me escanearon rápidamente—aprobando mi atuendo, mi puntualidad, mi compostura—antes de moverse a Diego con ese tipo de evaluación que había visto usar en testigos hostiles.

Mi madre, Marcela, era más sutil pero no menos evaluadora. Sonrió calurosamente, pero reconocí esa sonrisa. Era la sonrisa de "te amo pero también voy a juzgar cada decisión que has tomado recientemente."




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