18-B.1 - El Despertar en el Caos
La primera luz de la mañana se filtraba a través de las ventanas desnudas—todavía sin cortinas porque "cortinas" estaba en la página 7 de mi lista de prioridades de mudanza y técnicamente no eran esenciales para la supervivencia básica—pintando rayas de polvo danzante en el aire.
Pequeñas partículas doradas flotando en los rayos de sol, probablemente restos de cartón y polvo de mudanza y el caos general de desarmar dos vidas y tratar de reconstruirlas en un espacio nuevo.
Desperté lentamente, en ese estado nebuloso entre sueño y consciencia donde el cerebro todavía no ha recordado completamente dónde está o qué año es o si tiene un examen hoy.
Estábamos en nuestro colchón en el suelo—porque el marco de cama que habíamos pedido no llegaría hasta el jueves según el email de confirmación que había verificado tres veces—envuelta en un edredón que era mitad mío (diseño minimalista, color neutro, thread count apropiado) y mitad de Diego (algo que parecía ser de la universidad, cubierto de manchas de café y posiblemente algunas de pizza).
El brazo de Diego me rodeaba, pesado y cálido, y su respiración era suave y constante contra mi cuello.
Este era nuestro apartamento.
Nuestro espacio.
La palabra "nuestro" todavía se sentía extraña y emocionante, como usar un idioma nuevo que acabas de aprender pero que todavía no fluye naturalmente.
Abrí los ojos completamente y la realidad de nuestra situación se hizo visible en toda su gloria caótica.
El apartamento, a la luz imparcial del día, era un paisaje de cajas de cartón. Un laberinto de nuestra vida pasada esperando ser desempaquetada, organizada, integrada en algo que se pareciera a un hogar funcional.
Cajas en el salón. Cajas en la cocina. Cajas bloqueando el acceso al baño (un problema logístico que había notado la noche anterior pero estaba demasiado cansada para abordar). Cajas sobre cajas sobre más cajas.
Todas meticulosamente etiquetadas por mí con mi sistema de codificación de color (azul para cocina, verde para dormitorio, rojo para baño, amarillo para oficina/estudio, púrpura para misceláneos).
Y también las cajas de Diego, etiquetadas con su sistema característico de "escribir vagamente qué podría estar dentro" ("COSAS", "ROPA TAL VEZ", "IMPORTANTE???").
Era abrumador. Era desalentador. Era exactamente el tipo de desafío organizacional que normalmente me habría hecho crear una hoja de cálculo de 15 páginas.
Pero curiosamente, acostada allí en el suelo con Diego, no sentía pánico.
Sentía... curiosidad. Anticipación. Como si esto fuera una aventura en lugar de una crisis logística.
Tal vez estaba madurando. O tal vez el amor había roto algo fundamental en mi cerebro que manejaba la ansiedad relacionada con el desorden.
18-B.2 - El Aroma de la Realidad
El olor a café—café real, no imaginado—me hizo abrir los ojos del todo y confirmar que estaba definitivamente despierta y no soñando.
¿Café?
¿De dónde venía el café?
¿Habíamos desempacado la cafetera? Eso estaba en mi lista para hoy, paso 3 después de "verificar que todos los servicios funcionan" y "encontrar los productos de limpieza básicos."
Giré mi cabeza, tratando de no despertar a Diego (fracasando—su brazo se tensó ligeramente alrededor de mí pero no abrió los ojos), y encontré la fuente del milagro aromático.
Diego—en algún punto entre cuando yo me había quedado dormida exhausta a las 2 AM después de organizar las cajas en orden de prioridad y ahora—había encontrado la cafetera, la había desempacado, la había configurado, y estaba produciendo café.
Era posiblemente el acto más romántico que había presenciado.
—Hueles a determinación —murmuró Diego contra mi cuello, su voz ronca por el sueño—. Y a preocupación por la organización de cajas.
—Huelo a necesidad de café —respondí—. Y a polvo de cartón. Y posiblemente a desesperación logística leve.
—Eso también.
Se estiró, su cuerpo desplegándose como un gato, y se levantó en un movimiento fluido que yo definitivamente no podía replicar sin al menos tres intentos y posiblemente un gemido de dolor.
—Vamos —dijo, ofreciéndome su mano—. Tenemos que enfrentar nuestro primer desafío como cohabitantes oficiales.
—¿Encontrar el baño entre las cajas?
—Eso es el desafío de anoche. Ya lo resolvimos. Aunque casi tropiezo con la caja de "COSAS IMPORTANTES???" en el proceso.
—Te dije que deberías usar mi sistema de codificación de colores con rutas de acceso claras...
—Shh. Menos organización, más café.
18-B.3 - El Misterio de las Tazas
Encontré a Diego en la cocina, o en lo que sería la cocina una vez que desempacáramos más del 85% de las cajas que actualmente bloqueaban el acceso a la mayoría de los gabinetes.
Estaba de pie, gloriosamente despeinado en pantalones de pijama a cuadros (azules, regalo mío del mes pasado porque sus anteriores estaban desarrollando agujeros preocupantes) y una camiseta de la universidad que había visto días mejores, con el pelo revuelto en todas direcciones de una manera que era objetivamente adorable.
Miraba fijamente nuestra cafetera recién estrenada—comprada específicamente para este apartamento porque combinar nuestras dos cafeteras viejas había parecido logísticamente complicado—que había colocado en el único centímetro cuadrado de encimera despejado.
La cafetera estaba haciendo su trabajo valientemente, gorgoteando y burbujeando, produciendo café como la campeona que era.
El problema era obvio.
—Buenos días, socia —dijo sin girarse, claramente consciente de mi presencia pero manteniendo su mirada fija en la cafetera como si fuera un testigo hostil que podría desmoronarse bajo escrutinio suficiente—. Me enfrento a mi primer caso oficial en esta residencia. El misterio de las tazas desaparecidas.
—No es un misterio —repliqué, mi voz aún ronca por el sueño y por haber respirado polvo de cartón durante las últimas doce horas, mientras me acercaba a él—. Es un fallo en el procedimiento de desempaque. Un error procesual básico.