21.1 — La Tortura del Silencio
La espera es una forma de tortura que no está tipificada en ningún código penal, pero debería estarlo.
Artículo propuesto: "Quien mantenga a otra persona en estado de incertidumbre prolongada mediante el silencio deliberado de información crucial será castigado con..." Bueno, no había decidido el castigo todavía, pero definitivamente merecía uno.
No hay testigos que interrogar cuando el enemigo es el tiempo. No hay argumentos que presentar ante el vacío. No hay evidencia que revisar más que el historial de tu bandeja de entrada, que revisas compulsivamente cada quince minutos como si la frecuencia de actualización pudiera alterar la realidad. Solo el silencio implacable de una bandeja de entrada vacía, burlándose de ti con su mensaje automático de "No hay nuevos mensajes" que lees una y otra vez como si las palabras fueran a cambiar mágicamente.
Y en ese vacío fértil para la ansiedad, mi antiguo yo —el que redactaba planes de contingencia para el clima, el que tenía hojas de cálculo para categorizar sus emociones— se descontrolaba, generando escenarios catastróficos con la eficiencia despiadada de un algoritmo de ansiedad bien entrenado.
Escenario A: Rechazo total. Ninguna organización me acepta. Tengo que trabajar en el bufete de mi madre, donde me asignarán casos de divorcio donde ambas partes me odian. Diego consigue todas sus opciones y se da cuenta de que estoy estancada profesionalmente. Nos distanciamos. Termina.
Escenario B: Me aceptan pero a Diego no. Él se resiente silenciosamente. El resentimiento crece como moho en pan olvidado. Nuestra relación se pudre desde dentro. Termina igual.
Escenario C: Nos aceptan en ciudades diferentes. Intentamos la distancia. Fallamos miserablemente como el 87% de las parejas en relaciones de larga distancia según el estudio que leí a las 3 AM anoche. Termina, pero con más kilometraje emocional.
—Rox, estás haciendo esa cosa otra vez —me decía Diego, interrumpiendo mi espiral mental.
—¿Qué cosa?
—Esa cosa donde tu cerebro corre simulaciones de desastres en segundo plano y puedo verlo en tu cara. Tienes esa expresión de procesador sobrecargado.
Tenía razón, por supuesto. Siempre tenía razón sobre mis patrones de autosabotaje.
21.2 — Las Citaciones Semanales
Diego, por su parte, lidiaba con su propia tormenta silenciosa. Una que era menos algoritmo y más guerra de desgaste.
Las llamadas de sus padres eran como citaciones judiciales semanales. Llegaban con regularidad de reloj suizo: domingos a las 6 PM, cuando sabían que estaría disponible, que no podría excusarse con clases o estudio. Llamadas que duraban exactamente cuarenta y cinco minutos, estructuradas como reuniones corporativas con agenda implícita.
Yo había estado presente en algunas. Había escuchado el tono de su padre a través del altavoz: cordial en la superficie, acero debajo.
—¿Has oído algo de Sterling & Finch, hijo? —preguntaba con esa cadencia particular que convertía una pregunta en una expectativa—. Ese es el tipo de oportunidad que define una carrera. El tipo de nombre que abre puertas por el resto de tu vida.
Su madre añadía, con una suavidad que no disminuía la presión: —Tu primo Sebastián acaba de aceptar una oferta en Londres. En Clifford Chance. Está tan emocionado. Toda la familia está tan orgullosa.
El mensaje subliminal era tan sutil como un martillo: Mira lo que otros están logrando. ¿Dónde estás tú en esta carrera?
Diego respondía con una calma que admiraba profundamente, pero que sabía que le costaba cada gramo de energía emocional.
—Estoy considerando otras opciones, papá. Opciones que me hacen sentir que mi trabajo importa más allá del billable hours. Lugares donde puedo dormir por las noches sin sentir que estoy vendiendo mi alma por incrementos de seis minutos.
—El idealismo es hermoso, Diego —respondía su padre, y podías escuchar la sonrisa condescendiente incluso por teléfono—. Pero no paga las cuentas. No construye un patrimonio. A tu edad, yo ya había...
Y comenzaba la historia. La misma historia que Diego había escuchado cientos de veces: cómo su padre había trabajado ochenta horas semanales durante cinco años, cómo había sacrificado vacaciones y fines de semana, cómo ese sacrificio los había llevado a la posición privilegiada que ahora disfrutaban.
El mensaje implícito: Tu comodidad actual se construyó sobre mi sufrimiento. ¿No me debes el mismo sacrificio?
21.3 — El Alegato No Presentado
Una noche, después de una de esas llamadas particularmente agotadoras —una donde su padre había mencionado "no decepcionar a la familia" tres veces en diez minutos—, lo encontré en el balcón de mi apartamento.
Estaba mirando la ciudad con una expresión de agotamiento que nunca le había visto. No el cansancio físico de una noche sin dormir, sino algo más profundo. El cansancio de quien ha peleado la misma batalla demasiadas veces sin ganar terreno.
Las luces de la ciudad parpadeaban debajo de nosotros, indiferentes a nuestros pequeños dramas humanos. El aire de la noche era fresco, casi frío, y él ni siquiera había traído una chaqueta.
—¿Quieres que hable con ellos? —le pregunté, saliendo al balcón y apoyando mi cabeza en su hombro, sintiendo la tensión en sus músculos—. Puedo presentar un alegato muy sólido sobre la correlación empíricamente demostrada entre la felicidad laboral y la longevidad profesional. Incluiré gráficos. Haré una presentación de PowerPoint. Tengo estadísticas de la Organización Mundial de la Salud sobre burnout.
Se rio, pero fue una risa cansada, sin el brillo habitual.
—Gracias, abogada Valdés. Aprecio tu disposición a litigar en mi nombre. Pero este es un caso que tengo que ganar yo solo. O al menos... tengo que ser yo quien presente los argumentos. No puedo subcontratar mi vida.
Pasó un brazo por mis hombros, acercándome.