Jurisprudencia de un desastre romántico.

Capítulo 24: Artículo Final – De los Actos de Graduación

24.1 — El Seminario del Compromiso

Nuestro primer mes de convivencia había sido un seminario intensivo, acelerado e inmersivo sobre el arte complejo del compromiso.

No el compromiso romántico de películas donde todo se resuelve con un beso y música de fondo. El compromiso real, cotidiano, a veces frustrante pero siempre revelador que requería negociación constante entre dos personas que amaban de maneras fundamentalmente diferentes.

Aprendí, con una mezcla de resignación y ternura creciente, que el "método orgánico" de Diego para guardar las cosas significaba que podía encontrar mi libro de derecho procesal penal —texto de 847 páginas, edición de coleccionista, caro— en el cajón de los calcetines. Junto a una bufanda de invierno. Y tres baterías AA sin usar. Y un mapa de metro de una ciudad que nunca habíamos visitado.

Su lógica era impenetrable: "Necesitaba un lugar donde guardarlo temporalmente y el cajón estaba abierto".

—Existen estos lugares revolucionarios llamados 'estantes' —le había señalado con paciencia forzada—. Específicamente diseñados para libros. Incluso construimos uno juntos. ¿Lo recuerdas? ¿La estantería torcida? ¿Los cuarenta besos?

—Pero el cajón estaba más cerca —había respondido con lógica irrefutable según su sistema de eficiencia que medía la distancia sobre la categorización.

Él, por su parte, había aceptado —con una mezcla visible de resignación y diversión apenas contenida— que mi "Protocolo de Mantenimiento de Limpieza Mínima" no era una sugerencia flexible ni un punto de partida para negociación, sino una ley natural de nuestro pequeño universo doméstico. Como la gravedad. Como la segunda ley de la termodinámica.

Los platos no podían permanecer "en remojo" indefinidamente. La basura tenía que salir cuando estaba llena. La ropa sucia tenía un contenedor designado que no era "el piso junto a la cama".

Eran principios fundamentales para la supervivencia de nuestra convivencia pacífica.

Nuestro apartamento, que apenas un mes atrás había sido un lienzo en blanco lleno de cajas y posibilidades aterradoras, se había transformado en un reflejo vivo y respirante de nuestra sinergia improbable:

Sus pósteres de películas de ciencia ficción clásica —Blade Runner, 2001: A Space Odyssey, The Matrix— colgaban en armonía sorprendente junto a mis diagramas de flujo legal meticulosamente enmarcados que mapeaban procesos judiciales complejos.

Su colección creciente de tazas absurdas —una con forma de inodoro, otra que decía "I'm not arguing, I'm just explaining why I'm right", otra con un T-Rex diciendo "I love you this much" con sus bracitos cortos— convivía en paz relativa con mi cafetera italiana impecablemente calibrada que requería exactamente 18 gramos de café molido medio-fino y agua a 92 grados Celsius.

Mi escritorio minimalista con un solo monitor y organización zen se enfrentaba a su "estación de trabajo creativa" que parecía haber sido golpeada por un tornado de papeles, notas adhesivas, y cables de origen misterioso.

Era un caos cuidadosamente equilibrado. Un desorden negociado. Un espacio que ninguno de nosotros habría diseñado solo pero que ambos amábamos precisamente porque era nuestro.

Era, finalmente, un hogar.

24.2 — El Amanecer del Final

Pero mientras construíamos ese hogar ladrillo a ladrillo, discusión a discusión, compromiso a compromiso, la vida universitaria —esa burbuja protectora donde habíamos existido durante cuatro años— llegaba a su conclusión inevitable.

El día de la graduación amaneció brillante y despejado, como si el universo hubiera decidido cooperar con el momento. El cielo era de ese azul perfecto que parece retocado en Photoshop. Ni una nube. Ni una amenaza de lluvia que arruinara las fotografías ceremoniales que nuestros padres definitivamente tomarían en exceso.

El aire estaba cargado con algo palpable: la solemnidad de un final que habíamos visto venir durante meses pero que ahora, al materializarse, se sentía súbito y definitivo. Y simultáneamente, vibrando en la misma frecuencia, la promesa eléctrica de un comienzo cuya forma aún no podíamos distinguir completamente.

Me paré frente al espejo de cuerpo completo de nuestro dormitorio mientras me ponía la toga y ajustaba el birrete sobre mi cabello que había intentado domar en algo parecido a profesionalismo ceremonial.

La tela negra de la toga era áspera, institucional, oliendo vagamente a naftalina y a cientos de graduaciones anteriores. El birrete se sentía precario, como si fuera a volar con cualquier movimiento brusco de cabeza.

Pero no era la incomodidad física lo que me hacía pausar frente al espejo.

Era la emoción extraña que me llenaba el pecho, expandiéndose como globo inflándose lentamente, haciendo que mi respiración fuera consciente, deliberada.

No era solo orgullo, aunque el orgullo estaba ahí —Summa Cum Laude, el resultado de años de disciplina obsesiva y noches sin dormir y sacrificar salidas para estudiar.

Ni solo nostalgia, aunque la nostalgia también estaba presente —recordando mi primer día en el campus, tan asustada y tan segura simultáneamente, creyendo que tenía todo resuelto cuando en realidad no sabía nada.

Era algo más profundo que cualquiera de esas emociones simples.

Era reconocimiento.

24.3 — La Mujer en el Espejo

La mujer que me devolvía la mirada desde el espejo ya no era aquella joven rígida de dieciocho años que había entrado a la universidad creyendo que el mundo podía controlarse completamente con carpetas de colores, hojas de cálculo, y reglas inflexibles.

Ya no era la chica que medía su valor exclusivamente por su GPA. Que creía que el amor podía ser algoritmizado. Que pensaba que admitir vulnerabilidad era sinónimo de debilidad.

Ya no era la Roxana que había diseñado un plan de venganza elaborado porque el rechazo le dolía demasiado como para procesarlo saludablemente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.