El día de la mudanza fue, como era absolutamente de esperar, un desastre glorioso de proporciones épicas.
Mis pertenencias llegaron en cajas idénticas de cartón triple corrugado (extra resistentes), cada una etiquetada con un sistema de codificación por colores que había desarrollado específicamente para esta ocasión:
Rojo: Urgente. Necesario el primer día.
Naranja: Alta prioridad. Segunda jornada.
Amarillo: Prioridad media. Primera semana.
Verde: Baja prioridad. Primer mes.
Además, cada caja tenía un código QR impreso que, al escanearlo con mi aplicación de inventario personalizada, revelaba un listado detallado de su contenido, fecha de empaquetado, y sugerencia de ubicación en el nuevo apartamento.
Había redactado un "Protocolo de Desempaque por Prioridad Logística" de diecisiete páginas, con diagramas de flujo y cronograma por horas:
Fase 1 (Horas 0-3): Cocina y baño principal. Establecimiento de servicios básicos. Fase 2 (Horas 4-7): Dormitorio. Montaje de cama y organización de armario. Fase 3 (Horas 8-12): Salón. Distribución de mobiliario según plano pre-diseñado. Fase 4 (Días 2-7): Todo lo demás, según subcategorías.
Las "cajas" de Diego, en cambio, eran una colección verdaderamente anárquica que desafiaba toda lógica organizacional:
Bolsas reutilizables de supermercado (al menos cinco diferentes, incluyendo una que decía "I ♥ NY" a pesar de que nunca había estado en Nueva York).
Cajas de zapatos atadas con cuerda.
Una funda de almohada —una funda de almohada de Star Wars— llena hasta el borde de cómics que amenazaban con rasgar la tela.
Una caja de bananas Del Monte que contenía, según pude verificar más tarde, una extraña mezcla de libros, una lámpara, tres plantas que probablemente no sobrevivirían al viaje, y lo que parecía ser una colección completa de posavasos de bares de toda la ciudad.
Y mi favorita: una caja mediana de cartón corrugado que simplemente decía "COSAS" en letras de rotulador negro, sin más especificaciones.
—Esto no es una mudanza —dije, plantada en medio del caos con las manos en las caderas y mi portapapeles bajo el brazo—. Es una migración caótica y completamente desorganizada de objetos no identificados que desafía todo principio de logística moderna.
—Es un método orgánico —replicó él con esa sonrisa despreocupada que me hacía querer besarlo y estrangularlo simultáneamente—. Fomenta el descubrimiento. La sorpresa. La aventura doméstica.
Mientras hablaba, sacaba triunfalmente una lámpara con forma de cohete espacial de la caja de bananas.
—¿Ves? ¡Magia! No sabía dónde había puesto esto. Es como Navidad.
—Diego, la Navidad no debería ocurrir cada vez que intentas encontrar tus pertenencias —suspiré, masajeándome las sienes—. Ese es literalmente el propósito de un sistema de organización.