Intenté valientemente imponer mi protocolo.
—De acuerdo, equipo —anuncié, con mi mejor voz de coordinadora de proyectos—. Fase uno: ensamblaje de la cama según las instrucciones del fabricante. Tengo las herramientas necesarias aquí, organizadas por función. Fase dos: organización sistemática de la cocina, comenzando por los utensilios básicos de preparación de alimentos. Fase tres...
Fui abruptamente interrumpida por el sonido ensordecedor de su lista de reproducción "Rock Clásico para Mover Cajas Vol. 3" a todo volumen.
Queen, "We Will Rock You".
Porque por supuesto que sí.
Él empezó a bailar por el salón vacío, usando un ejemplar de "Cien Años de Soledad" como guitarra de aire, moviendo la cabeza con una intensidad que sugería que estaba tocando en el estadio de Wembley y no en nuestro apartamento a medio amueblar.
—¡Propongo una enmienda formal al protocolo! —gritó por encima de Freddie Mercury—. Fase uno revisada: baile de celebración inaugural obligatorio. Fase dos: cerveza fría. Fase tres: ya veremos.
Suspiré profundamente, un suspiro que provenía desde el fondo de mi alma organizada y estructurada.
Pero la risa me ganó, burbujeando desde algún lugar que había aprendido a existir solo con él.
Dejé mi portapapeles cuidadosamente sobre una caja roja etiquetada "COCINA-01", me quité los zapatos prácticos que había elegido específicamente para su soporte de arco, y me uní a su baile completamente ridículo en medio de nuestro mar de cajas desorganizadas.
Bailamos "Bohemian Rhapsody" completa, ambos cantando las partes operísticas con una pasión dramática que habría avergonzado a cualquier compañía de ópera profesional.
Y por un momento —solo un momento— olvidé completamente mi cronograma de desempaque.
Esa noche, exhaustos y sudorosos, rodeados de cajas que permanecían obstinadamente sin abrir a pesar de mis mejores intenciones, pedimos pizza (mitad vegetariana con extra queso para mí, mitad pepperoni con jalapeños para él, porque incluso en pizza éramos un estudio de contrastes) y la comimos sentados en el suelo de madera que crujía con cada movimiento.
No teníamos platos. No teníamos mesa. No teníamos sillas.
Pero teníamos pizza, y teníamos esto: nuestro primer hogar juntos.
Fue entonces, con grasa de pizza en los dedos y migajas de corteza en mi camiseta, cuando decidí que era el momento de establecer la ley oficial.
—Diego —dije con una seriedad formal que contrastaba cómicamente con mi apariencia despeinada—. Como cohabitantes oficiales que compartirán este espacio doméstico, creo que es prudente y necesario establecer unos términos claros para asegurar la paz, la armonía y la prevención de conflictos evitables.
Saqué ceremoniosamente de mi bolso un documento que había preparado con antelación (por supuesto que lo había preparado con antelación):
"Acuerdo de Convivencia y Protocolo de Mantenimiento de Limpieza Mínima Entre Diego Martínez Rivera y Roxana Valdés Campos"
Subtítulo: Un Tratado para la Coexistencia Pacífica de Orden y Caos
Diego lo tomó con reverencia fingida, limpiándose las manos en su camiseta antes de tocarlo, y lo leyó en voz alta con voz de narrador de documental. Una sonrisa divertida crecía en su rostro mientras repasaba meticulosamente los artículos:
• Artículo 1: La Jurisdicción del Fregadero. Los platos, ollas, sartenes y demás utensilios de cocina no podrán permanecer en estado de "remojo indefinido" por más de 12 horas consecutivas. El "remojo" debe tener un propósito activo de limpieza, no servir como estrategia dilatoria.
• Artículo 2: El Principio Universal de la Tapa del Inodoro. Posición por defecto en todo momento: cerrada. Sin excepciones. Esta regla es no negociable y trasciende género, costumbre previa o argumentos sobre "eficiencia".
• Artículo 3: Gestión de Residuos Sólidos. Quien deposite el último elemento que provoque que la bolsa de basura alcance su capacidad máxima o supere el borde superior del contenedor, será la persona responsable de su evacuación inmediata al punto de recolección designado.
• Artículo 4: La Doctrina de las Zonas Comunes. El salón, la cocina y los pasillos se mantendrán en estado de "habitabilidad básica". Definición: un visitante inesperado no debería temer por su seguridad física al caminar del sofá al baño.
• Artículo 5: Soberanía de Espacios Personales. Cada parte tendrá derecho a un espacio personal donde su sistema de organización (o falta del mismo) será respetado sin juicio ni intervención. Diego: su escritorio y estantes. Roxana: su closet y escritorio.
• Artículo 6: Protocolo de Reposición. Quien consuma el último de cualquier producto básico (papel higiénico, café, leche, etc.) debe añadirlo inmediatamente a la lista de compras compartida. "Pensaba que quedaba más" no constituye defensa válida.
—Abogada Valdés —dijo Diego cuando terminó de leer, dejando el documento con fingida solemnidad sobre una caja—, este es el documento más romántico que he leído jamás. Es como un poema de amor codificado en lenguaje legal. Lo firmo sin objeciones.
Hizo una pausa dramática.
—Pero con una enmienda crucial.
Tomó un bolígrafo de mi bolso (el mismo bolígrafo que yo había usado para redactar el documento, un Pilot G-2 07 azul, porque los detalles importan), y en la sección final titulada "Resolución de Conflictos", tachó cuidadosamente mi texto que decía:
"Debate estructurado con presentación de argumentos, análisis racional y búsqueda de compromiso equitativo"
Y escribió con su letra irregular y encantadora:
"Un beso obligatorio de mínimo 10 segundos, seguido de la pregunta: '¿Ordenamos comida?' Respuesta correcta: siempre sí."
Miré la enmienda.
Miré a Diego, que me observaba con esa expresión esperanzada de cachorro que había perfeccionado.
Miré de nuevo el documento.
—Enmienda aceptada —respondí finalmente, mi corazón desbordándose con una felicidad tan absurda y perfecta que dolía un poco—. Pero quiero que conste en acta que esto establece un precedente peligroso.