Jurisprudencia de un desastre romántico.

17.4: Fiesta de fin de curso

Más tarde esa misma noche, con el apartamento todavía en un estado de caos semi-organizado que habría horrorizado a la Roxana de hace un año, nos preparamos para asistir a la "Fiesta de Fin de Curso de la Facultad de Derecho": nuestro último acto oficial como estudiantes antes de cruzar al otro lado.

Me puse un vestido negro sencillo que había empacado en una caja roja marcada como "EMERGENCIA-SOCIAL".

Diego encontró una camisa arrugada en una bolsa de supermercado y la declaró "perfectamente imperfecta para la ocasión".

El salón de eventos de la facultad estaba decorado con ese estilo genérico de "fiesta elegante universitaria": globos en los colores de la universidad, mesas con manteles blancos un poco arrugados, y un DJ que parecía tener aproximadamente diecisiete años y una colección de música que sugería que pensaba que estábamos en 2015.

Pero nada de eso importaba.

Por primera vez en mis cinco años en esa facultad, no sentí la necesidad compulsiva de analizar el evento, de observar desde la periferia tomando notas mentales sobre quién hablaba con quién, quién había bebido demasiado, qué políticas sociales se estaban formando en cada esquina.

Simplemente lo viví.

Bailé con Diego canciones que no conocía, riéndonos de nuestra total y absoluta falta de coordinación física. Él me pisó el pie tres veces. Yo le clavé mi tacón en el empeine una vez. Fue perfecto.

En la barra improvisada, nos encontramos con Claribel y María, ambas ya en ese estado alegre que viene después de dos copas pero antes de las malas decisiones.

—¡Felicidades por todo! —exclamó Claribel, su sonrisa genuina iluminando su rostro—. Por graduarse, por el apartamento nuevo, por... todo. Te ves diferente, Roxana.

—¿Diferente cómo? —pregunté, genuinamente curiosa.

—Feliz —dijo simplemente—. Te ves realmente feliz.

—Lo soy —afirmé, y la verdad de esa simple palabra de dos sílabas resonó dentro de mí como una campana, clara y verdadera.

Por primera vez en mi vida, no estaba feliz porque había logrado algo, porque había alcanzado una meta o completado una tarea de mi lista interminable.

Estaba feliz porque sí. Porque existía en este momento, con estas personas, en este lugar.

—¡Salud por los finales felices! —brindó María, levantando su copa con dramatismo—. ¡Incluso si mis métodos como casamentera fueron un fracaso artístico de proporciones históricas! Quiero que conste que lo intenté. Realmente lo intenté.

—Apreciamos el esfuerzo —río Diego—. Aunque tu "plan maestro" fue básicamente lanzarnos a situaciones incómodas y esperar lo mejor.

—¡Ese es un método perfectamente válido! —protestó María—. Funcionó, ¿no?

—Técnicamente —admití—, pero principalmente a pesar de tus esfuerzos, no gracias a ellos.

Chocamos nuestros vasos con un tintineo alegre, cerrando ese extraño y caótico capítulo de nuestras vidas con una risa compartida que ahogaba la música demasiado alta del DJ adolescente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.