Jurisprudencia de un desastre romántico.

3.1: La Documentación del Desastre

Archivo: OPERACIÓN_VENGANZA.docx
Última modificación: 3:47 a.m. (Porque el insomnio es el precio de la traición, y yo estaba pagando con intereses compuestos)
Ubicación: Disco duro, carpeta "Secretos Vergonzosos", subcarpeta "No Abrir Nunca", protegida con contraseña que cambiaba cada hora porque la paranoia es un músculo que se fortalece con el ejercicio

• Estado del Caso: En curso. Éxito catastrófico de proporciones bíblicas. Daño colateral: inconmensurable.

• Evidencia Reciente:

Prueba A: Mensaje de Diego a las 11:23 p.m. del jueves: "Oficialmente libre esta noche. Y mañana. Y pasado. Y probablemente hasta que el universo colapse en sí mismo. Por si acaso te interesa el dato."

(Nota personal: La ironía cósmica de su disponibilidad no pasa desapercibida. El universo es un comediante con sentido del humor sádico y timing impecable. Cada vez que leo este mensaje —y lo he leído cuarenta y tres veces, no es que esté contando— mi estómago ejecuta un giro completo sobre su propio eje.)

Prueba B: Angélica Ramos vista discutiendo con él frente al auditorio principal. Miércoles, 2:34 p.m. Duración: aproximadamente doce minutos. Gesticulación dramática nivel telenovela venezolana en horario estelar. Volumen lo suficientemente alto para que tres estudiantes de primer año se detuvieran a observar. Victoria táctica innegable. Objetivo primario cumplido.

(Nota adicional: ¿Por qué esta victoria sabe a ceniza en mi boca? ¿Por qué lo único que sentí al presenciarlo desde detrás de la columna del segundo piso fue náusea y el impulso de intervenir, de decirle que no era su culpa, que todo era parte de mi ajedrez emocional enfermo?)

Prueba C: Francisco ha cambiado su estado de Facebook a "En una relación" con Mariana de Contabilidad. Tiempo récord desde nuestra "pausa indefinida": 72 horas exactas. Aparentemente, su duelo por nuestra relación de tres años requirió menos tiempo que el proceso de aprobación de un permiso de construcción.

(Nota personal absolutamente crítica: Mi capacidad de sentir indignación al respecto es sorprendentemente, alarmantemente, clínicamente nula. Cuando vi la foto —ellos dos en algún café hipster que nunca visitamos porque Francisco consideraba esos lugares "demasiado casuales para su imagen"— lo único que pensé fue: "Bien por ti, Mariana. Espero que disfrutes tres años de conversaciones sobre tasas de interés y la importancia de los contactos familiares." Ni una punzada de celos. Ni una. ¿Qué dice eso de mí? ¿Qué dice de lo que sentía realmente por él?)

• Dilema Ético Principal: ¿La satisfacción que experimento por la separación de Diego y Angélica es proporcional al daño colateral infligido? ¿Existe alguna teoría de proporcionalidad aplicable cuando el daño incluye: un corazón inocente (el suyo), una reputación destruida (la mía, pero eso ya estaba en proceso), y la autoimagen de alguien como persona mínimamente decente (también la mía, definitivamente comprometida)?

Veredicto: Culpable en todos los cargos. Sin atenuantes. Sin circunstancias eximentes. Sin apelación posible. Sentencia pendiente, pero probablemente involucra sufrimiento autoinfligido de por vida.

Mi cursor parpadeaba sobre la pantalla a las 3:47 a.m., hipnótico como péndulo, y cada parpadeo era una acusación.

Pero luego estaba la Carpeta D: Diego_ERROR_404.exe

No tenía subcarpetas porque se negaba rotundamente a ser categorizado. Era un archivo salvaje, rebelde, que corrompía mi sistema operativo cada vez que intentaba procesarlo. Ralentizaba mis procesos mentales hasta convertirlos en melaza. Hacía que mi cursor emocional parpadeara erráticamente entre "proceder" y "abortar misión" sin nunca decidirse por ninguno. Era como un virus, pero uno de esos virus artísticos que hacen que tu pantalla muestre colores que no sabías que existían en el espectro visible, que crean patrones hermosos mientras destruyen tu disco duro.

Intenté eliminarlo. Cuatro veces. Cada vez, mi dedo se congelaba sobre el botón "Delete" como si mi cuerpo supiera algo que mi mente se negaba a admitir.

Intenté moverlo a la papelera de reciclaje. Dos veces. La carpeta simplemente reaparecía en mi escritorio, más grande, más presente, más imposible de ignorar.

Finalmente, a las 4:23 a.m., mientras el cielo comenzaba ese proceso de transformación de negro a azul marino que anuncia un nuevo día de tortura, cedí. Dejé de pelear contra mi propio sistema operativo.

La carpeta se quedó. Latiendo. Pulsando. Recordándome que algunos archivos no pueden ser eliminados, solo aprendidos a vivir con ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.