—¿El libro de latinajos es para impresionar a la banda o para demandarlos por daños auditivos? —Su voz cortó a través del ruido del Old Anchor como miel caliente sobre cristales rotos, suave y peligrosa simultáneamente.
Había visto mi libro. Por supuesto que lo había visto. Porque el universo disfrutaba documentando meticulosamente cada instancia de mi incapacidad para ser normal, archivándolas en un expediente titulado "Razones por las que Roxana Valdés Nunca Encajará".
Mi mano instintivamente cubrió el pequeño volumen de tapas azules que sobresalía de mi bolso como evidencia incriminatoria. Mis mejillas ardieron con la temperatura aproximada del núcleo terrestre.
—Es... un talismán —admití, porque las mentiras requerían energía que no tenía, y parte de mí—la parte que Carmen había liberado con vaqueros y cuero—estaba cansada de fingir—. Contra el caos. Una ancla a la realidad cuando el mundo se vuelve demasiado... improvisado.
Su sonrisa se expandió, lenta como amanecer, y había algo en ella que no era burla sino reconocimiento. Como si entendiera perfectamente la necesidad de llevar pedazos de tu mundo real a lugares donde no perteneces.
—Bueno —se acercó, y el espacio entre nosotros se redujo a centímetros medibles, y pude oler su colonia mezclada con algo únicamente él: cedro y algo cítrico y debajo de eso, apenas perceptible, el olor a jabón simple y libros viejos—, esta noche el caos tiene cerveza artesanal con nombres pretenciosos, alitas con procedencia legalmente dudable, y una banda que está redefiniendo activamente los límites de lo que puede considerarse música sin violar las convenciones de Ginebra. ¿Te animas a invocar el peligro?
Su mano encontró la parte baja de mi espalda, un contacto ligero que enviaba señales eléctricas por mi columna vertebral, guiándome hacia el bar con la naturalidad de quien hace esto frecuentemente, de quien está cómodo en su propia piel de maneras que yo nunca había logrado.
Cuando fue a buscar las bebidas—rechazando mi intento de pagar con un "esta noche invito yo, puedes pagarme en discusiones sobre derecho procesal"—me quedé sola en medio del Old Anchor, rodeada de gente que parecía saber exactamente cómo existir en espacios como este sin consultar un manual de operaciones.
Mis pensamientos traidores comenzaron su procesión habitual:
Esto es una operación encubierta. Una misión de inteligencia emocional. Recopilación de datos sobre el objetivo para facilitar posterior reubicación afectiva.
No es una cita real porque las citas reales requerían honestidad, transparencia, la ausencia de agendas ocultas y planes de venganza que habían mutado en algo irreconocible.
Estás aquí para evaluarlo como candidato para otra persona, no para ti. Esto no es para ti. Nunca fue para ti.
Pero entonces Diego regresó con dos cervezas—algo artesanal con un nombre ridículo como "Lágrimas de Hipster" o "Desesperación Microcervecera"—y me sonrió de esa manera que hacía que todos mis argumentos internos perdieran fundamento legal.
—Por los talismanes —brindó, chocando su botella contra la mía con un sonido que resonó en mi pecho—. Y por la gente que los necesita para sobrevivir al mundo real.
Bebí. La cerveza sabía a rebelión líquida, amarga y compleja y nada como las bebidas que normalmente elegía (agua, café negro, ocasionalmente jugo de naranja cuando me sentía aventurera).
Sabía a posibilidades peligrosas.