Jurisprudencia de un desastre romántico.- Romcom 2025

Capítulo 1: Artículo 187: Delitos Contra el Honor y la Reputación (Aplicado a Mí)

Mi vida, hasta las 10:32 a.m. de aquel martes de octubre, era un código perfectamente compilado. Un algoritmo sin bugs, una sinfonía de cláusulas donde cada nota caía exactamente donde debía. Había construido mi existencia como quien arma un caso judicial impecable: cada prueba en su lugar, cada argumento sostenido por precedentes irrefutables.

• Carpeta A: Académica.
• Subcarpeta A1: Calificaciones. Promedio: 9.8. Tan pulcro como un alegato final.
• Subcarpeta A2: Beca de Liderazgo "Futuros Juristas". Sellada con lacre de excelencia.
• Subcarpeta A3: Simulacro de Juicio Anual. Posición: Fiscal Principal. Victoria tan segura como la gravedad.

• Carpeta B: Personal.
• Subcarpeta B1: Relación Sentimental. Novio: Francisco. Predecible como el artículo primero de la Constitución, futuro notario con el carisma de un poder notarial.
• Subcarpeta B2: Vida Social. Optimizada como un contrato mercantil: máxima eficiencia, mínimas cláusulas de escape.

Todo funcionaba con la precisión de un reloj suizo sumergido en formol. Era un ecosistema legal perfecto donde yo, Roxana Valdés, reinaba como jueza suprema de mi propio tribunal existencial.

Hasta las 10:33 a.m.

El universo, ese abogado del diablo con un sentido del humor perverso, decidió presentar una moción inesperada.

El Arma de Destrucción Masiva

Angélica Ramos no caminaba: levitaba. Sus tacones apenas susurraban contra el mármol de los pasillos mientras desplegaba su presencia como quien desenrolla un pergamino real. Si el carisma fuera un delito, estaría cumpliendo cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Su cabello rubio caía en ondas calculadas que parecían haber firmado un pacto de no agresión con la humedad, y su sonrisa —esa arma química prohibida por la Convención de Ginebra— podía hacer que un profesor olvidara el concepto de justicia imparcial.

Era la monarca no coronada de la Facultad de Derecho, y su cetro no era un código penal sino algo mucho más letal: un rumor afilado como bisturí.

Y yo acababa de convertirme en su paciente.

El rumor que diseñó era una obra maestra de ingeniería social, una bomba Molotov envuelta en papel de seda. Según la narrativa que corría por los grupos de WhatsApp como mercurio derramado, yo —la intachable Roxana Valdés— había "obtenido pruebas de manera antiética" durante la preparación del simulacro. La versión 2.0, mejorada y amplificada, aseguraba que había desplegado mis "encantos" (¿qué encantos?, me preguntaba mi reflejo cada mañana) con un empleado de la biblioteca para acceder a los archivos confidenciales del equipo contrario.

¿Yo? ¿Coqueteando? Mi concepto de seducción era prestarle a Francisco mi ejemplar del Código Civil con anotaciones al margen en tres colores diferentes.

El Derrumbe

El primer síntoma del apocalipsis llegó disfrazado de correo electrónico. Asunto: "Revisión Urgente de su Estatus de Beca". Mi estómago se transformó en un nudo gordiano de ansiedad jurídica. El segundo fue la mirada de mi equipo de debate: ojos que antes me veían como a Temis encarnada ahora me atravesaban como dagas de decepción. El tercero, el corte más profundo, fue un mensaje de Francisco:

"Roxana, tenemos que hablar. Esto afecta mi imagen profesional."

Su imagen. Como si mi reputación fuera un accesorio que desentonaba con su corbata de seda italiana.

El Refugio de los Olvidados

Me arrastré hasta el único santuario donde nadie me buscaría: la sección de Derecho Mercantil Comparado de la biblioteca. Un mausoleo de conocimiento momificado donde los libros acumulaban polvo como evidencia de su irrelevancia. El aire olía a papel antiguo y ambiciones abandonadas.

Allí, entre estantes que gemían bajo el peso de tomos que nadie había consultado desde la Guerra Fría, no encontré consuelo. Encontré algo peor: un espejo.

Por primera vez vi mi reflejo sin los filtros del éxito. No era la fiscal estrella, la estudiante brillante, la novia perfecta. Era una arquitecta de castillos de naipes, una coleccionista de validaciones externas, una impostora con toga prestada. Mi identidad entera estaba construida sobre cimientos de arena movediza, y un solo rumor había sido suficiente para activar el terremoto.

Me derrumbé contra la pared, abrazando mis rodillas como quien abraza los restos de un naufragio. Las lágrimas que cayeron no eran de tristeza; eran de terror existencial puro, del tipo que sientes cuando el suelo que creías sólido se revela como hielo delgado sobre un abismo.

La Caída (Literal) en Desgracia

Fue en ese momento de colapso cuántico cuando el destino, ese bromista cósmico, decidió presentarme a mi cómplice involuntario.

Diego Cifuentes.

Estaba a unos metros, de espaldas a mí, estirándose hacia un libro rebelde en el estante más alto. Diego era... bueno, era territorio enemigo. El novio de Angélica. El príncipe consorte del reino que acababa de declararme la guerra. Lo había catalogado mentalmente en la carpeta "Peligro: Material Radioactivo. No Tocar Bajo Ninguna Circunstancia".

Su camiseta se tensó mientras se estiraba, revelando una geografía de músculos que mi cerebro jurídico intentó inmediatamente clasificar y archivar. Inadmisible, me dije. Estás en medio de una crisis existencial, no en una audiencia de reconocimiento anatómico.

Entonces hizo algo que violaba todos los protocolos de seguridad bibliotecaria: comenzó a escalar la estantería como si fuera una pared de escalada en roca. Mi mente legal gritó: ¡Violación del reglamento, sección 3, párrafo B! ¡Peligro inminente! ¡Responsabilidad civil extracontractual en ciernes!

—¡Cuidado! —El grito escapó de mi garganta como un silbato de tetera hirviendo.

El efecto fue instantáneo y catastrófico. Diego se sobresaltó, sus manos perdieron agarre, y por un momento surrealista quedó suspendido en el aire como un personaje de dibujos animados que aún no se da cuenta de que ya no hay suelo bajo sus pies. El libro —un tomo ancestral de Derecho Romano que probablemente había presenciado la caída del Imperio— se precipitó hacia mí como un meteorito de sabiduría jurídica.




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