Si la cena con mis padres fue un juicio, la preparación para el simulacro de juicio fue un tratado de fusión empresarial.
La empresa “Valdés, R. – Lógica y Estructura, S.A.” estaba a punto de fusionarse con “Cifuentes, D. – Encanto y Caos Creativo, Ltda.”.
Y yo, la CEO de la primera, estaba a punto de tener un colapso nervioso.
—Bienvenida a mi oficina —dijo Diego, abriendo la puerta de su apartamento.
Su “oficina” era la mesa de su cocina, que parecía haber sido víctima de una explosión en una papelería. Había libros abiertos, tazas de café a medio terminar y, como había predicho, un montón de notas garabateadas en servilletas de papel. Mi alma, amante de los archivadores y las etiquetas, soltó un grito silencioso.
Llegué armada hasta los dientes. Dejé sobre la mesa mi maletín y saqué tres carpetas de anillas perfectamente etiquetadas: “Argumentos de la Fiscalía”, “Nuestra Defensa” y “Jurisprudencia Relevante”. También saqué un cronograma de estudio impreso y laminado.
Diego miró mi despliegue de organización con una sonrisa divertida.
—Vaya. Has traído refuerzos.
—Esto no son refuerzos —repliqué, intentando no mirar la servilleta que tenía una mancha de kétchup junto a una idea aparentemente brillante—. Esto es el procedimiento estándar.
—De acuerdo, abogada Valdés —dijo, entrando en el juego—. ¿Cuál es el primer punto en su agenda?
—Punto 1.1: Revisión de la estrategia de defensa. He redactado el argumento principal. Es hermético.
Le pasé una copia de mi escrito. Era una obra de arte de la lógica legal. Veinte páginas de argumentación impecable, precedentes citados correctamente y una estructura a prueba de balas.
Nuestro caso era defender a un joven acusado de vender una obra de arte falsificada, y mi defensa se basaba en un tecnicismo sobre la cadena de custodia de la obra.
Diego leyó en silencio durante varios minutos. Yo esperaba un asentimiento de aprobación, quizás un aplauso.
En cambio, frunció el ceño.
—Rox, esto es… brillante. Y completamente inútil.
—¿Disculpa? —mi voz subió una octava.
—Es perfecto. Tan perfecto que no tiene alma. Ganarás el argumento legal, pero perderás al jurado. No hay una historia aquí. No hay un ápice de humanidad. Estás defendiendo un tecnicismo, no a una persona.
Tenía razón.
Y eso me enfureció y me fascinó a partes iguales.
—La ley no se trata de “humanidad”, Diego. Se trata de hechos.
—Un juicio sí —replicó él, inclinándose sobre la mesa—. Y los hechos son que nuestro cliente es un artista joven y asustado que fue engañado. Eso no está en ninguna de estas veinte páginas. Pero está aquí.
Empezó a extender sus servilletas sobre la mesa, creando un caótico mapa mental.
—Aquí, mira. Esta es la historia. El sueño de un artista. La traición de su mentor. El miedo a perderlo todo. ¡Eso es lo que el jurado necesita oír!
Tuve un mini-colapso. Era el choque de dos mundos. Mi orden contra su caos. Mi lógica contra su emoción. Me levanté y empecé a caminar por la pequeña cocina, con las manos en la cabeza.
—Esto es imposible. No podemos presentar servilletas manchadas de kétchup como defensa.
Diego se levantó, se acercó a mí y me detuvo suavemente por los hombros.
—Oye. Artículo 1, ¿recuerdas? Honestidad Total.
Su voz era suave, calmada.
—Y la honestidad es que ninguno de los dos puede ganar esto solo. Tu defensa es el esqueleto. Es fuerte, es necesario. Pero mis servilletas… son el corazón. Necesitamos ambos.
Me atrajo hacia él y me besó, un beso corto y tranquilizador.
—Confía en mí. Confía en nosotros.
Respiré hondo y asentí.
—De acuerdo. Fusión empresarial. ¿Cómo procedemos?
Las siguientes horas fueron la sesión de trabajo más extraña y productiva de mi vida. Nos sentamos en el suelo, rodeados de sus servilletas y mis carpetas.
—Vale, lee esa parte sobre la cadena de custodia otra vez —dijo él.
Yo leía mi párrafo legalista, y él lo interrumpía.
—No, no. Aburrido. Dilo así: “La fiscalía quiere que crean que esta pintura viajó en una burbuja de cristal, intacta y pura. Pero la verdad, damas y caballeros del jurado, es que esta obra de arte tiene más agujeros en su historia que un queso suizo.”
Anoté la frase, sonriendo a mi pesar. Era buena. Muy buena.
Poco a poco, encontramos nuestro ritmo.
Yo proporcionaba la estructura, la lógica, los hechos.
Él los vestía de emoción, de narrativa, de humanidad.
Mis carpetas se llenaron de sus ideas, y sus servilletas se organizaron en secciones numeradas según mi esquema.
En un momento, mientras yo estaba concentrada escribiendo, sentí su mirada sobre mí.
—¿Qué? —pregunté, sin levantar la vista.
—Nada. Es solo que… nunca he disfrutado tanto del caos —dijo en voz baja.
Levanté la vista y nuestros ojos se encontraron. Había una profunda ternura en su mirada.
—Y yo nunca me he sentido tan cómoda sin un plan —confesé.
Se inclinó y me besó, un beso lento y profundo que no tenía nada de caótico. Era perfecto.
—Has presentado un argumento muy sólido para un segundo beso, abogada Valdés —susurró contra mis labios.
—Objeción —repliqué—. El precedente indica que deberíamos proceder directamente a un tercero.
Al final de la noche, estábamos agotados, pero teníamos algo nuevo.
No era mi defensa.
No era su historia.
Era nuestro caso.
Un argumento tan sólido en su lógica como en su corazón.
Recogimos nuestras cosas, colocando los documentos ahora híbridos en mi maletín.
La fusión había sido un éxito.
—El juicio comienza mañana —dijo Diego, su voz vibrando con una mezcla de nervios y emoción.
Le sonreí, sintiendo una confianza que no había tenido al principio.
—Que empiecen. Estamos listos.