Juro enamorarte

CAPÍTULO 3

Odiaba los castigos injustos y cero educativos que la secundaria implementaba. Lo digo en serio.

Me consideraba el punto blanco entre todos los maestros, la chica distraída que provocaba accidentes y la posible muerte entre mis compañeros, pero nada de eso era mi culpa. Además, ¿qué esperaban de mí? si mi hermosa compañera de ciencias era Hillary Colt y la chica tenía una muy extraña manía de combinar los colores de aun no identificados líquidos a su completo antojo, pero eso no era todo, ella tenía el síndrome de la lágrima cocodrilo y yo un par de lentes que siquiera diferenciaban el color de mis ojos ¿cómo carajos le ganaba a eso?

Quizás lo menos imposible de tolerar en estos momentos era el tema de la rubia, pues el día de hoy me había tocado uno de los más terribles castigos del mundo, los chicles. Habían muchos tipos de chicles, unos se encontraban por debajo de la mesa, otros en el piso y por muy imaginativo que suene, un par de ellos escalaban mágicamente por las paredes hasta llegar al techo. Verdes, rosados, azules, rojos, duros, mal masticado y más de alguno combinado con sobrantes de otros alimentos. Extrañas asquerosidad que provenían de adolescentes que tenía que quitar con apenas una palita de metal y un poco de agua con detergente en líquido para intentar suavizar la monstruosidad tan asquerosa que había en todas las mesas luego de un almuerzo.

Rosa siempre intentaba alagar mi duro trabajo mientras ella entraba a escondidas y me ayudaba entre risas y su música latina, la cual me obligaba a mover las caderas de una manera muy graciosa. Realmente amaba la compañía mexicana de mi amiga, pero para un suceso exitoso de mi mala suerte, ella continuaba con gripa, así que hoy estaba sola. Sola.

Mi cuerpo se encontraba extendido sobre el piso mientras mis brazos se movían violentamente y mis labios se contraían en un esfuerzo por intentar arrancar un chicle lleno de moho con la palita de metal. La experiencia como la chica quita chicles no era fácil de conseguir, había cometido más de un error en estos años y cada uno me había enseñado algo valioso, como por ejemplo, aprendí a fruncir los labios en vez de quejarme pues ya me había tragado un par de estos, también había aprendido que mi cabello debía estar sujetado por una coleta ya que no quería volver a llorar mientras mi madre pasaba tijera sobre mi melena castaña y lo más importante, había aprendido que luego de terminar mis castigos, debía omitir pasar por el pasillo que daba directo a la oficina del director, pues escandalosos gemidos traspasaban las paredes y estaba segura de que esos no eran de su esposa, sino, de la candente secretaria con grandes senos falsos que llevaba un mes asistiendo a la secundaria.

— Eres buena quitando chicles, Katherine... — musité exasperada recordando las palabras de aliento que Rosa me regalaba mientras luchaba con los chicles más duros — ¡tendrás brazos firmes, carnalita! ¡Uno! ¡Dos! — fruncí mi ceño con fuerza y coloqué ambas manos sobre el agarradero de la palita. Entonces tras un vago intento tomé un momento de respiración, mi respiración era rápida y como la de una mujer en pleno trabajo de parto, volví a sostener el agarradero con ambas manos y pujando una vez más — ¡Tres!

El chicle verdoso voló hacia uno de los extremos de la mesa, dejándome una victoria evidente ante el público invisible que me rodeaba. Estiré mis brazos con alegría y un susurrante ¡sí! salió de entre mis labiospara luego pasar la palma de mi mano por mi sudoriento cuello, respiré cansada y finalmente quedé con mis brazos extendidos a los lados intentando recuperar mis energías. Mis ojos se cerraron, era tarde, estaba cansada y mi cuerpo un tanto adormecido, pero nada de eso me impidió levantarme con velocidad y golpear mi frente contra la lámina de metal que cubría la mesa por encima de mí, sacándome un gruñido de dolor.

— Di que sí — mi cuerpo se estremeció al ver su figura caminando hacia mí. En su rostro una sonrisa coqueta iba a la perfección con sus ojos verdes brillantes y encantadores. Todo en él era perfecto tanto que dentro de mí una oleada de nervios atravesaba mis sentidos —, prometo que no te arrepentirás.

Juntó ambas manos y extendió su sonrisa aún más. Algo dentro de mí deseaba de todo corazón salir con él, tener una primera cita con todas las de ley y regresar con una sonrisa a mi hogar pero ¿quién me garantizaba que iba volver completa o siquiera sana? No podía tener plena seguridad de lo sucedido, por ende, me concentré en cumplir mi castigo. Elevé mi delgado cuerpo del piso y tomé la palita metálica con mi mano al mismo tiempo que mi pie empujaba el balde metálico con los chicles ya previamente despegados.

— No, no confió en ti — mis palabras salieron disparadas y, a pesar de intentar no sonar nerviosa o asustada por tenerlo detrás de mí, mi voz también temblaba al igual que el resto de mi cuerpo —, además, ¿qué haces aquí? vete

Una punzada de vértigo traspasó mi anatomía cuando escuché sus pasos por detrás de mí, mis pasos aceleraban por el pasillo de la cafetería al igual que lo suyos y prácticamente estábamos jugando al ratón y el gato, cabe destacar que el ratón era yo y para hacer más grave el asunto, yo era un ratoncito flaquito y asustado, repito, flaquito y asustado.



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En el texto hay: amistad, venganza, amor y humor

Editado: 13.11.2018

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