Justicia Divina

4: Impotencia e Injusticia

— Les repito niñas que no es suficiente evidencia para abrir un caso, pero podemos ir a echar un vistazo, en tu casa ¿Eso estaría bien? -Rebeca asiente con su cabeza- Danos la dirección y enviaré una patrulla en unos minutos. Mientras tanto, vete a casa con tu amiga-le echa un vistazo rápido a Susan.

— ¿No puedo ir con ustedes? Les ayudaré a reconocer la casa-insiste Rebeca, pero el policía niega. No tenía más caso. Ambas salen del lugar molestas- ¿Cómo sabré que realmente irán a mi casa? -le pregunta a su amiga, caminando un tanto frustrada.

— Tú tranquila, todo va a estar bien-responde.

Los días pasaban sin más y ella no obtenía respuesta alguna de la policía. Quería investigar ella misma, pero no podía hacer demasiado. La única evidencia que tenía, eran esas fotos. Solo se rindió.

Su amiga comenzó a ayudarle con sus gastos y logró retomar sus estudios, para así tomar la beca. Continuó con su trabajo de lavaplatos, hasta que consiguió un nuevo empleo en una cafetería.

Año tras año pasaba y aún no obtenía respuestas. Susan insistía en que iba a estar todo bien, ella quería creerlo, pero no lograba convencerse a sí misma.

Un fin de semana Rebeca invita a su amiga a desayunar, ya que los últimos días, salía hacia su trabajo antes de que salga el sol. Ella se sentía feliz de que Susan había convencido a sus padres de tener un empleo. Comienza a preparar el desayuno sobre la mesa circular de la sala, que consistía en un té negro y un pequeño pastel que había comprado en una pastelería. Ambas toman asiento y comienzan a devorar los trozos de pastel mientras hablan sobre el trabajo de la otra. Por unos segundos, las dos quedan en silencio, dándole paso al tono de llamada de Rebeca.

— ¿Quién te llama a esta hora? -interroga su compañera sonriendo pícaramente.

— No lo sé-ríe. Su número a esas alturas lo tenían varias personas, pero eran puros compañeros de trabajo. Toma su teléfono y contesta

— ¿Hola? -habla mientras sonríe.

— ¿Rebeca? -una voz masculina, como de un anciano se escuchaba de la otra línea.

— ¿Quién es? -sin rodeos pregunta.

— Me da gusto encontrarte, te he buscado por mucho tiempo-ríe el anciano ligeramente-ahora necesito hablar contigo ¿Crees que podrías regalarme unos minutos de tu valioso tiempo? -su voz se mantiene calmada, pero algo no le cuadraba a Rebeca-tu silencio me confirma ¿Estás sola?

— ¿Para qué quiere saberlo? -la voz de la muchacha comenzó a vibrar de los nervios. Quería colgar

— Oh, no te asustes. Seré breve, tienes 24 horas para dejar la ciudad e irte. Tus amigos, trabajo, todo. No queremos que las personas que más amas, terminen como tu madre ¿O sí? -su rostro pasa a uno serio. No era la llamada que estaba esperando, pero temía que algo les pase a sus amigos, en especial a Susan.

— Claro...-le responde al anciano con su voz más calmada.

— No le cuentes a nadie sobre este llamado. Vete discretamente, luego de terminar tu té, obviamente, no queremos que se congele-dice para cortar la llamada y dejar con varias preguntas a la joven.

— ¿Quién era? -su compañera no podía disimular su curiosidad.

— Ah, era mi jefe...-habla rápido-me ofreció un puesto en una cafetería que tiene en California-ríe.

— ¿De verdad? Eso es maravilloso-se pone de pie para abrazarla-Puedo decirle a mi amiga que te reciba...

— No, está bien. Me has ayudado demasiado. Tengo un poco de dinero ahorrado que creo que me servirá para un departamento pequeño-le devuelve el abrazo-nos iremos esta noche.

— ¿Tan pronto?

— Oportunidades-eleva sus hombres. Camina hacia su cuarto y ordena todas sus cosas en una maleta que Susan le obsequió hace un año-te prometo que te llamaré cuando aterrice el avión-le sonríe.

— Sí, ahora hay que seguir con el desayuno. Quiero disfrutar los últimos minutos que tengo con mi mejor amiga-la toma de los brazos y la sienta-te voy a extrañar demasiado. Eres una de las mejores compañeras de casa que tuve.

— ¿Has tenido otras?

— No-ambas ríen.

El día trascurre tranquilo. Salieron al cine y a pasear por la ciudad. Rebeca no sabía si iba a ser la última vez que estaría en Florida. Tal vez sí, o tal vez no. Tal vez debía estar en California unos años y podría volver.

— Disfruté mucho el día-Susan deja todas sus compras sobre la mesa-esto es un obsequio para ti-le extiende una pequeña caja.

— ¿Qué es esto? -sonríe mientras lo abre. Se encontró con unos aros dorados, lo que aparentaba ser oro-no puedo aceptarlo-intenta entregárselo nuevamente.

— Es para demostrar el valor de nuestra amistad, sé que la distancia no va a separarnos-la abraza-ya es hora. Debemos irnos al aeropuerto.

— Sí, iré por mi maleta-toma sus cosas y le echa un último vistazo a su cuarto. Iba a extrañar mucho su hogar- No podré irme si me acompañas...

— ¿De qué hablas?

— Quiero ir al aeropuerto sola, no podré irme si te veo ahí ¿Podrías quedarte? -su amiga asiente sin más y la abraza por última vez-te llamo en cuanto aterrice el avión, lo prometo.

Camina fuera del edificio y localiza un taxi. Eleva su mano en señal para que la observe y éste se detiene frente a ella, bajando para ayudarle con sus pertenencias. El hombre sube nuevamente y conduce hasta el aeropuerto. Llegan a destino y le ofrece nuevamente ayuda con sus bolsos y maleta y ella acepta.

Saluda al hombre por su gentileza y camina dentro del edificio. Era un lugar enorme, jamás había visitado uno. Era extraño lo que sentía. No quería irse, pero sentía adrenalina por subir a un avión por primera vez. Se acerca a la recepción y pide su boleto.

— Hola, quería un vuelo a California-le entrega su identificación

— Lo siento, tienes 17 años, necesitamos la autorización de tus padres para poder volar.

— Lo siento, mis padres murieron y no tengo a nadie quién me conceda el permiso.

— ¿Algún tutor legal? -interroga la chica con normalidad luego de haberle dicho que sus padres habían muerto. Su madre, por lo que ella sabía, sí. Pero su padre las abandonó, o, mejor dicho, ellas habían logrado escaparse de ese infierno.




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