Justo a tiempo

Capítulo uno

Este era un día gris. 

Si, un día gris. Y no solo porque el cielo de la ciudad está nublado a más no poder, no. Hoy el cielo se puso de acuerdo con mi estado de ánimo, con mi vida y con mi realidad. Gris, como un inmenso desencanto atrapado en la niebla. 

Mi mente y mis emociones son una niebla espesa justo cuando entro a esa habitación pintada de blanco con decoraciones beige que tanto me sé de memoria. Donde mi psicólogo de hace algunos años me espera. 

—Alessia Williams —el señor Jonh Fitcher me da un breve asentimiento con la cabeza y me señala la silla que está frente a su escritorio. —Toma asiento, por favor. 

Su tono de voz está muy lejos de sonar con simpatía, más bien suena seco y aburrido, sin emoción alguna. 

Tomo la silla y me siento. Lo miro fijamente mientras toma su libreta negra y gruesa. 

El señor Fitcher y yo nunca pudimos establecer una buena relación lejos de lo que está escrito en el reglamento, a pesar de que asisto a sus sesiones cada mes desde hace tres años. Y es por eso que creo que cada vez las sesiones tienen un nulo avance. 

Además, no es como si me importara, yo vengo cada mes a la terapia solamente para acallar los reclamos y habladurías de mi familia. Nada más. No me siento a gusto con este señor, y mucho menos como para contarle mis problemas y mis recuerdos dolorosos.

—Cuéntame, Alessia, ¿cómo ha ido este mes? 

La charla da inicio y como cada vez es monótona. Sin nada nuevo que mencionar y nada nuevo que cambiar. Todo se basa en una charla acerca de cómo me he sentido y como he reaccionado a algunos cambios que según él he tenido. 

Muy lejos de la verdad porque yo Alessia Rosalie Williams soy la misma de hace tres años. Soy la misma persona desde que sucedió el accidente. Soy esa persona que se quedó estancada en los recuerdos oscuros y desabridos. Y sinceramente no me apetece salir de ahí. Todo esto es una mierda y un parapeto que me veo obligada a seguir porque mis padres no pueden soportarme. Nada más. 

La hora estipulada de mi sesión llega a su fin y doy gracias al cielo. 

Con una simple despedida salgo del despacho de John Fitcher con el alma difusa como siempre que vengo con él. 

Subo a mi coche con un solo pensamiento en mente, y como si de un rayo se tratase salgo disparada hacia él. Llego a mi destino pocos minutos después, con la melancolía llenando mi espíritu poco a poco. 

El cementerio siempre me da esa sensación de paz cada que vengo y supongo que es por el ambiente solitario que siempre lo embarga, o por la cálida brisa que se topa con mi cuerpo al entrar.

Diviso como las hojas secas de los árboles se mueven al compás del viento, dejando impregnado en el aire su aroma. Respiro hondo y camino por el suelo de la entrada relleno de gravas provocando que mis pisadas se escuchen por todo el lugar silencioso.

Cuando encuentro el pasillo y la lápida que busco, me inclino hasta sentarme en el césped. No sin antes dejar en la copa de acero el ramo de rosas blancas que traje para él. 

Quito con mi mano el polvo que se ha pegado en la placa de granito donde está escrito su nombre, dejando que las lágrimas inunden mis mejillas. Sintiendo todas las emociones en mi pecho. Siento coraje e impotencia. Odio y tristeza. Soy una mezcla de todo y detesto no poder controlarme. Pero aquí, sentada en el césped, me desahogo como cada vez que lo necesito. Como cada vez que algo me sobrepasa y este es mi único refugio. 

Leo la placa con su nombre y la dura realidad me golpea. 

 

DESCANSA EN PAZ 

RONALD MATEO WILLIAMS

1979 - 2017 

 

—No sabes cuánto te extraño —murmuro al viento porque es el único que me acompaña. 

Las palabras y los recuerdos comienzan a atacarme tras decir esas palabras y otra vez me permito desahogarme con total libertad. 

Solo el cielo gris es testigo de cómo me desarmo. Porque no siempre es fácil mantenerse fuerte cuando la persona que tanto te ayudó a que salieras adelante y la que te impulsó a ser lo que ahora eres ya no esté en tu vida ni en el mundo. Odio sentir que ya no tengo razón de vivir, que con un solo golpe más, me hundiré completamente. Odio pensar que caeré en el vacío tarde o temprano y que ya no tendré salvación o escapatoria alguna. 

He sido fuerte, lo he tratado de verdad, pero ahora todo eso me resulta demasiado agobiante. Con una estocada más y estoy segura de quedo totalmente partida en dos. 

Ronald fue para mí una de las personas más importantes de mi vida. Fue como mi padre, mi héroe y la persona en la que confiaba ciegamente. Se ganó ese puesto a pulso con sus ocurrencias, cuidados y mimos para conmigo y mi hermano. Ambos lo queríamos demasiado, tanto como él nos quería a nosotros. Éramos la luz de sus ojos. Fue difícil y doloroso decirle adiós. 

Ahora es mucho más difícil olvidar todo cuanto a él se refiere. Y sinceramente yo no quiero hacerlo. Pueden pasar los años y su recuerdo quedará intacto en mi mente y en mí ser. Ronald marcó mi vida y la de mi hermano para siempre al cuidarnos más que nuestros propios padres, por preocuparse por nosotros hasta su último suspiro. 

Pasa alrededor de una hora cuando decido irme a mi casa. 

Doy un último vistazo a la lápida y me despido de forma silenciosa. 

Con un suspiro emprendo camino hacia la salida. Nada más salir a la calle la lluvia se hace presente y comienzan a caer gotas de agua por todo mi cuerpo, empapando mi cuerpo y mis sentidos. 

Cubro mi cara y observo mi auto al otro lado de la calle. Noto que algunas personas que al igual que yo camino con prisas. Y un recuerdo que cruza mi mente como un fogonazo en ese instante, quizá es una mala jugada del destino, porque es un recuerdo que lo había enterrado bien profundo de mi mente. 

Ese día nos encontrábamos en un estanque que quedaba cerca de la casa. Solo habíamos ido mi tío, mi hermano Sebastián y yo. 




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