En los albores de la existencia, cuando el universo aún era joven y el tiempo no se medía en estrellas ni ciclos solares, cinco entidades celestiales surgieron del vacío absoluto. Eran los Dioses del Origen, creadores de la materia, la energía, la vida... y el caos. Para contener su inmenso poder y mantener el equilibrio de las fuerzas que regían los mundos, los dioses forjaron cinco orbes, cada uno con una fracción de su esencia divina.
Estos orbes, conocidos como los Orbes Universales, fueron dispersados por distintas galaxias, ocultos en lugares donde el tiempo y el espacio eran distorsionados por la fuerza misma de su creación. Pero uno de estos orbes —el más inestable, el más volátil— no pudo sostenerse y se fracturó. De su núcleo surgieron siete orbes menores, cada uno con un dominio elemental: Ignis, Aqua, Glacier, Darkness, Natura, el Orbe de la Vida y el Orbe de la Muerte.
De esta fragmentación nació una galaxia única, distante de la Vía Láctea, un sistema donde los elementos vivían en equilibrio frágil y constante tensión: la Galaxia Elemental.
Según antiguas leyendas, si los siete orbes elementales fueran reunidos en un mismo lugar sin un portador digno que los canalice, se fusionarían en una sola entidad conocida como el Orbe Primigenio, capaz de rehacer el universo… o destruirlo.
Planeta Ignis – Actualidad
El calor del sol caía con fuerza sobre los cristales ígneos que decoraban los templos de piedra volcánica. Las calles del reino de Ignis vibraban con energía, fuego y movimiento. Entre la multitud, un joven caminaba sin prisa, coronado por un aro de oro carmesí que brillaba como si el mismo sol lo bendijera.
Su nombre era Kael. Príncipe heredero del planeta, y destinado, según muchos, a convertirse en algo más que un simple monarca. Era alto, de mirada intensa, con una llama tranquila ardiendo siempre detrás de sus ojos.
A su lado caminaban dos figuras femeninas. A la derecha, su hermana mayor, Aeris, una guerrera temida en toda la galaxia elemental. Vestía armadura ligera de escamas metálicas forjadas en los fuegos profundos de Ignis. Era la líder militar del reino, protectora del trono y voz implacable en el campo de batalla.
A la izquierda, su prima Aenara, serena y meticulosa, con un largo manto rojo oscuro que arrastraba levemente por las losas incandescentes del palacio. Ella era la Guardiana del Orbe Ignis, encargada de asegurar que el artefacto ancestral siguiera dormido en su santuario, protegido del tiempo, los enemigos… y la ambición.
—Parece que hoy todo está en calma —murmuró Kael, mirando el horizonte de fuego más allá de las torres del castillo.
Aeris resopló, siempre inquieta en los días tranquilos. Aenara sonrió levemente, como si compartiera un secreto con el planeta mismo.
Castillo de Ignis – Torre Central
En lo alto de la torre real, el rey Vorkan observaba las pantallas de vigilancia con una mezcla de sabiduría y tensión. Sus ojos escarlata revelaban el peso de siglos, y su imponente silueta irradiaba autoridad divina. Era el actual rey de Ignis… pero más que eso, era el Dios del Fuego.
A su lado, la reina Syra, sabia, justa y firme como la obsidiana que recubría las paredes de la torre. Ella controlaba los escudos, las barreras y las prisiones del reino.
Ambos observaban con especial atención una celda de máxima seguridad: una cámara blindada por fuego azul, impenetrable incluso para los suyos. Dentro, encadenado con grilletes mágicos y ojos llenos de odio, permanecía su prisionero más peligroso.
Tharion.
Hermano de Vorkan. Traidor. Y según los registros oficiales, una amenaza para toda la galaxia elemental.
—Debemos vigilarlo sin descanso —dijo Syra, sin apartar la mirada del monitor—. Si alguna vez se libera, no solo Ignis estará en peligro… sino los siete orbes.
Vorkan asintió con una seriedad inquebrantable.
—No podemos permitir que su verdad salga a la luz. No ahora. No mientras Aenara siga creyendo que no es su hija.
La cámara se acercó al rostro de Tharion. Una sonrisa helada curvó sus labios.
—Ella sabrá la verdad —susurró para sí mismo—. Y cuando lo haga, su fuego no arderá para ustedes.
El destino de Kael y el equilibrio de los orbes apenas comenzaba a tambalearse… sin que nadie lo notara aún.