Kael El Dios Del Fuego

04: FUEGO AZUL

El hielo se resquebrajaba a cada paso del intruso, mientras la nieve derretida caía en cascadas por las laderas del templo glaciar. El enemigo, aún envuelto en su aura de fuego azul, avanzaba con la calma de un depredador, como si todo a su alrededor fuera ya suyo por derecho.

Pero entonces, un estallido rompió el cielo.

Dos naves descendieron en picada como cometas, surcando la atmósfera de Glacerya con velocidad supersónica. Las compuertas se abrieron antes de tocar tierra, y dos figuras emergieron entre la ventisca: Kael y Aeris, listos para la batalla.

El enemigo se detuvo. Su fuego azul crepitó con fuerza al verlos.

—Ah... el príncipe de Ignis —dijo con una voz grave—. Llegas tarde.

—Todavía no es tarde para que te arrepientas —espetó Kael, empuñando su lanza ígnea.

Aeris no habló. Solo activó los generadores de su armadura y se lanzó directamente hacia el enemigo.

El choque fue instantáneo. Llamas rojas y azules se entrelazaron en el aire como dragones en guerra. Aeris combatía con precisión, golpe tras golpe, mientras Kael buscaba abrir un flanco con ráfagas de fuego concentrado. Aysha, herida, observaba desde la entrada del palacio de hielo.

El enemigo, aunque fuerte, comenzó a ceder ante el combate combinado. El fuego azul empezaba a menguar. Aeris lo embistió contra una columna de cristal, lo desarmó y, con un giro preciso, colocó en su pecho un chaleco de contención elemental, diseñado para anular poderes hostiles.

El fuego azul se extinguió. El enemigo cayó de rodillas, jadeando.

—No terminaré aquí… —murmuró con voz quebrada.

Aysha corrió hacia ellos y, sin pensarlo, abrazó a Kael con fuerza.

—Gracias... sin ustedes, este planeta habría sido ceniza —susurró.

Aeris cruzó los brazos, mirándolos con ceño fruncido.

—Yo fui la que lo derrotó, por si alguien lo olvidó.

Kael esbozó una sonrisa cansada, pero no dijo nada. Aysha tampoco soltó el abrazo.

Minutos después, los reyes de Glacerya, Reynar y Elira, descendieron de la torre principal, rodeados por sus guardias reales. Observaban la escena con respeto y gratitud.

—Ignis ha demostrado nuevamente que la alianza con Glacerya es más que diplomacia —dijo Reynar, con voz solemne.

Elira extendió una caja de cristal helado hacia Kael.

—Como símbolo de nuestra gratitud… te entregamos esto: el Arma de Hielo Eterno. Forjada con el corazón de un glaciar muerto, jamás se derrite, ni siquiera ante el fuego del mismísimo sol.

Kael la tomó con reverencia. El arma —una espada con filo translúcido— pulsaba con una energía fría, viva, poderosa.

—Gracias, reyes de Glacerya. Esta espada no será usada en vano.

Ya con el enemigo neutralizado y bajo custodia, Kael y Aeris regresaron a sus naves. Aysha los vio partir desde la cima del torreón, su silueta envuelta en la niebla de la madrugada.

—Lo prometo —susurró—. Esta alianza… será más fuerte que nunca.

Y mientras las naves de fuego se alejaban entre los cielos helados, un nuevo vínculo se había sellado. No solo entre reinos… sino entre corazones que aún no sabían lo que el destino tenía preparado para ellos.




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