Kael El Dios Del Fuego

05: JUICIO DE FUEGO

El rugido de los motores resonó en los cielos de Ignis. Dos naves regresaban desde el planeta Glacerya, escoltadas por una lluvia de fuego solar que parecía rendirles homenaje. En su interior, Kael y Aeris viajaban en silencio, acompañados por un nuevo prisionero: el atacante de fuego azul, ahora debilitado y en silencio, contenido por el chaleco supresor que lo mantenía bajo control.

A su llegada, los portones del palacio se abrieron de par en par. La guardia de élite esperaba en formación, y los reyes Vorkan y Syra ya se encontraban en la explanada, observando la nave aterrizar con mirada severa. El calor del mediodía no era nada en comparación al juicio que estaba por comenzar.

Kael descendió primero, seguido por Aeris, que empujaba al prisionero esposado.

—¿Este es el hombre que intentó destruir Glacerya? —preguntó Vorkan con voz grave.

—Sí —confirmó Kael—. Y asegura que alguien de Ignis le ordenó atacar.

Un murmullo de tensión recorrió a los presentes. Vorkan y Syra se miraron entre sí, pero no dijeron nada. El prisionero fue llevado inmediatamente al Salón de Juicio Solar, donde sería interrogado más a fondo por el consejo.

Horas más tarde, Kael, Aeris y Aenara descendieron por los pasillos de obsidiana hacia la Prisión de Máxima Seguridad, una estructura subterránea envuelta en magma eterno. El prisionero de fuego azul fue encerrado en una celda rodeada por barreras elementales que absorbían cualquier rastro de energía. Allí, lo observaron en silencio.

—Si dice la verdad, entonces hay una traición entre nosotros —dijo Aeris, con desconfianza.

—O una mentira muy bien armada —añadió Aenara.

Kael no respondió. Sus ojos se posaron en el fuego azul apagado del pecho del prisionero, como si buscaran una chispa de algo... una intención, un nombre.

Horas más tarde, el príncipe caminó entre las calles de la Ciudad Azul de Ignis, hogar de la ancestral comunidad del fuego azul, una casta antigua y silenciosa que mantenía su cultura al margen del poder real. Se paró frente al altar central y convocó a todos los que quisieran escucharlo.

—Uno de los suyos fue arrestado por intentar derretir un planeta aliado —anunció—. Su ataque casi destruye Glacerya. Pero su nombre no representará a todo su pueblo. Quiero creer que la verdad sigue viva entre ustedes.

Los ancianos lo observaron en silencio, y uno de ellos —una mujer de piel como lava solidificada y ojos de fuego azul intenso— se adelantó.

—El fuego azul no arde por traición, príncipe Kael… arde por verdad. Y quizás esa sea la llama que están tratando de apagar.

Kael inclinó la cabeza respetuosamente. No sabía aún si sus palabras eran apoyo o advertencia. Pero sí sabía una cosa: la paz que conocían comenzaba a resquebrajarse, y el calor que sentía ya no venía solo del sol de Ignis… sino de un conflicto que apenas empezaba a encenderse.




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