Kael El Dios Del Fuego

06: LA LLAMA DE LA VIDA

La noche había caído sobre Ignis con un manto de fuego tenue que cubría los cielos. El resplandor del magma en los cráteres cercanos iluminaba las sombras del castillo. Todo parecía tranquilo… excepto para Aenara.

Silenciosa como una brisa en un mundo de fuego, descendió sola por los pasillos subterráneos hacia la prisión de máxima seguridad. Su respiración era inestable. Cada paso que daba resonaba en su mente con los latidos acelerados de su corazón.

Frente a ella, tras un campo de energía vibrante, el prisionero de fuego azul permanecía de pie, sus ojos encendidos con una chispa distinta… no de rabia, sino de nostalgia.

—Sabía que vendrías —dijo él, con una voz ronca pero firme.

Aenara se detuvo. No dijo nada.

—Tienes tantas preguntas... pero hay una que pesa más que todas. Una que llevas dentro desde siempre y nunca has podido responder. ¿De dónde vienes, Aenara?

Ella frunció el ceño.

—No te atrevas…

—Soy tu padre —dijo él, con absoluta claridad—. Me llamo Tharion. Y lo que te han contado sobre mí… está bañado en mentira.

Aenara dio un paso atrás, sus manos temblaban.

—¡Cállate!

—Vorkan y Syra —continuó Tharion sin elevar la voz— asesinaron a tu madre y te arrebataron de mis brazos. Te criaron en una mentira. Quiero que lo sepas… y que busques la verdad.

Aenara cerró los ojos con fuerza, luchando contra el temblor de su alma. Algo en ella se rompía, algo que llevaba años intacto. Dio media vuelta y salió corriendo de la prisión, sus lágrimas ardían como lava sobre sus mejillas.

A la mañana siguiente, el sol de Ignis amaneció con fuerza. En los aposentos reales, Kael y Aeris fueron despertados abruptamente por Aenara, que irrumpió en su habitación con los ojos enrojecidos.

—Necesito hablar con ustedes —dijo, casi sin voz—. Es sobre el prisionero…

Se sentaron los tres en la terraza exterior. Aenara les contó lo ocurrido la noche anterior: la conversación, la afirmación, la duda que se había sembrado.

—¿Y le crees? —preguntó Aeris, cruzada de brazos.

—No lo sé. Pero… hay algo en su mirada. Algo en su voz. Como si… como si ya supiera cosas que no debería.

Kael se mantuvo en silencio unos segundos antes de hablar.

—Hay una forma de saber si miente. Vamos a verlo.

Los tres descendieron a la prisión. El guardia de la entrada asintió y les abrió paso. Frente a la celda, Tharion los esperaba con una sonrisa cansada.

—Así que los tres vinieron —dijo—. Príncipes e hija… de sangre, de fuego, de engaño.

Kael fue el primero en hablar.

—Queremos respuestas. Dices conocer cosas… demuéstralo.

Tharion asintió lentamente. Y entonces empezó a hablar. No sólo les reveló detalles íntimos sobre Aenara cuando era bebé, sino también datos específicos de Kael y Aeris: cosas que sólo alguien de la familia real podría saber. Cosas que ellos jamás habían contado fuera de sus paredes.

—Fuiste tú quien envió al atacante a Glacerya —acusó Aeris.

—No. Pero sé quién lo hizo —dijo Tharion—. Y no estoy solo.

Kael y Aeris intercambiaron miradas inquietas.

—¿Y por qué ahora? ¿Por qué hablar? —preguntó Kael.

Tharion se acercó al límite de la barrera.

—Porque mi hija merece saber la verdad… antes de que el fuego que se aproxima los consuma a todos.

Al salir de la prisión, los tres guardaron silencio mientras cruzaban el corredor ardiente.

—¿Le creen? —preguntó Aenara en voz baja.

Kael apretó los labios. Aeris no respondió.

Las llamas de la incertidumbre habían sido encendidas… y no se apagarían tan fácilmente.




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