Kael El Dios Del Fuego

09: LA TRAICIÓN SILENCIOSA

La noche envolvía el castillo de Ignis como un velo espeso de sombra y fuego. Las torres resplandecían con su característico resplandor carmesí, pero en su interior, la calma era solo una fachada.

Los pasillos estaban en silencio. Ni un paso, ni una voz. Solo el susurro del viento cálido colándose por las rendijas de piedra volcánica.

En el corazón del templo sagrado, oculto bajo capas de protección mágica, reposaba el Orbe Ignis, núcleo vital del planeta y símbolo del linaje de los dioses de fuego.

Una figura solitaria se deslizó por las sombras. Su andar era sereno, preciso. Sus movimientos no activaban sensores, no llamaban la atención de los centinelas. No era invisibilidad lo que la protegía... era conocimiento.

Aenara.

Vestía una capa oscura que ocultaba su rostro, su energía... y sus intenciones.

No rompió ningún sello. No destruyó ninguna trampa. Solo hizo lo que muy pocos podían: usó el código de sangre de la familia real. Porque su sangre... aunque rechazada, seguía siendo parte de esa línea.

El orbe flotaba ante ella, brillante, palpitando como un corazón viviente.

—Lo siento —susurró.

Y con un movimiento firme, lo tomó. En ese instante, el corazón del planeta titiló levemente, como si notara la separación.

En la sala de vigilancia, Vorkan observaba las cámaras de seguridad, revisando imágenes antiguas por instinto. Syra estaba a su lado, revisando datos en silencio.

De pronto, la pantalla número seis cambió.

Una figura encapuchada aparecía entregando una pequeña bolsa a un prisionero: Tharion.

El rostro del prisionero se iluminó con una sonrisa perversa.

—No... —murmuró Syra, helada.

Vorkan se incorporó de golpe, reconociendo de inmediato la figura encapuchada.

—Es ella...

—¡Es Aenara! —exclamó Syra, con el horror pintado en el rostro.

En la imagen, Tharion abría la bolsa. Su mirada brillaba con una emoción que no había mostrado en milenios.

—Gracias, hija mía —dijo, con voz profunda—. El fuego volverá a arder para nosotros.

Y entonces lo vio: dentro de la bolsa, resguardado por un tejido mágico, reposaba el Orbe Ignis.

El alma del planeta.

La herencia de Kael.

La corona de los dioses.

Syra se tapó la boca. Vorkan cerró los puños.

—La guerra... ha comenzado.




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