Kael El Dios Del Fuego

10: LLAMAS EN GUERRA

Las campanas del castillo de Ignis resonaban como un rugido ancestral, arrastrando consigo el eco de una época de oscuridad que muchos creían enterrada para siempre. El cielo carmesí parecía arder con una furia silenciosa mientras las alarmas rompían la paz que durante siglos había reinado sobre el reino de fuego.

En lo alto de la torre de vigilancia, Vorkan observaba el vacío en las pantallas de control. Syra, pálida y tensa, sostenía entre sus manos temblorosas el cristal de monitoreo. En su reflejo, la imagen de la celda vacía lo decía todo.

—Tharion ha escapado —dijo ella en un susurro quebrado.

Vorkan entrecerró los ojos. En su rostro se dibujó una furia contenida, la de un dios que había jurado mantener encerrado al caos por la eternidad.

—Y no se fue con las manos vacías... —agregó, con la voz endurecida por la ira—. Tiene el Orbe de Fuego.

Apretó los puños, y la llama que habitaba en su interior vibró con violencia.

—¡Pongan al reino en alerta de guerra! Nadie sale ni entra del castillo. A partir de ahora... esto es territorio en conflicto.

Muy lejos del caos, Kael y Aeris atravesaban el cielo encendido a bordo de sus naves personales. El viento cálido y denso les golpeaba el rostro mientras se acercaban al volcán de las cenizas eternas. En el borde del cráter, inmóvil, como una figura tallada en obsidiana, Aenara contemplaba el abismo.

Sus ojos, vacíos, se perdían entre las llamas que brotaban desde lo profundo del mundo. Allí, donde todo ardía pero nada era consumido, ella intentaba encontrar las respuestas que su alma pedía a gritos.

Kael descendió primero. Su sombra se proyectó sobre la roca negra mientras Aeris aterrizaba justo detrás. La mirada de ambos era firme, pero en el fondo, una grieta de dolor comenzaba a hacerse visible.

—Aenara —dijo Kael con suavidad.

Ella no se movió.

—¿Fuiste tú quien liberó a Tharion?

La pregunta de Aeris cortó el aire como una lanza. No había espacio para rodeos.

Pasaron unos segundos eternos. Aenara no apartó la vista del fuego.

—Sí —respondió, al fin, con voz apagada.

Kael dio un paso hacia atrás, como si el suelo se hubiera agrietado bajo sus pies. Aeris frunció el ceño, sus ojos encendidos de furia.

—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Después de todo lo que nos hizo? ¡Después de todo lo que sabías!

Aenara se giró lentamente. Su rostro estaba bañado en lágrimas, pero en sus ojos brillaba algo más que tristeza: duda, rabia... convicción.

—No lo hice por odio. Lo hice porque algo dentro de mí me dice que lo que hemos creído... no es toda la verdad. Hay huecos, vacíos en la historia que nos contaron. Y si ellos mintieron sobre mi origen, ¿por qué no también sobre él?

—¿Entonces crees en Tharion? —Kael la observó como si ya no reconociera a la prima que siempre consideró una hermana.

—No sé si creo en él. Pero sé que no puedo seguir creyendo ciegamente en Vorkan y Syra.

—¿Y por eso le diste el orbe? —Aeris contenía las lágrimas tras una máscara de decepción—. ¿Sabes lo que eso puede causar?

Aenara bajó la mirada. No respondió.

De pronto, el suelo vibró bajo sus pies. En la distancia, sobre el horizonte rojo, una columna de fuego oscuro se alzó como una serpiente de ceniza.

—El castillo... —dijo Kael, encendiendo los motores—. ¡Está bajo ataque!

Dentro del castillo, el caos ya se había desatado.

Tharion caminaba con paso implacable por los corredores, como una sombra hecha de fuego azul. A cada movimiento, su aura incineraba el aire, y los guardias caían como hojas secas ante su furia.

No mostraba piedad. No dejaba sobrevivientes.

—Años encerrado en la oscuridad —murmuró mientras atravesaba los cuerpos—. Años esperando este momento. Vorkan... vas a pagar por cada mentira.

Las antorchas del castillo se apagaban a su paso. La oscuridad comenzaba a tomar el reino.

En la cima del volcán, Aenara, Kael y Aeris veían arder la silueta del castillo entre las nubes de ceniza.

—Tenemos que volver —dijo Kael, decidido.

—Yo iré también —respondió Aenara, con la voz firme.

—¿A qué? ¿A mirar cómo se destruye todo lo que ayudaste a poner en peligro? —replicó Aeris, aún herida.

Aenara no la miró. Solo alzó la vista al cielo rojo, y susurró:

—Voy a enfrentar lo que hice. Pero también voy a descubrir la verdad... aunque eso me destruya.

Kael asintió con lentitud.

—Entonces más vale que estés lista para todo.

Y los tres se lanzaron de nuevo al fuego.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.