Kael El Dios Del Fuego

14: EL DESPERTAR DE VALENTINA

Las puertas de seguridad se deslizaron con un zumbido metálico. La cámara estaba sumida en un silencio absoluto, interrumpido solo por el leve pulso azul de la cápsula criogénica al fondo del pasillo. NOVA caminó sin prisa, sus pasos firmes resonaban contra el suelo de acero mientras sus ojos se fijaban en el cristal helado que separaba el pasado del presente.

Allí, suspendida en el tiempo, yacía Valentina —la única persona que, en su opinión, podía entender lo que estaba por venir. Su rostro, dormido bajo la escarcha, parecía en paz. Pero Yelena Hardy no sentía paz. Solo urgencia.

Se acercó al panel de control, introdujo el código con manos temblorosas por la emoción, y tras un pitido agudo, el sistema comenzó el proceso de descongelamiento.

—Despertando sujeto criogénico 0-V9… —anunció la voz sintética de la IA.

El vapor se elevó como humo de una antigua profecía. El hielo comenzó a derretirse. El corazón de Yelena latía con fuerza. Valentina había dormido por más de veinte años, con la promesa de que no sería despertada… a menos que lo imposible ocurriera.

Los ojos de Valentina se abrieron de golpe. Respiró hondo como quien regresa del fondo de un océano, y sus manos se apoyaron contra las paredes interiores de la cápsula.

—¿Yelena? —dijo con voz rasposa—. Me prometiste…

—Lo sé —respondió NOVA, tragando saliva—. Te juré que no lo haría. Pero algo… algo llegó del cielo. Y no es humano, Valentina.

Los ojos de Valentina, aún adaptándose a la luz, se entrecerraron.

—¿Un invasor?

—Un dios.

Al otro lado del mundo, a miles de kilómetros, en la otra cara del planeta, tres siluetas caminaban por las concurridas calles de Tokio, Japón.

Kael iba al frente, su capa negra ondeando a pesar de que no soplaba viento. Aeris a su lado, sus ojos recorriendo cada estructura, cada vehículo, cada humano. Aenara caminaba ligeramente detrás, aún confundida, aún procesando todo lo ocurrido en Ignis.

Los peatones los miraban con mezcla de fascinación y temor. Sus ropas, su aura, incluso su modo de caminar, no tenían nada de común. No eran de allí. No eran de ningún lugar de este mundo.

Un niño pequeño los señaló, emocionado, pensando que eran actores de alguna serie o promoción especial. Una mujer tomó una foto. Un joven en bicicleta se detuvo en seco, parpadeando como si viera fantasmas.

—Demasiado calor —murmuró Aeris, molesta al ver el asfalto derretirse a cada paso.

—Están reaccionando a nuestra presencia —observó Aenara—. Este planeta es más frágil de lo que parece.

Kael asintió con calma y levantó ligeramente su mano. Una brisa gélida brotó de su palma. El calor descendió abruptamente a una temperatura estándar del planeta.

—No vinimos a destruir —dijo Kael, sin mirar a nadie—. Pero tampoco debemos olvidar quiénes somos.

Caminaban entre rascacielos, luces de neón y tecnología ajena. La Tierra era extraña. Hermosa. Dormida. Kael podía sentirlo. Este mundo tenía algo... oculto. Y tarde o temprano, despertaría.

En lo alto de una torre en Tokio, una cámara giró en dirección a los tres visitantes. La señal fue enviada directamente a la base de operaciones de NOVA. Valentina, ahora sentada frente a los monitores, observó la imagen congelada de Kael.

—¿Él es el que venció a tu escuadrón? —preguntó.

Yelena asintió en silencio.

Valentina entrecerró los ojos.

—Entonces no vinieron a pedir ayuda. Vinieron a probar algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.