En lo más profundo de los valles helados de Glacerya, donde el sol apenas rozaba las cumbres congeladas, la princesa Aysha observaba los cristales del Gran Trono Glacial con la mirada perdida. La sala estaba silenciosa, excepto por el leve crujido del hielo milenario que recubría las paredes. Un soldado entró apresurado, su aliento visible por el frío del ambiente.
—Alteza... hemos recibido una transmisión desde Ignis.
Aysha se giró, sus ojos celestes intensificándose por la ansiedad.
—¿Qué ocurrió?
El soldado bajó la mirada, como si temiera decirlo.
—Kael, Aeris y Aenara... han sido desterrados al planeta Alpha-2000.
El silencio fue brutal.
—¿Desterrados? ¿Por qué?
—Tharion ha tomado el trono. El rey Vorkan y la reina Syra... han muerto, mi señora.
Aysha se dejó caer en el trono. Por un momento, el frío de su reino pareció instalarse en su pecho. Apretó los puños, conteniendo el temblor de sus emociones. Había confiado en los lazos que unían a las casas de Ignis y Glacerya. Kael... Aeris... incluso Aenara, que había flaqueado, no merecían aquel destino.
—Prepárense para una respuesta diplomática inmediata. Y mantengan vigilancia sobre los portales —dijo finalmente—. El fuego ha perdido a sus guardianes, y cuando eso ocurre... las sombras se alzan.
A miles de kilómetros, en la incandescente superficie de Ignis, el nuevo monarca se alzaba entre las llamas. Tharion, el dios desterrado que ahora vestía una armadura de obsidiana viva, caminaba con paso triunfal entre sus nuevas tropas.
Frente a él, un ejército completo esperaba órdenes. Criaturas de fuego azul, soldados antiguos despertados de criptas ardientes, y nuevas generaciones adoctrinadas con su discurso de venganza.
Tharion se detuvo frente al mapa celestial proyectado en la Sala de Estrategia. Una figura brillante titilaba: Umbraxis.
El planeta de las sombras.
Donde habitaban los emisarios de la oscuridad, guardianes del Orbe Darkness. Un planeta de silencio perpetuo, cubierto de nubes negras, con torres de obsidiana que rasgaban el cielo.
Tharion sonrió.
—Ha llegado la hora de que el fuego reclame lo que por derecho le pertenece —dijo, su voz resonando como una tormenta volcánica—. Umbraxis será el primer mundo en caer.
Los generales asintieron. Algunos con fervor. Otros con temor. Sabían que el mundo siniestro no se sometía fácilmente.
—Que se preparen las naves —ordenó Tharion—. Y que la noche arda.