Kael El Dios Del Fuego

16: LA OSCURIDAD ASEDIADA

El firmamento de Umbraxis se abrió con un rugido. El cielo, siempre cubierto de nubes negras, fue desgarrado por columnas de fuego que descendían como cometas ardientes. Las naves de guerra de Ignis emergieron del espacio profundo, sus estructuras incandescentes como dragones mecánicos que vomitaban llamas.

Desde la torre central del Trono Umbrío, el Rey Nyros, señor de Umbraxis y guardián del Orbe Darkness, observaba la ofensiva aproximarse con el ceño fruncido. Sus ojos, grises como la ceniza eterna, se entrecerraron cuando el emblema de fuego azul se proyectó sobre los cielos: Tharion.

—Así que al fin ha llegado el traidor de la llama —dijo Nyros, desenvainando su espada de sombra viva.

La guerra estalló sin demora. Umbraxis, aunque oscuro y misterioso, estaba lejos de ser débil. Sus guerreros eran silenciosos como la muerte, invisibles entre la niebla, letales en la batalla. Las criaturas de Ignis, sin embargo, luchaban con furia desmedida, alimentadas por el fanatismo de su nuevo dios.

Tharion avanzaba en primera línea, su armadura de obsidiana reluciendo con cada golpe, con el Orbe Ignis brillando en su pecho como un corazón llameante. Su poder quemaba el suelo con cada paso. Uno a uno, los bastiones de Umbraxis caían bajo su poder.

En el salón del trono, Nyros se enfrentó a Tharion en un duelo legendario. Espada de sombra contra espada de fuego. El impacto de sus ataques fracturaba las torres y estremecía el núcleo del planeta. Pero al final, el fuego ardió más alto.

—No te pertenecía este poder —susurró Nyros antes de caer.

—Tampoco a ti —respondió Tharion, arrancando el Orbe Darkness del pedestal custodiado durante siglos.

Sin mirar atrás, Tharion alzó el orbe oscuro, que se envolvió en llamas azules mientras el planeta comenzaba a desmoronarse por la pérdida de su corazón místico. Con una orden, su ejército se retiró, dejando Umbraxis en ruinas.

En Glacerya, el eco de la guerra alcanzó los salones helados. Aysha, sentada frente a una pantalla holográfica, observó en silencio los últimos momentos del mundo siniestro. El corazón le latía con fuerza. La noticia del destierro de Kael, Aeris y Aenara, sumada a la caída de Umbraxis, había encendido en ella una llama que ni su sangre helada podía contener.

—No puedo quedarme aquí —dijo, levantándose del trono de hielo.

—¿Qué piensas hacer, hija? —preguntó su madre, la reina Glavara, con preocupación.

—Iré a Alpha-2000. Voy a buscar a Kael y a mis amigos. No los voy a dejar solos. No ahora que el universo empieza a romperse.

Su padre, el rey Thalos, la miró por unos segundos. Luego asintió lentamente.

—Toma una nave. Lleva a los mejores contigo. El fuego ha perdido su centro... pero el hielo aún puede sostener el equilibrio.

Mientras tanto, en el vacío del espacio, Tharion observaba los dos orbes que ahora reposaban en su nave: Ignis y Darkness. La combinación de sus energías giraba a su alrededor como una tormenta de poder contenido.

—Dos... —susurró—. Solo cinco más. Y el universo volverá a arder.




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