Kael El Dios Del Fuego

17: FUEGO CONTRA LA TIERRA

El cielo de Japón estaba despejado cuando una extraña energía estremeció la atmósfera. Los pájaros volaron en desbandada y las señales electrónicas de los edificios parpadearon como si algo—o alguien—muy poderoso estuviera cerca. Entre las multitudes atónitas que transitaban por las calles de Tokio, tres figuras caminaban con paso firme: Kael, Aeris y Aenara, encubiertos por trajes ligeros y temperaturas cuidadosamente moderadas para no causar estragos en la superficie humana.

Pero no pasaron desapercibidos.

—Ahí están —murmuró Yelena Hardy, conocida por su alias como Nova, mientras los observaba desde la azotea de un edificio junto a Teresa, Frederick y Sophia.

Sin esperar más, descendieron como meteoros, aterrizando con violencia frente a los tres forasteros.

Kael dio un paso al frente, reconociendo a sus rivales de días atrás. Su mirada no era de sorpresa, sino de una certeza fría.

—¿Otra vez ustedes?

—Sí —respondió Yelena con una sonrisa torcida—. Pero esta vez... no venimos solos.

De entre las sombras de un callejón emergió una mujer de mirada intensa y andar letal. Su cabello castaño flotaba por la energía que emanaba de su cuerpo. Valentina, recién salida de su sueño criogénico, miró a Kael con curiosidad y determinación.

—Te presento a mi mejor amiga —dijo Yelena—. Aunque después de esto... dudo que sigas de pie para saludarla.

Sin más palabras, Valentina se lanzó al ataque, desatando una ofensiva feroz contra Kael. Sus golpes eran precisos, rápidos, reforzados por un dominio absoluto de su energía cinética. Los primeros impactos lo empujaron hacia atrás, destrozando la acera bajo sus pies.

La ciudad cayó en caos.

Explosiones, escombros y fuego azul cruzaban los cielos como rayos indomables. Kael respondía con poder, pero algo en Valentina lo exigía al máximo. Era una rival real, alguien que podía igualarlo, incluso forzarlo a liberar parte de su verdadero poder.

—¡Kael! ¡La ciudad! —gritó Aeris mientras esquivaba una ráfaga de energía que casi derrumbaba una torre cercana.

Ella y Aenara se dividieron de inmediato para salvar a los civiles atrapados entre las ruinas. Aeris derribó una viga en llamas que caía sobre una niña y la cubrió con su propio cuerpo, mientras Aenara congelaba un autobús en caída para evitar que impactara contra una multitud.

Mientras tanto, Kael ardía.

Sus ojos brillaron como soles al liberar un fragmento de la energía contenida en su sangre divina. Un aura roja y dorada lo envolvió, y cada paso que daba fundía el asfalto.

Valentina no retrocedió. Peleó con una determinación que rozaba el límite de su capacidad física, lanzando cada golpe como si fuera el último. La ciudad era solo una sombra tras ellos. Solo quedaban dos guerreros, dos fuegos opuestos, chocando en un combate que parecía infinito.

Pero al final, fue Kael quien prevaleció.

Con un rugido desgarrador, lanzó a Valentina contra un muro, rompiéndolo en mil pedazos. Ella se levantó con dificultad, pero sus piernas temblaban. Kael no la atacó más. Simplemente la miró, reconociendo su fuerza... y su límite.

—Eres fuerte —admitió él, respirando con dificultad—. Pero no eres mi enemiga.

A un costado del campo de batalla, Aeris y Sophia se refugiaron detrás de una ambulancia volcada. Respiraban agitadas, aún alertas. Sophia fue la primera en hablar:

—¿Qué... son ustedes?

Aeris, sin ganas de ocultar nada más, se sentó en el suelo y empezó a hablar.

—Venimos de un planeta llamado Ignis... Éramos de la realeza. Mi hermano Kael, Aenara y yo. Pero nuestro tío, Tharion, nos traicionó. Mató a nuestros padres, robó el Orbe Ignis y se coronó como rey. Nos exilió... y nuestra nave cayó aquí.

Sophia la miró en silencio, sintiendo el peso de aquellas palabras.

—¿Y no pueden volver?

—La nave... se dañó en el impacto. Está inerte, como si hubiera muerto. Todo lo que queremos es regresar... pero mientras tanto, tenemos que evitar que Tharion destruya el universo.

En un laboratorio cercano, los sensores aún analizaban la muestra de fuego recolectada de la batalla anterior. Un técnico jadeó al ver los resultados: el fuego contenía trazas divinas, una energía imposible de replicar.

Y mientras tanto, en las sombras de la ciudad... un nuevo fuego comenzaba a encenderse.




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