En lo más alto de la Torre de los Reyes en Ignis, el nuevo monarca observaba el universo desde una sala de comando circular, rodeado por paneles que proyectaban mapas estelares y rutas de conquista. Tharion, ahora poseedor de dos orbes elementales, mantenía entre sus manos el Orbe Ignis y el recién adquirido Orbe Darkness, que palpitaban como corazones vivos, oscuros y encendidos.
—Ya no hay nada que me detenga —murmuró, con la mirada clavada en la proyección del siguiente planeta en su lista—. Glacerya... es tu turno.
Los generales a su alrededor guardaron silencio. Nadie osaba contradecir a Tharion. Él era más que un rey ahora. Era un dios armado con los elementos.
En lo profundo del devastado planeta Umbraxis, Nyros, el monarca caído, yacía en una cámara de curación rodeado de su consejo. El frío natural de su mundo se mezclaba con las sombras de la derrota. Las llamas azules del ejército de Tharion aún ardían en algunas grietas del planeta, pero Umbraxis no había sido destruido. Solo humillado.
—No fue una guerra —gruñó Nyros, rompiendo el silencio—. Fue un saqueo... una advertencia.
Uno de sus consejeros le acercó un orbe estropeado por el fuego: un símbolo de lo que se había perdido.
—Mi rey... el equilibrio ha sido roto.
Nyros cerró los ojos. Su voz fue un susurro lleno de furia.
—Tharion pagará. Ignis pagará. Que Umbraxis sangre ahora... pero cuando sanemos, traeremos el abismo a sus puertas.
En otro rincón de la galaxia, una cápsula de transporte surcaba el cielo estrellado, descendiendo como un cometa brillante hacia el planeta Alpha-2000. La atmósfera terrestre la envolvió con resistencia, pero los escudos aguantaron. Al cabo de unos segundos, un cráter humeante se abría en las afueras de un bosque en Europa.
De la cápsula emergió Aysha, embajadora de Glacerya, guerrera de hielo y aliada leal de Kael y Aeris. Su traje plateado estaba reforzado para la atmósfera terrestre, y sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y miedo.
—Por favor, estén bien... —susurró mientras tocaba el comunicador en su muñeca—. No pienso perderlos también.
El viento sopló a su alrededor con un murmullo extraño. Este planeta era diferente. Más cálido, más inestable. Pero su corazón solo latía por una razón: rescatar a sus amigos antes de que la sombra de Tharion los alcanzara también.
Sin saberlo aún, mientras Aysha daba su primer paso sobre la Tierra, Tharion ya se preparaba para arrasar su mundo natal.
Y esta vez, no habría advertencias. Solo hielo quebrado... y cenizas.