Kael El Dios Del Fuego

22: PACTOS Y PROMESAS

Las turbinas de la nave del FBI se silenciaron en cuanto tocó tierra en las afueras de Lima. Las nubes de polvo se disiparon mientras la compuerta descendía con un quejido mecánico. Al frente marchaba Yelena Hardy, seguida de su equipo: Valentina, Sophia, Teresa y Frederick. Los cinco caminaban con determinación, pero sin las armas levantadas. No era una misión de cacería. Aún no.

A pocas cuadras del lugar, la figura de la visitante espacial se mantenía erguida entre los restos de neblina. Su porte elegante y sereno contrastaba con el nerviosismo de los pocos civiles que aún merodeaban la zona. Las autoridades habían acordonado el perímetro, pero la curiosidad humana siempre encontraba resquicios por donde colarse.

Yelena se detuvo frente a la joven extranjera. A una distancia prudente, sus ojos se entrecerraron con atención. Aún no sabían su nombre, ni de dónde venía, pero habían visto de lo que era capaz.

—No venimos a atacarte —dijo Yelena, con voz firme pero sin agresividad.

La visitante la observó con expresión neutral, pero no se movió. Su silencio no era desafiante, sino atento.

—Sé que no eres quien luchó contra nosotros —continuó Yelena—. Pero estás conectada a ellos. Lo sabemos. Y tú también lo sabes.

La joven asintió, despacio.

—Vine buscándolos —respondió con tranquilidad—. Son mis amigos. Y si están aquí, quiero encontrarlos.

Valentina intercambió una mirada inquieta con Sophia. El recuerdo de Kael aún ardía en su cuerpo. Nadie olvidaba con facilidad un fuego como ese.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Teresa.

—Nada —respondió ella—. Solo respuestas… y una oportunidad.

Yelena la miró un momento más, como si evaluara la verdad detrás de sus palabras. Finalmente, dio un paso al frente.

—Entonces escúchame bien. Podemos ayudarte a encontrarlos. Podemos rastrearlos, guiarnos con nuestras herramientas. Pero hay una condición.

La joven alzó la vista.

—Cuando los encuentres, tú y ellos deben abandonar la Tierra. Inmediatamente. No hay lugar aquí para guerras que no nos pertenecen, ni para poderes que este planeta no puede contener.

Un largo silencio se instaló. El viento movía las hojas secas en la calle. Los rostros del equipo de Yelena estaban tensos, vigilantes.

Finalmente, la visitante asintió.

—Acepto. Tan pronto estén conmigo, nos iremos.

Yelena mantuvo su mirada un momento más, hasta que el acuerdo no verbal quedó sellado.

—Bien —dijo finalmente—. Entonces empezamos ahora.

Al otro lado del planeta, entre colinas y árboles silenciosos del Japón rural, Kael, Aeris y Aenara estaban sentados alrededor de los restos calcinados de su cápsula de transporte. El chasis estaba rajado, los circuitos internos inutilizables, y las comunicaciones reducidas a chispazos inútiles.

—No responde —murmuró Aeris mientras golpeaba con frustración un panel semidestrozado—. Está muerta.

—Debemos encontrar otra forma —dijo Kael, mirando el cielo nublado con expresión pensativa.

—¿Cuál? ¿A lomos de un dragón? —espetó Aenara con sarcasmo—. Esta roca está atrasada por siglos.

Pero Kael no respondía a las bromas. Su mente vagaba en silencio, recordando. No al castillo, ni al trono perdido, ni a sus padres… sino a un instante remoto, una imagen grabada en su memoria: un ser solitario con un poder distinto al suyo. Un portador de un orbe que no ardía, ni brillaba, ni congelaba… pero cuyo pulso vibraba con una energía ancestral.

El portador del orbe que casi destruye este planeta.

—Hay algo aquí —murmuró Kael—. Algo que se quedó… algo que puede responder si sabemos buscarlo.

Aeris lo miró con atención.

—¿Estás diciendo que este mundo tiene su propio orbe?

Kael negó.

—No… pero alguien que lo llevó dejó huellas. Podría ser una pista. Una chispa que nos ayude a volver.

El silencio cayó de nuevo, pero no era vacío. Había una nueva dirección en el horizonte. Un camino que aún no podían ver… pero que comenzaba a tomar forma.

Mientras tanto, al otro lado del mundo, una alianza extraña pero necesaria comenzaba a formarse. Yelena y su equipo, junto a la visitante desconocida, se preparaban para rastrear a los tres fugitivos elementales.

Y aunque la tregua parecía firme… nadie olvidaba que el fuego ya había ardido una vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.