Kael El Dios Del Fuego

24: ALERMA DE GUERRA

En lo más alto de las torres de cristal de Glacerya, el cielo comenzó a oscurecer. Nubes negras que no pertenecían a ese mundo de hielo se congregaban en el horizonte. Desde el palacio central, los reyes del planeta, envueltos en capas de tonos azul profundo, observaban las proyecciones holográficas que no dejaban lugar a dudas.

—Ignis... ha comenzado el ataque —murmuró la reina, apretando los puños sobre la mesa de control.

—No es Ignis —respondió el rey, con la voz grave—. Es lo que queda de él. Es Tharion.

Sin perder tiempo, ambos activaron el protocolo de defensa. Sus pulseras se iluminaron en tonos celestes, y una señal codificada fue enviada por los canales interplanetarios de emergencia. Una alerta de guerra. Solo podía ser recibida por aquellos que compartían el lazo protector de Glacerya: Kael, Aeris y Aysha.

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En el cielo terrestre, un avión blanco con insignias encubiertas del FBI surcaba las nubes a toda velocidad, atravesando el espacio aéreo coreano con rumbo a Seúl. Dentro, Yelena revisaba coordenadas y datos, mientras Valentina se mantenía de pie, inquieta. Aysha, sentada junto a una de las ventanillas, mantenía los ojos cerrados… hasta que su muñequera vibró con una luz azul intensa.

Al abrir los ojos, su rostro cambió.

—Es Glacerya —dijo, mirando con urgencia a Yelena—. Están bajo ataque. Tharion ha llegado. No tenemos más tiempo.

Yelena giró el rostro hacia el piloto en cabina.

—Más potencia. Vuelo máximo permitido.

—¿Objetivo?

—Japón. Ya.

Sin hacer preguntas, el piloto desvió el rumbo. El interior del avión se llenó de tensión, mientras Aysha mantenía la vista fija en la pantalla de su muñequera. Sus padres… su gente… estaban peleando por sus vidas. Y ella aún estaba a años de distancia.

En las calles iluminadas de Seúl, Kael se detuvo abruptamente mientras caminaba entre la multitud. La misma notificación azul emergió desde su muñequera. La vibración, la señal, el mensaje.

Ataque en curso. Glacerya necesita apoyo inmediato.

—No… —susurró. Levantó la cabeza hacia el cielo—. ¡Aeris… Aenara!

Sin perder tiempo, corrió hacia un callejón y activó el dispositivo de propulsión de emergencia en su muñequera. Su cuerpo se envolvió en un leve destello rojo antes de elevarse hacia el cielo. Su dirección era clara: volver a Japón y reunirse con sus hermanos lo antes posible.

En el avión, Sophia seguía con el rastreo cuando una señal roja apareció en la pantalla.

—¡Kael ha despegado! Se está moviendo a gran velocidad hacia Japón —anunció, ampliando el mapa—. Parece que también recibió la señal.

Yelena se puso de pie y miró a Aysha.

—Lo encontraremos. Y los llevaremos con él.

Valentina solo asintió, con los ojos fijos en la pantalla.

—Espero que esté listo. Porque si ese Tharion llega con un orbe… no va a haber otra oportunidad.

Muy lejos de la Tierra, en los cielos de Glacerya, naves negras emergían como insectos sobre la nieve. El ejército de Tharion descendía sin piedad. Estaban bien entrenados, organizados, y su comandante caminaba al frente sin necesidad de esconderse.

Cubierto por una capa roja flameante y el orbe del fuego brillando en su pecho, Tharion extendió los brazos mientras los copos de nieve se evaporaban a su alrededor.

—El hielo se romperá… —susurró—. Y Glacerya caerá.

Los primeros ataques comenzaron. La guerra, ahora, ya no era un temor futuro. Era una realidad presente.

Y el tiempo para detenerla… se agotaba.




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