Kael El Dios Del Fuego

25: UNA ALIANZA INESPERADA

El cielo de Tokio estaba despejado cuando Kael descendió a toda velocidad, aterrizando con un impacto controlado junto a su hermana Aeris y su prima Aenara, que lo esperaban con ansiedad. Su muñequera aún brillaba con la luz tenue de la alerta recibida desde Glacerya.

—¿A ti también te llegó? —preguntó Aeris sin rodeos, caminando hacia él con el ceño fruncido.

Kael asintió, todavía respirando agitadamente por el vuelo.

—Sí. Glacerya está bajo ataque. Y no tenemos mucho tiempo.

Antes de que pudieran decir algo más, un rugido metálico rasgó el aire. Una aeronave blanca con insignias encubiertas descendía a unos metros de ellos, levantando una nube de polvo sobre la calle vacía. Las compuertas laterales se abrieron con un chasquido hidráulico.

Yelena Hardy fue la primera en descender. Vestía su chaqueta negra y avanzó con las manos en alto, en señal de que no venía a luchar. Kael, al reconocerla, se adelantó con el puño encendido en fuego.

—¿Otra pelea? Porque esta vez no pienso contenerme.

Pero Yelena negó lentamente.

—No vine a pelear, Kael. Vine a traerte un regalo.

Del interior del avión, bajó una figura que provocó que Kael diera un paso atrás, con los ojos muy abiertos. Aysha.

—¡Kael! —exclamó ella, corriendo hacia él.

Sin dudarlo, Kael bajó la guardia justo a tiempo para recibir el abrazo. Su amiga lo rodeó con fuerza, aferrándose como si temiera que él volviera a desaparecer.

—Estás bien —susurró Aysha.

—Y tú también. —Kael sonrió.

A un lado, Valentina se acercó con paso firme. Su rostro, por primera vez desde que Kael la conocía, mostraba cierta calidez.

—Fuiste un oponente... intenso —dijo con una media sonrisa.

Kael arqueó una ceja, intrigado.

—¿Eso es un cumplido?

Valentina lo abrazó brevemente.

—Fue bueno mientras duró. Buena suerte allá arriba.

Y sin añadir más, se alejó lentamente, dejando a los cuatro reunidos.

Aysha respiró hondo, girándose hacia todos.

—Tengo una nave escondida. No es grande, pero puede llevarnos a Glacerya. Debemos ir ahora. Tharion no solo ha invadido... ya tiene dos orbes. El Orbe de Fuego… y el Darkness.

Un silencio helado cayó entre ellos.

—Entonces no podemos perder más tiempo —dijo Aeris.

Sin mediar palabra, Kael, Aeris y Aenara despegaron junto a Aysha, rumbo a donde ella tenía oculta su nave. El viento quedó atrás y con él, la seguridad de la Tierra.

Horas después, en el vuelo de regreso a Lima, Yelena se reclinó en su asiento y miró a su equipo.

—Prepárense. Agarren sus abrigos más grandes, los más cálidos que tengan… —hizo una pausa, con una sonrisa desafiante—. Porque vamos al planeta más frío del universo.

Sophia se encogió en su asiento.

—¿Frío como… helado?

—Frío como Glacerya —respondió Valentina, mirando por la ventanilla.

Aysha, sentada frente a ellos, escuchaba en silencio. No había invitado a nadie a ese viaje. Era su planeta, su guerra. Pero las palabras de Yelena no eran una petición… eran una decisión.

Cuando llegaron a Lima, los motores aún calientes por la velocidad, Aysha salió primero del avión. Kael, Aeris y Aenara la esperaban ya en la pista, frente a su nave.

Ella caminó hacia ellos con paso firme.

—Son ustedes cuatro… —dijo mirando a su alrededor—. Más Yelena… y su equipo.

Kael ladeó la cabeza.

—¿Estás segura?

Aysha asintió lentamente, mirando al cielo.

—Tharion no sabe lo que le espera.




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