El estruendo de los motores rompió el silencio de la noche cuando Aysha encendió la nave. A su alrededor, los asientos se ocuparon rápidamente. Kael, Aeris, Aenara, Yelena, Valentina, Sophia, Frederick y Teresa tomaron posiciones, asegurándose con correas mientras la cabina vibraba bajo sus pies.
—Destino: Glacerya —dijo Aysha, sus dedos bailando sobre el panel de control.
Una señal luminosa parpadeó en azul. La nave rugió mientras despegaba de la superficie de Alpha-2000. Desde las alturas, la Tierra parecía pacífica, ajena a la guerra que estaba a punto de desatarse a años luz de distancia.
En el lejano planeta Glacerya, el invierno eterno se convertía en un campo de batalla.
Torres de hielo caían como columnas de cristal quebrado mientras el fuego enemigo se abría paso. El cielo, antes claro, estaba teñido de humo oscuro. Las huellas de los invasores ardían en la nieve, y los gritos de los soldados glaceryanos se perdían en la ventisca.
Al frente del asalto marchaba Tharion, su armadura incandescente brillando con el poder de los orbes Ignis y Darkness. El tirano no necesitaba hablar; su sola presencia bastaba para hacer temblar el terreno.
El castillo real resistía, pero por poco. En lo alto de la torre, el rey Norien observaba el horizonte ardiendo, con el Orbe Glacier entre sus manos. Su semblante estaba marcado por la tristeza, pero su mirada era firme.
—Si este es el fin... que sea digno —murmuró.
Descendió al campo de batalla, rodeado de sus guardianes. Al tocar el suelo, el hielo pareció responder. Torretas cristalinas se alzaron a su paso. Un frío ancestral llenó el aire.
En el otro extremo, Tharion dio unos pasos al frente. El encuentro era inevitable.
Y entonces, se enfrentaron: fuego contra hielo, poder contra resistencia. El campo de batalla se convirtió en un remolino de temperaturas extremas. Rayos abrasadores chocaban contra lanzas de escarcha. El suelo se quebraba entre explosiones de vapor.
Norien, usando la fuerza del Orbe Glacier, logró herir a Tharion, pero era claro que el enemigo no luchaba solo. Los otros dos orbes —Ignis y Darkness— lo protegían, aumentaban su ferocidad, su velocidad, su brutalidad.
Finalmente, con un golpe brutal y devastador, Tharion atravesó las defensas del rey.
El hielo se rompió. El aire se quedó sin sonido.
Norien cayó de rodillas, luego de espaldas. El Orbe rodó suavemente sobre la nieve. Tharion caminó sin prisa, lo recogió y alzó el orbe al cielo helado.
—Tres —susurró con una sonrisa cruel.
En el espacio cercano, la nave de Aysha comenzó su descenso. Desde la ventanilla, Aenara contuvo la respiración al ver el estado de su mundo. Valentina se puso de pie, su puño cerrado y temblando. Frederick bajó la cabeza; Teresa apretó los dientes. Kael no apartaba la mirada del paisaje.
—Llegamos tarde —dijo, con el corazón encendido de rabia.
—¿Eso que sostiene... es el Orbe Glacier? —preguntó Sophia con la voz apagada.
—Sí —respondió Kael.
Yelena se inclinó hacia adelante desde su asiento.
—Entonces no hay vuelta atrás.
Aysha activó los sistemas de aterrizaje. La nave tocó tierra en medio de un silencio sepulcral, como si el planeta entero hubiese contenido el aliento.
Kael se puso de pie.
—Tharion tiene tres orbes ahora. Si no lo detenemos aquí, lo siguiente que caiga... será todo.
Y nadie lo dudó. Porque en sus corazones, sabían que Glacerya estaba al borde del abismo.